El libro de Georg Lukács Lenin: la coherencia de su pensamiento, editado por La Rosa Blindada y Ediciones Razón y Revolución, se puede descargar en PDF acá. Reproducimos aquí el prefacio escrito por Eduardo Sartelli.


La actualidad de la revolución

Eduardo Sartelli

El leninismo significa un nivel jamás alcanzado hasta el presente del pensamiento concreto, anti-esquemático, anti-mecanicista y puramente dirigido hacia la acción transformadora –la praxis. Conservar esta adquisición es un deber de los leninistas. Pero en el proceso histórico tan sólo puede conservarse lo que se desarrolla de manera viviente. Y conservar de tal modo la tradición leninista constituye hoy la tarea más noble de todo militante que toma en serio al método dialéctico como arma de la lucha de clases del proletariado. (Georg Lukács, Lenin)

En la historia de la filosofía, la toma de partido aparece como una desviación de la norma: el filósofo debe ubicarse, casi por obligación profesional, por encima de las batallas que se libran en el mundo real, más allá de las rencillas propias de los mortales comunes y corrientes. La filosofía misma aparece, entonces, como el reino de las ideas puras, alejado de los intereses mezquinos y de las conveniencias menudas. El rechazo profundo a esta concepción hipócrita, en tanto que incluso quienes la defienden no pueden dejar de violentarla diariamente, está en el núcleo más profundo de la obra de Georg Lukács y, en particular, del texto que aquí presentamos.

En efecto, el ministro de cultura de dos revoluciones fracasadas dedicó su vida a combatir esta forma de concebir la filosofía. Tal vez el mejor registro de ese combate sea El asalto a la razón, la épica narración del ascenso del irracionalismo a través de la agudización de las contradicciones capitalistas que culminan en el nazismo. En esa obra Lukács hacía explícito el programa político, es decir, la toma de partido de esa corriente que continúa hasta hoy bajo la forma del fascismo posmoderno contemporáneo. Por el contrario, es en Historia y conciencia de clase donde el filósofo húngaro desplegó tempranamente su propio alineamiento en relación a las fuerzas que se disputaban entonces el dominio mundial. Hermano de ese texto es éste que reeditamos junto a La Rosa Blindada.

El Lenin de Lukács es, efectivamente, una toma de partido. Es uno de los tantos intentos de fijar una herencia política, la del, precisamente, leninismo. O, mejor dicho, en tanto que toma de partido, en tanto que alineamiento con un partido específico, la del bolchevismo. Una biografía “filosófica” que deja de lado todo lo accesorio, al punto que la persona misma de Lenin se desvanece. Permanece, sin embargo, aquello que el dirigente ruso dejó de nuevo en la trayectoria acumulativa de las experiencias revolucionarias. Lukács ha querido aislar aquello que, en la biblioteca imaginaria del marxismo, constituye un tomo específico con un lugar único e insustituible, y que no puede llevar el nombre de otro autor que el del biografiado de manera tan particular.

Dos ejes atraviesan el trabajo. El primero: la defensa de la creatividad leninista. El segundo: el del método. Lenin es, sobre todas las cosas, un marxista creativo. No se ha limitado a ser un “hombre práctico”. Es y no es el político que cumplió con la Tesis Once. Es: efectivamente, mientras los “filósofos” se dedicaron a interpretar el mundo, Lenin lo transformó. Brazo ejecutor de Marx, soldado en la pelea, hombre de acción, varón valiente de cerebro práctico. No es: esa praxis requería también una “interpretación”. Filósofo, genial analista de situaciones concretas y respuestas universales, “politólogo” consumado, diríamos hoy. Lenin, para ser Lenin, debió pensar antes de actuar, reflexionar sobre las condiciones de esa praxis, única forma de comprender su naturaleza necesaria.

Paradójicamente, por el mismo movimiento Lukács le devuelve al propio Marx su carácter de político activo. La perspectiva que colocaba al autor de El capital como el cerebro de la espada que triunfó en Octubre, lo reducía a la primera parte de la Tesis: él también se había limitado, en última instancia, a interpretar el mundo. El transformador era Lenin. Esa cómoda sanción escindía la teoría de la praxis, vaciando a la última de su contenido filosófico y a la primera de su aspecto práctico. Como no hay pensamiento que no sea acción ni acción que no contenga pensamiento, el problema se reduce a determinar qué pensamiento-praxis y que praxis-pensamiento se constituyen en la necesidad creativa de una época. Determinado ello, entendemos en Marx la totalidad de la Tesis Once, limitada a las condiciones objetivas de su tiempo. Marx era Lenin. Lo que Lukács viene a decirnos es que Lenin era Marx. Que no bastaba con repetir las “enseñanzas” del “viejo maestro”, sino que correspondía hacer un uso creativo del mismo método que le permitió a aquel alcanzar lo alcanzable en las condiciones históricas en las que empeñó su acción.

No se trata, no obstante, de un simple “acto de justicia”. Tal perspectiva es necesaria precisamente para entender en qué consistió esa “creatividad” leninista. Y esa virtud yace en el método. La aplicación consecuente del materialismo dialéctico es lo que distingue a Lenin de otros marxistas de su época. Ese método dará cuenta del “legado” que deja: no se trata de seguir a Marx, no consiste en eso el ser “marxista”, sino en aplicar creativamente, es decir, científicamente, el método a la realidad siempre nueva que nos toca en suerte enfrentar.

