Publicado en The Real Movement. Traducción: Non Lavoro.

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Después de la Segunda Guerra Mundial y del esfuerzo de reconstrucción de la posguerra, la Unión Soviética comenzaba a ver más allá y a describir, en términos de los pasos prácticos concretos, las condiciones materiales que tenía que cumplir para la transición a una sociedad plenamente comunista. Hasta ahora nunca se ha explicado cómo intentaba llegar a ello, ni por qué falló.

I. Según la CIA, casi alcanzamos el comunismo en 1980

En 1950, Stalin planteó sus ideas sobre lo que haría falta para que la Unión Soviética hiciera la transición del socialismo al comunismo. Había que duplicar el nivel de vida y reducir radicalmente las horas de trabajo:

Sería erróneo suponer que se puede alcanzar un desarrollo cultural tan elevado de los miembros de la sociedad sin serios cambios en el estado actual del trabajo. Para eso es necesario, ante todo, reducir la jornada del trabajo, por lo menos, a seis, y más adelante a cinco horas. Eso es necesario para que los miembros de la sociedad dispongan del tiempo libre suficiente para adquirir una instrucción universal. Para ello es necesario, además, implantar la enseñanza politécnica general y obligatoria, indispensable, para que los miembros de la sociedad puedan elegir la profesión que más les guste y no se vean atados de por vida a una sola profesión. Para ello es necesario, además, mejorar radicalmente las condiciones de vivienda y elevar al doble, por lo menos, el salario real de los obreros y de los empleados, tanto mediante el aumento directo del salario metálico, como, sobre todo, mediante la rebaja sistemática de los precios de los artículos de amplio consumo. (…) Sólo después de cumplir todas esas condiciones, se podrá pasar de la fórmula socialista «de cada cual, según sus capacidades; a cada cual según su trabajo» a la fórmula comunista «de cada cual según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades». Eso representará el paso radical de una economía, de la economía del socialismo, a otra economía superior, a la economía del comunismo.1

Si los comunistas recuerdan 1956 por algo, es por la denuncia secreta de Stalin hecha por Jrushchov. Lo que probablemente no comprenden es que el repudio de Jrushchov por Stalin no se extendía a sus ideas sobre las horas de trabajo y el comunismo. A partir de 1956, la URSS inicia una reducción programada de las horas de trabajo que, de concretarse, según lo planeado, para 1968, reduciría la semana laboral de 48 a 30 horas y duplicaría el salario mínimo de 250 rublos a más de 600 rublos.

La reducción de las horas de trabajo era vista como una parte esencial de la transición al comunismo que podría tal vez ser alcanzable ya para 1980.

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En 1961, la CIA estaba seriamente preocupada por el plan de la Unión Soviética de reducir las horas de trabajo sin que ello afectara su situación defensiva militar contra los Estados Unidos. La evaluación original del esfuerzo soviético por reducir las horas de trabajo, como parte de un esfuerzo deliberado para la transición al comunismo, se encuentra en el sitio web de la CIA.2 El seguimiento de la evaluación original, realizado por David Bronson en la Universidad de Columbia en 1968 está disponible aquí.3

La Agencia Central de Inteligencia (CIA) revisó el programa en 1961. Su interés era descubrir la motivación de los soviéticos para reducir las horas de trabajo en medio de la guerra fría, y evaluar si un programa tan audaz era factible sin con ello comprometer el desarrollo de la defensa soviética. El interés de la CIA en la motivación de los soviéticos para perseguir la reducción planificada de las horas de trabajo se basaba en el supuesto de que, a medida que los trabajadores proporcionaran menos horas de trabajo al plan central soviético, les resultaría a éstos más difícil mantener el desarrollo de su defensa. ¿Por qué emprenderían deliberadamente los soviéticos un programa que, de tener éxito, virtualmente garantizaría un programa de defensa menos sólido?

Los analistas de la CIA admitían que la reducción de las horas de trabajo era una postura del movimiento comunista a largo plazo. Estaba claro que los soviéticos habían buscado este tipo de reducción durante mucho tiempo, desde los primeros esfuerzos por establecer la jornada de ocho horas. Y estaba claro que el liderazgo de los soviéticos bajo Jrushchov describía el comunismo en términos de una jornada laboral de no más de 3 a 4 horas para 1980.

Por dar una idea de cuán audaces eran las ideas soviéticas sobre la duración de la jornada laboral en ese momento, Keynes predijo que el Reino Unido podría alcanzar la jornada de tres horas aproximadamente para el año 2030. Jrushchov proponía que la Unión Soviética podría alcanzar el objetivo de Keynes cincuenta años antes que dicha potencia industrial capitalista avanzada. Por tanto, el establecimiento de la semana laboral de treinta horas habría tenido un gran valor propagandístico para el sistema soviético contra Occidente.

A pesar del evidente valor histórico, político e ideológico de la reducción drástica de las horas de trabajo como la que estaba prevista, los analistas de la CIA asumieron que dicha reducción tendría costos en términos del ritmo de construcción de la defensa soviética. ¿Por qué estarían dispuestos los soviéticos a pagar este costo? ¿Había factores influyentes en el ritmo de construcción de la defensa soviética que Washington no había sospechado cuando comenzó la Guerra Fría?

Lo impactante de la reducción planificada soviética de las horas de trabajo es que implicaría que la Unión Soviética podría efectivamente igualar los gastos de Estados Unidos incluso con la reducción de las horas de trabajo; que la Unión Soviética tenía vastos recursos a los que recurrir para igualar el gasto militar estadounidense y que podía seguir recortando las horas de trabajo en su marcha hacia el comunismo pleno.

Esto implicaba que la Unión Soviética estaba luchando contra Estados Unidos con una sola mano.

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Lo que descubrió la CIA fue que, la reducción de las horas de trabajo, en lugar de ser un impedimento para la producción, en realidad la estimulaba. Al reducir las horas de trabajo, dicen los analistas, la Unión Soviética podía resolver una serie de problemas que antes no podía resolver:

Los administradores soviéticos se han visto obligados a realizar cambios beneficiosos, pero anteriormente descuidados, en los métodos de operación, aumentando con esto la eficiencia en el sector no agrícola considerablemente, con una cantidad mínima de nueva inversión. Por último, la semana laboral reducida, junto con un mayor salario por hora, ha ayudado a aliviar la presión del mercado laboral urbano, cada vez más ajustado, al proporcionar un incentivo particular para que las amas de casa y los jóvenes busquen empleo.

La Unión Soviética tenía una enorme reserva oculta de fuerza de trabajo, que asumía la forma de colosales ineficiencias en el empleo de mano de obra en la producción y una enorme reserva industrial de, en su mayoría, trabajadoras mujeres. Al reducir las horas de los trabajadores ya empleados, los soviéticos obligaban a los administradores a emplear el trabajo de manera más eficiente. Esto además atraía a la producción a mujeres imposibilitadas de trabajar la mayor cantidad de horas anterior. Al forzar a los administradores a introducir nuevas tecnologías y nuevos métodos de producción, los soviéticos habían aprovechado el potencial productivo adicional a un costo adicional mínimo o nulo para el plan estatal y, por lo tanto, a costo bajo o nulo para la construcción de su defensa.

Según la CIA, estas reservas ocultas de trabajo adquirían la forma de una

falta de sincronización de los flujos de producción, una mejor asignación de los trabajadores primarios y secundarios, y la eliminación del tiempo de inactividad aparente en muchos estudios de tiempos y movimientos … para reducir el retraso de los empleados y el “tiempo de inactividad” de las máquinas”. También asumían la forma de administradores que acumulaban mano de obra “para asegurarse contra el incumplimiento del plan de producción, al mantener una reserva de mano de obra y otros insumos utilizables hasta el final del período del plan o para el cumplimiento de otras metas lucrativas de producción prioritaria.

Al reducir las horas de trabajo, los soviéticos estaban “limpiando el terreno”, por así decirlo; obligando a los administradores a liberar sus reservas de mano de obra.

Sorprendentemente, incluso mientras reducía las horas de trabajo, el Estado redujo también su ejército en más de un millón de tropas. La Unión Soviética podía jactarse de poder igualarse aproximadamente en poder militar a los Estados Unidos incluso mientras reducía las horas de trabajo de los trabajadores.

Contrario a muchos marxistas de hoy, que sostienen que la Unión Soviética no podía reducir las horas de trabajo debido a sus necesidades de defensa, la CIA en ese momento estaba preocupada de que la Unión Soviética probase que ambas cosas podían hacerse en simultáneo.

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Casi se puede sentir la confusión de los analistas de la CIA en su intento por darle sentido a la reducción de las horas de trabajo:

En vista de la aparente inclinación del régimen en el pasado por expandir constantemente la producción de bienes físicos a tasas máximas, cualquier acción que redujera sustancialmente el potencial aumento de la producción podría considerarse irracional.

Es el comprensible desconcierto de este grupo de analistas, que confunde la producción de valores de uso con la producción de valor. La magnitud de la producción de valor es una función de las horas de trabajo, mientras que la producción de valores de uso no tiene una relación necesaria con el trabajo. Es posible, por tanto, (al menos en teoría) que aumente la producción del producto físico incluso cuando el tiempo de trabajo dedicado a esta producción está rápidamente disminuyendo.

Operando desde las premisas de una economía monetaria, en la que la producción física se mide en términos monetarios, los analistas de la CIA no estaban capacitados para analizar una economía planificada. Por eso les pareció que la Unión Soviética estaba “renunciando” a la potencial producción para “pagar” por el tiempo libre. Vuelven a este tema una y otra vez, preguntándose si la reducción de las horas de trabajo es un “bien gratuito o de bajo costo”.