¿Cuáles son los resultados de ese pensamiento necesario que se convierte en praxis transformadora? Cada uno de los capítulos del libro irá desgranando los elementos de la respuesta, en orden de jerarquía e importancia. El primero: la actualidad de la revolución. Nadie sale con paraguas si considera lejana la lluvia e improbable todo aguacero. Aquel que no percibe en las tendencias de su tiempo los síntomas de un trastorno universal en marcha, no puede prepararse para la revolución porque simplemente no “cree” en ella. Aún cuando la celebre como una necesidad, aún cuando milite incluso en partidos que la colocan como su meta última. El no percibir la actualidad de la revolución lleva derecho al oportunismo, a su conversión en una consigna de “máxima”, lejana e inoperante, que no puede tener ninguna consecuencia práctica sobre nuestras acciones cotidianas. La realidad es la adaptación al statu quo reinante, es decir, alguna forma de celebración del capitalismo.

El segundo capítulo proclama la consecuencia lógica, pero no por eso menos histórica, constatable y constatada empíricamente por el autor de El desarrollo del capitalismo en Rusia, de la cualidad y necesidad del rol dirigente del proletariado. Si la cercanía de la revolución es la totalidad que organiza la acción revolucionaria, la fuerza capaz de constituirse en el vector de ese proceso es el proletariado. Para ello se requiere que el proceso revolucionario entre en la conciencia del proletariado como conciencia de clase, momento que no se produce, sin embargo, espontáneamente. Verificación que nos lleva al tercer capítulo, a la proclamación del partido como dirección de la clase.

El problema del partido es, primero que nada, el problema de la organización. Lenin entra aquí en disputa con las corrientes espontaneístas que presumen que la pura actividad produce conciencia. Todo lo contrario, el partido debe preparar la revolución preparando al proletariado para sus tareas. Dirección y disciplina se constituyen en la clave de construcción del partido, el instrumento de la conquista del poder. Ese instrumento no puede construirse ni actuar en abstracción de la situación concreta. Lukács comienza en este punto la revalorización de un texto que, en sí mismo, no constituía ni una novedad ni, mucho menos, un logro científico: El imperialismo, fase superior del capitalismo. Allí es donde Lenin coloca los descubrimientos anteriores en su marco adecuado: esta es la situación concreta en la que se actualiza la revolución, es decir, en la que debe tomar el rol dirigente el proletariado a partir de la construcción de su partido que ahora, por virtud de las circunstancias, debe hacerse mundial, Internacional.

No se agota allí el asunto. Tomado el poder, resta todavía la mayor de las batallas, la de la transformación de la sociedad, tarea que encontrará, por ende, la mayor de las resistencias. Es entonces necesario comprender la transformación dialéctica del Estado, de instrumento de opresión de la burguesía en instrumento de opresión sobre la burguesía, el pasaje de Estado burgués a Estado obrero como paso previo imprescindible a la abolición del Estado. Constituido en Estado, el partido del proletariado debe utilizarlo siguiendo como premisa la resolución de los problemas del socialismo, la forma que asume la actualización de la revolución en el momento en que se conquista el poder. La dirección debe actuar a partir de esa nueva forma del mismo proceso, siguiendo una realpolitik revolucionaria, tema del último capítulo. Es decir, el análisis concreto de la situación concreta lleva a repudiar tanto el oportunismo sin principios, como la abstracción de los “principios” carente de toda capacidad de maniobra real frente a los problemas reales. A la dialéctica de la vida política, Lenin le opone una política dialéctica. Se explican así, como respuestas dialécticas, las supuestas contradicciones de la política soviética o el abandono de los principios que supondría el fin del comunismo de guerra y la NEP, así como la defensa de Lenin del capitalismo de Estado.

Lukács, que deberá retractarse de estas ideas una vez ascendido el estalinismo al poder, habrá dejado, aún así, un documento excepcional sobre la contribución leninista a la teoría y a la praxis revolucionaria. Escrito en 1924, este libro mantiene una actualidad notable, en particular para la izquierda argentina. Si cada capítulo reconstruye el itinerario hacia Octubre, también destruye aquellos caminos que llevaron la revolución a callejones sin salida. Y cada uno de esos caminos que se pierden en la nada (pero que terminan con el tendal del muertos a su vera) pueden recibir su nombre hoy como lo recibieron ayer: ¿cómo no ver en la Segunda Internacional, sus Berstein y sus Kautky, a la CTA, al Partido Comunista y a todo ese universo que suele denominarse, no se sabe por qué, “progresista”? De ellos habla hoy el capítulo I. ¿Cómo no ver en el PCR, en Patria Libre, a quienes va dirigido el capítulo II? ¿De qué habla el capítulo III sino del derrotismo infantil del Situacionismo autonomista que se hace llamar anarquismo y que tuvo como Dios a Zamora? ¿No recuerdan los últimos capítulos a las batallas libradas en torno a las sucesivas Asambleas Nacionales de Trabajadores Ocupados y Desocupados, que otorgó la dirección a los agrupamientos más dialécticamente versátiles mientras aisló a los sectarios “principistas”?
La reedición del Lenin de Lukács forma parte, entonces, del combate necesario que debe realizarse en el seno de la vanguardia, en un momento en que el reflujo permite la reflexión sobre la naturaleza de la acción llevada a cabo. Más que pausa filosófica, este momento es, por el contrario, el del predominio del pensamiento-praxis que construye la praxis-pensamiento que nos permitirá superar con éxito los problemas que se avecinan, los problemas que brotan de la actualidad de la revolución.