Por dar un ejemplo de lo que quiero decir: si después de la reducción de las horas de trabajo el sector del calzado aún pudiera producir los zapatos suficientes para abastecer a todo el país, el capitalista típico se preguntaría: ¿por qué debería parar ahí la producción? ¿Por qué no continuar el trabajo hasta producir el doble de zapatos de los que necesita el país?

En una economía monetaria, estos zapatos adicionales tomarían la forma de ganancias para el sector del calzado. Pero estas ganancias solo existen en forma ideal, como una masa de zapatos que ahora habría que vender por dinero. Básicamente, para efectuar como ganancia esos zapatos adicionales, la Unión Soviética debería exportar zapatos a otras regiones del mercado mundial.

Sin embargo, en las condiciones de una economía cerrada y planificada, habiendo logrado la autosuficiencia en zapatos, la Unión Soviética no tenía otra opción, bajo el plan, que parar la producción en el punto en que la necesidad de zapatos fuera satisfecha. Había que liberar ese tiempo de trabajo adicional del sector del calzado.

Para los analistas de la CIA, sin embargo, esta detención de la producción en el punto en el que ya se satisfizo la necesidad de zapatos aparece como una pérdida del producto. El tiempo liberado, en forma de “ocio”, aparece, en términos de la producción perdida, como el costo de este “ocio”. Se pasan mucho tiempo tratando de comprender la lógica económica tras el programa soviético:

[El] régimen pudo haber estado consciente de los costos del programa en algún momento del proceso de formulación de las políticas, pero estaba dispuesto a renunciar al aumento potencial de la producción para avanzar hacia el objetivo de un mayor ocio, para controlar el potencial de rápidos aumentos salariales alterando las normas laborales, o para tener a raya a los administradores soviéticos. Como alternativa, el régimen pudo haber evaluado erróneamente el programa, como si no tuviera costos.

En su opinión, la Unión Soviética estaba optando por pagar este “costo” con fines propagandísticos o ideológicos, o estaba utilizando la reducción de horas como un arma administrativa para obligar a los administradores a usar la mano de obra de manera más eficiente, para movilizar las reservas laborales ocultas en las empresas.

El tiempo libre como un fin en sí mismo, como comunismo, no existía para los analistas de la CIA, que solo podían concebir el tiempo libre como producción perdida.

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Según los analistas de la CIA, la reducción soviética de las horas de trabajo pasó por dos períodos y se acercaba rápidamente a un tercero. El primer período resultó en la mejora de la eficiencia en el empleo de la fuerza de trabajo existente. El segundo período se caracterizó por una mayor participación de mujeres y jóvenes en la producción.

En el primer período, entonces, la reducción de horas obligaba a las empresas a aprovechar sus reservas ocultas, que existían en la forma de mano de obra acaparada. Esto significaba que se podía lograr una producción adicional sin ningún gasto adicional en salarios. No tenía ningún costo, básicamente porque los salarios ya se estaban pagados, pero los trabajadores, inactivos. En el segundo período, por el contrario, y particularmente en la industria ligera, el mantenimiento o el aumento de la producción se logra mediante el empleo adicional.

Así, la reducción de horas de trabajo en los períodos uno y dos tuvo el efecto de aumentar la eficiencia y el empleo. Estos dos efectos han sido teorizados por muchos defensores de la reducción de horas de trabajo en la actualidad y parecen confirmados por la experiencia soviética.

Pero hay un tercer efecto de la reducción de las horas de trabajo que no se menciona en el análisis: la reducción de horas permite que los trabajadores mantengan una mayor intensidad de trabajo, pues esta intensidad debe mantenerse por un período más corto de tiempo. Si bien el análisis no aborda directamente este problema, los analistas sí señalan que la oposición a objetivos de producción más elevados (a la aceleración) disminuye considerablemente después de que se acortan las horas de trabajo.

La fuerza laboral trabaja más intensamente, pero la duración de este trabajo se acorta considerablemente.

En su conjunto, los efectos de la eficiencia, la intensidad y el empleo fueron predichos por la teoría de Marx y discutidos en El Capital, volumen 1, capítulo 15. La experiencia soviética demostró así la afirmación de Marx de que la densidad de la jornada laboral podría aumentarse trabajando menos horas. Se podía producir más en menos tiempo del que se producía anteriormente en más horas de trabajo.

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Los verdaderos problemas que enfrentó la Unión Soviética para hacer la transición al comunismo no surgieron sino hasta el tercer período. Hablaré de eso a continuación.

II. Cómo es que el argumento de un solo economista ayudó a matar a la URSS

Obviamente, la Unión Soviética nunca logró convertirse en una sociedad plenamente comunista, pero lo que no está claro es por qué no logró su objetivo y por qué colapsó posteriormente. Moishe Postone ha sugerido que el colapso de la Unión Soviética debe verse en el contexto del fracaso global del movimiento obrero después de 1970 aproximadamente. Esto tiene sentido, pero es solo una sugerencia, no una explicación. Sugiere que las mismas fuerzas que llevaron al neoliberalismo en Occidente también actuaron dentro de la Unión Soviética, aunque quizás de forma diferente.

Lo que sabemos son los hechos históricos: primero, Jrushchov fue reemplazado por Brezhnev y el objetivo del comunismo para 1980 parece haber desaparecido de la bibliografía poco después de esto. En segundo lugar, entre 1961, cuando la CIA redactó su informe, y 1968, cuando estaba programado que la URSS redujera las horas de trabajo a 30-35 horas por semana, no se produjo ninguna reducción sustancial. Se propusieron varios objetivos para la reducción de la jornada laboral, pero entre 1961 y 1989 las horas de trabajo en la Unión Soviética se mantuvieron al parecer más o menos en las 40 horas. La semana laboral se redujo de 6 días a 5 días, pero la jornada laboral se incrementó de 7 a 8,5 horas. Este cambio en el patrón de horas de trabajo parece reflejar el deseo de los soviéticos de maximizar la producción, y no de reducir las horas totales de trabajo de la clase trabajadora.

La historia de cómo este cambio pudo haber llevado al colapso de la Unión Soviética probablemente nunca se ha contado, hasta ahora.

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En 1989, antes de una reunión de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, Abel G. Aganbegyan, un importante asesor económico de Gorbachov y uno de los arquitectos de la Perestroika, habló sobre los esfuerzos para reformar la economía soviética. La situación económica y política era terrible, en unos meses la Unión Soviética desaparecería para siempre. La gravedad de la situación fue totalmente evidente en el discurso que pronunció Aganbegyan esa noche:

Debemos reconocer con tristeza que el nivel de vida de nuestro pueblo no se corresponde con la posición de nuestro país en el mundo, su poderío industrial, el nivel de desarrollo de su ciencia y tecnología y el nivel de educación generalmente alto de su población. Nuestra gente vive peor de lo que podría. Los últimos 15 a 20 años antes de la perestroika, los años de estancamiento, fueron particularmente desfavorables. Durante ese período, más de la mitad del producto nacional bruto se destinó a inversiones de capital – lo cual es excesivo para nuestro país – inversiones destinadas a poner en producción cada vez más recursos, para una cada vez mayor expansión de la producción. Además, hubo grandes aportaciones militares. Por otro lado, solo una pequeña parte del producto nacional bruto se destina al consumo de la población, en particular al consumo personal.4

En solo treinta cortos años, la Unión Soviética había pasado de imaginar una sociedad comunista completamente desarrollada, a estar en su lecho de muerte. ¿Cómo habían tomado las cosas un giro tan terrible para el pueblo soviético? Según Abel G. Aganbegyan, esta terrible situación fue el resultado de dos décadas de sobreinversión en el sector de capital de la economía:

En el pasado, nuestra economía se desarrollaba principalmente por medios extensivos, mediante la aplicación de recursos productivos adicionales, y la atención se dirigía principalmente hacia la dimensión de la producción, hacia la expansión de la esfera de la producción, mientras que ahora queremos volver a los métodos intensivos y desarrollarnos mejorando la eficiencia y la calidad, haciendo de la revolución tecnológica la fuente clave del desarrollo. Nuestro nivel de vida dependerá en última instancia de qué tan bien podamos aumentar la eficacia y la productividad del trabajo.

La descripción de Aganbegyan de los problemas de la economía soviética suena muy similar a los problemas que los analistas de la CIA predijeron que enfrentaría la Unión Soviética a medida que siguiera reduciendo las horas de trabajo. En el primer y segundo período de la reducción de horas de trabajo, escribieron los analistas de la CIA, la economía soviética había aprovechado la fruta madura colgando del árbol, en la forma de reservas de mano de obra que podían movilizarse: el excedente de trabajadores acumulados en las empresas, y mujeres y jóvenes que aún no estaban ingresando a la fuerza laboral.

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En el tercer período, sin embargo, los analistas predijeron que los soviéticos ya no podrían depender de sus reservas de trabajo para mantener o aumentar los objetivos de producción planificados. Para mantener el ritmo de expansión de la producción mientras se reducían las horas de trabajo, los soviéticos tendrían que aumentar el empleo de máquinas mejoradas en lugar del trabajo vivo:

Aunque el aumento del ocio obtenido por el trabajador-consumidor soviético durante 1956-60 puede haber sido “gratuito” o “de bajo costo” en términos de la producción potencial perdida, este resultado parece haber sido singular, ocasionado por la existencia de considerables “reservas internas” en muchas empresas soviéticas y por las dificultades (costos) a corto plazo de convertir estas reservas en una mayor producción física. El costo de las nuevas reducciones de horas durante 1964-68, en términos de la producción perdida, probablemente será mucho más alto y podría representar los costos de cumplir una meta comunista a largo plazo o, alternativamente, los costos de mantener una “combinación” planificada de la producción física en la que los bienes de consumo tienen una prioridad relativamente baja. La mayor reducción de horas sin la consiguiente reducción de los ingresos semanales reales, por lo tanto, puede depender fuertemente de la introducción exitosa de nueva tecnología y de la habilidad del sistema de administración planificada soviética de instalar nuevo equipamiento y de usar las nuevas técnicas de manera eficiente.

Esto es coherente con la predicción de Marx en El Capital, volumen uno, capítulo 15 de que, en cierto punto, exprimir más la producción de la fuerza de trabajo requeriría la introducción de nuevas tecnologías. La reducción de las horas de trabajo de 41 horas en 1961 a 30 o 35 horas en 1968 requería acelerar el desarrollo de las fuerzas productivas: acelerar la automatización y la sustitución del trabajo vivo por máquinas en la producción de mercancías. Para mantener el ritmo de la reducción de las horas de trabajo como lo exigía el programa de 1961, el mecanismo económico soviético tendría que acelerar, no disminuir, la inversión de capital.

Según Aganbegyan, gran parte del desastre que amenazó a la existencia misma de la Unión Soviética fue el resultado de una economía planificada que enfatizó la expansión constante de los medios de producción a expensas del consumo social. Lo que Aganbegyan no advirtió en su conferencia de esa noche fue el papel que él personalmente había desempeñado en forzar el desarrollo de la Unión Soviética en esa dirección.

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En 1960, los soviéticos se embarcaron en un plan que, de tener éxito, habría reducido las horas de trabajo de 41 horas a la semana a 30-35 horas a la semana para 1968, incluso con la duplicación con creces del salario mínimo desde 250 rublos a 600 rublos. Los líderes soviéticos, como Jrushchov, hablaron abiertamente de una jornada laboral de no más de 3-4 horas para 1980, más de cinco décadas antes de la predicción de Keynes de una jornada de tres horas para 2030.

Lo que Aganbegyan se olvidó de decirle a la audiencia que oía su presentación es que él, personalmente, había escrito un importante artículo económico que ayudó a justificar la ruptura de este compromiso con el tiempo libre en favor de un programa económico que comprometía a la economía soviética a maximizar la producción, en vez del comunismo. El desastre del que habló el Dr. Aganbegyan esa noche fue uno al que él ayudó a contribuir, y para el que él recetó más de la misma medicina:

Nuestro nivel de vida dependerá en última instancia de qué tan bien podamos aumentar la eficacia y la productividad del trabajo.

Afortunadamente, el papel de Aganbegyan en el desastre que finalmente condujo al colapso de la Unión Soviética se detalla y se conserva en un artículo de David W. Bronson escrito en 1968, La experiencia soviética con la reducción de la semana laboral.5 En ese artículo, Bronson vuelve al tema original del análisis de la CIA de 1961, la reducción de las horas de trabajo en la Unión Soviética y la idea que planteó Jrushchov de que el comunismo sería realizable para 1980.

El artículo encontró que los esfuerzos para reducir las horas de trabajo habían flaqueado y se detuvieron por completo después de 1961. Se hicieron algunos esfuerzos para reducir el número de días trabajados por semana, de seis a cinco, pero este cambio se logró sin una reducción de las horas de trabajo. En lugar de una semana laboral de 6 días y 41 horas, la URSS pasó a una semana laboral de 5 días y 8 horas diarias, lo que deja el total de horas casi sin cambios. Bronson señaló perspicazmente que este cambio reflejaba “el tácito abandono de una doctrina soviética de larga data, que preveía una jornada laboral y una semana laboral cada vez más cortas”.

Si bien la Unión Soviética nunca admitió realmente que la reducción de las horas de trabajo ya no era el objetivo de su plan de desarrollo, este cambio fundamental de rumbo de hecho sí se había producido.

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Según Bronson (1968), el motivo para pasar a una semana laboral de cinco días sin cambiar el número total de horas era simplemente porque el sexto día de trabajo era generalmente de menor calidad en términos de producción:

La menor productividad con la semana laboral de 6 días se debía, en parte, a una pérdida del tiempo de trabajo del 15 al 20 por ciento por detenciones de la maquinaria, la ausencia laboral, etc. El nuevo horario, que supuestamente ha reducido estas pérdidas a la mitad, ataca el problema reduciendo el número de períodos de trabajo en los que el tiempo perdido es mayor: la puesta en marcha y la parada, los turnos de sábado y de noche.

Las primeras y últimas horas de la jornada laboral tienden a ser las menos productivas, según los soviéticos. En un taller de máquinas en los Urales, por ejemplo, más del 40 por ciento de todo el tiempo perdido durante el turno normal de 7 horas ocurría durante el período de puesta en marcha y de cierre. Algunos trabajadores llegaban tarde, otros se iban temprano, las máquinas necesitaban suministros, se requería algo de tiempo para que el proceso de producción alcanzara la máxima velocidad y durante la última hora algunos trabajadores mantenían el ojo en el reloj. Bajo el nuevo horario, el tiempo de inicio y cierre se reduce en 1/6 (mediante la reducción de 6 a 5 días laborales por semana) sin afectar el tiempo total de trabajo.

Los planificadores soviéticos descubrieron que los turnos de sábado y de noche contribuían a una serie de problemas laborales, incluidos el ausentismo, la fatiga, los retrasos o paros laborales, problemas de programación relacionados con ciertas prohibiciones sobre cuándo podían trabajar las mujeres y los jóvenes, pérdidas debidas al tiempo de inactividad de las máquinas, y a la preferencia de los trabajadores a tener más días libres consecutivos. Los economistas concluyeron que si el total de horas de trabajo se mantuviera aproximadamente constante (40 horas durante 5 días, en lugar de 41 horas durante 6 días), se podría exprimir más trabajo al trabajador durante menos días de trabajo.

Sin embargo, y enmarcado de esta manera, el objetivo de la reducción del tiempo de trabajo también fue sutilmente redefinido: la Unión Soviética ya no apuntaba a alcanzar las horas de trabajo más cortas del mundo; en cambio, se estaba considerando la reducción de la jornada laboral principalmente desde el punto de vista del aumento de la producción y la productividad laboral. Así, según Bronson, la reducción de los días de trabajo a la semana no tenía como objetivo liberar a los trabajadores del trabajo, sino de aumentar su productividad:

El Plan de Siete Años de Jrushchov especificaba que se recortaría una hora adicional de la semana laboral en 1962. El Plan también establecía que el cambio a una semana laboral de 35 horas se lograría “en los próximos 10 años”, y que la semana laboral sería reducida aún más durante la década siguiente. A pesar de estas promesas, no se han producido reducciones en el tiempo de trabajo programado desde 1960. En lugar de poner su énfasis en acortar las horas de trabajo, los economistas soviéticos, a principios de la década de 1960, dirigieron sus escritos más a la duración óptima de la jornada laboral y a la programación del tiempo de trabajo.

Según el programa original de reducción de horas laborales, la semana laboral debería haber sido de 5 a 10 horas más corta en 1968 de lo que realmente era. En cambio, los planificadores se afanaron en el intento de establecer la duración “óptima” de la jornada laboral, que, como era de esperar, era prácticamente la misma que las horas reales. Los economistas soviéticos propusieron una serie de teorías falsas sobre por qué una semana laboral de 8 horas y 5 días era la duración óptima para la producción.

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Abel G. Aganbegyan escribió un artículo en el que argumentó que la semana laboral de 8 horas y cinco días era el horario ideal para maximizar la producción:

El profesor Abel G. Aganbegyan, uno de los economistas soviéticos de la nueva generación, argumenta a favor de la optimización de una jornada laboral de 8 horas únicamente por sus ventajas de productividad y bienestar. Sostiene que la producción adicional que se obtiene trabajando más de 8 horas diarias es muy pequeña, mientras que la reducción de la producción en jornadas laborales de 6 o 7 horas de duración es bastante sustancial. Por tanto, la reducción de la duración de la jornada laboral implicará inevitablemente sacrificar los ingresos reales por un mayor ocio. En 1966, otro economista soviético declaró que en el nivel actual no es conveniente buscar un acortamiento de la jornada laboral… en el futuro, la jornada laboral normal será de 6 a 8 horas y la reducción del tiempo de trabajo probablemente se producirá en forma de más feriados y vacaciones más largas.

Se había producido un cambio general y sutil de énfasis en la forma en que los planificadores soviéticos evaluaban las horas de trabajo:

Los economistas soviéticos empezaron a preocuparse por el costo en términos de la producción perdida de las nuevas reducciones en el tiempo de trabajo por persona. Sin duda, esta preocupación se reflejó en la decisión del liderazgo de dejar de lado la reducción programada del tiempo de trabajo y abandonar, al menos temporalmente, el objetivo de instituir la jornada laboral más corta del mundo. La preocupación de los economistas por la producción también se reflejó en el esfuerzo por elegir un programa que maximizara la producción para una duración determinada de la semana laboral. Este esfuerzo se basa en el análisis soviético de experimentos con la semana laboral de 5 días que se han realizado durante diez años.

Las horas de trabajo se estaban eligiendo no para maximizar el tiempo libre de los productores sociales y como un camino hacia una sociedad plenamente comunista, como se había argumentado al menos anteriormente, sino para maximizar la producción del producto excedente por sobre las necesidades de los productores.

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Si Bronson tiene razón en su evaluación de 1968 de que se trataba de “el tácito abandono de una doctrina soviética de larga data, que preveía una jornada laboral y una semana laboral cada vez más cortas”, ese abandono puede explicar por qué la Unión Soviética colapsó dos décadas después.

Pasaré a esta idea en la última parte de esta serie.

III. Cómo es que la reducción de la jornada laboral provocó el colapso de la URSS6

¿Qué fue lo que condujo a lo que Bronson llama “el tácito abandono de una doctrina soviética de larga data que preveía una jornada laboral y una semana laboral cada vez más cortas” y, en última instancia, a una sociedad comunista plenamente desarrollada? ¿Y cómo pudo este tácito abandono haber contribuido al colapso del modo de producción soviético?

En su ensayo, Lecciones de la desaparición del socialismo de Estado en la Unión Soviética y China, el autor, David M. Kotz sostiene que la Unión Soviética en realidad no colapsó. Fue desmantelada por un grupo de personas comprometidas con la creación de una sociedad capitalista en su lugar:

Como mostramos en Kotz y Weir (1997, cap. 5), la economía planificada soviética no colapsó. A pesar de algunas alteraciones en la legislación de la reforma económica que entró en vigor en 1988, la producción real y el consumo agregado real crecieron continuamente desde 1985 hasta la primera mitad de 1990 … El registro muestra que la economía planificada soviética no colapsó – fue desmantelada por medios políticos, a medida que el poder pasaba de Gorbachov a Boris Yeltsin y la coalición pro-capitalista.

El argumento de Kotz se basa en el supuesto de que las reformas de 1988 no fueron en sí mismas una expresión del colapso, pero ¿es esto cierto? Quiero sugerir que el colapso de la Unión Soviética comenzó mucho antes de los eventos de 1989-1991. El colapso de la Unión Soviética comenzó con el abandono tácito de los soviéticos de la reducción progresiva del tiempo de trabajo y de una sociedad comunista plenamente desarrollada.

El colapso de la Unión Soviética comienza, en otras palabras, mucho antes del intento de reformar el mecanismo económico; comienza en la década de 1960 con la decisión de los soviéticos de renunciar a la reducción de las horas de trabajo a favor de maximizar la producción.

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Primero, quiero desafiar la línea de tiempo de David M. Kotz sobre este tema. La crisis parece no comenzar en la década de 1980, como sugieren Kotz y Weir (1997). Según la CIA, se parece más a esto:

1958: La Unión Soviética se embarca en un esfuerzo audaz y sin precedentes para crear una sociedad comunista en el entonces previsible futuro:

En noviembre de 1958, Jrushchov presentó las tesis sobre el plan económico de 1959 a 1965 al Comité Central del Partido Comunista. Se jactó del progreso económico pasado y dijo que en el próximo período, el de la construcción a gran escala de una sociedad comunista, las principales tareas serían “la creación de la base técnico-material del comunismo; el fortalecimiento adicional del poder económico y defensivo de la URSS; y al mismo tiempo, la satisfacción más plena de las crecientes necesidades materiales y espirituales del pueblo soviético”. (James Noren, Análisis de la economía soviética de la CIA,7 1998)

1961: Según la CIA, la reducción inicial de las horas de trabajo parece haber tenido un impacto significativo y positivo en la tasa de crecimiento:

La reducción de la semana laboral durante 1956-60 ha contribuido a la solución de varios problemas importantes que enfrenta el liderazgo soviético en los últimos años, incluida la necesidad de restablecer el control sobre los salarios, mejorar la eficiencia económica y adaptarse a un mercado laboral urbano cada vez más estricto. Mediante el programa, se han elevado los niveles de vida (a través de un ocio mayor) y se ha calmado la resistencia a los ajustes al alza de las normas laborales antes experimentada. Los administradores soviéticos se han visto obligados a realizar cambios beneficiosos, pero anteriormente desatendidos, en los métodos de operación, aumentando así drásticamente la eficiencia en el sector no agrícola con una cantidad mínima de nueva inversión. Finalmente, la semana laboral reducida, junto con el salario por hora más alto, han contribuido a aliviar el apuro del cada vez más apretado mercado laboral urbano al proporcionar un incentivo particular para que las amas de casa y los jóvenes busquen empleo. (Agencia Central de Inteligencia, Evaluación del programa para reducir la semana laboral en la URSS,8 1961)

1963: Según los economistas que trabajan para la CIA, el crecimiento económico en la Unión Soviética comienza a desacelerarse, sin embargo, inicialmente debido a una serie de shocks económicos imprevistos:

Un poco más de tres años después del testimonio de Dulles, un importante artículo de la CIA, Trends in the Soviet Economy (Febrero de 1963), reconocía la caída de las tasas de crecimiento de la industria y la agricultura. En particular, la agricultura se había visto afectada por una serie de cosechas malas o mediocres. Como resultado de la aceleración del gasto en defensa, los recursos se comprometieron en exceso y sufrió el consumidor. En 1962, los precios de la carne aumentaron en un 30 por ciento, las reducciones programadas en los impuestos sobre la renta de las personas físicas se aplazaron para restringir la demanda de los consumidores y se redujo la construcción de viviendas. El documento cuestionaba si el liderazgo soviético toleraría una “construcción militar inclusiva” durante mucho tiempo, dada la política soviética “fundamental” a largo plazo de superar económicamente a Estados Unidos. Además, los consumidores insistían cada vez más en tener “alimentos de mejor calidad, viviendas dignas y más bienes de consumo duraderos”. Finalmente, los líderes soviéticos eran cada vez más conscientes de que las carreras armamentistas y espaciales estaban dañando el crecimiento económico mucho más en la URSS que en los Estados Unidos. (James Noren, Análisis de la economía soviética de la CIA, 1998)

Cito extensamente el análisis de la Agencia Central de Inteligencia con el fin de enfatizar la secuencia exacta de los eventos que condujeron a lo que el economista de la CIA, Bronson (1968), llama “el tácito abandono de una doctrina soviética de larga data que preveía una jornada laboral y una semana laboral cada vez más cortas”.

Es importante señalar que este tácito abandono no es una respuesta a la reducción inicial de las horas de trabajo, que, según los propios analistas de la CIA, elevó el nivel de vida de los ciudadanos soviéticos, aumentó la producción, obligó a cambios beneficiosos en los métodos de producción, mejoró la eficiencia del empleo del trabajo y aumentó la participación en la fuerza laboral. Por otro lado, los shocks de corta duración, como las malas cosechas, son una causa insuficiente para explicar las fuerzas que finalmente llevaron al colapso de la Unión Soviética.

Para explicar ese evento, probablemente necesitemos vincular estos shocks de corta duración con los defectos reales del modelo soviético.

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Como explica Kotz, el modelo soviético tenía características contradictorias. Aunque era una forma de producción social basada en la propiedad pública de los medios de producción, la sociedad estaba dominada por una camarilla relativamente pequeña de individuos que disfrutaban de un estilo de vida distinto al caracterísitco del de la mayoría de la clase trabajadora:

El estado soviético estaba dirigido por un grupo privilegiado de funcionarios, que no solo recibían altos ingresos monetarios sino que también tenían beneficios sustanciales que incluían tiendas especiales abastecidas con productos de alta calidad fabricados en empresas especiales (y que carecían de las largas colas que se encontraban en las tiendas ordinarias), viviendas construidas por empresas constructoras especiales, etc. Ya sea que se pueda considerar o no a este grupo como una clase dominante que se apropia de los excedentes, claramente era un grupo gobernante privilegiado que no tendría lugar en un sistema plenamente socialista.

Sin embargo, no importa cuán contrario a la gestión comunista sea, este grupo privilegiado era esencial para el modelo soviético de desarrollo de arriba-a-abajo:

Si bien el socialismo requiere de planificación económica, el sistema soviético utilizó una forma de planificación extremadamente centralizada, en la que se intentó dirigir, de una manera muy detallada, toda la economía soviética desde el centro en Moscú. Esto dejó a las empresas con poco papel que desempeñar, salvo el de ejecutar las órdenes desde arriba. Dentro de las empresas, el director general era la autoridad absoluta y las relaciones laborales eran estrictamente jerárquicas. Esta característica fue la única importante en guardar un gran parecido con la institución capitalista pertinente, aunque las relaciones sustantivas de poder eran diferentes en ciertos aspectos. Los trabajadores soviéticos carecían de sindicatos que buscaran defender activamente sus derechos, pero, como se señaló anteriormente, el pleno empleo les daba a los trabajadores un poder de negociación informal significativo, tanto individual como colectivamente.

Kotz trata a los estratos privilegiados básicamente como poco más que un factor de molestia en el modo de producción soviético, pero ¿era solo eso? Permítanme sugerir que el antagonismo entre la forma de gestión y el supuesto “poder de negociación informal” de los trabajadores era una explosiva combinación en busca de un detonante. Esta explosiva contradicción encontró su detonante en la reducción de las horas de trabajo iniciada en 1958.

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En su argumento de que la clase trabajadora disfrutaba de un significativo poder de negociación informal dentro del modo de producción soviético, Kotz simplemente se está tomando de Kalecki9 (1943), quien usó esta idea para explicar la resistencia de los capitalistas a las políticas de pleno empleo del estado fascista:

Hemos considerado las razones políticas de la oposición a la política de creación de empleo mediante el gasto público. Pero incluso si esta oposición fuera superada — como bien puede ser bajo la presión de las masas — el mantenimiento del pleno empleo provocaría cambios sociales y políticos que darían un nuevo impulso a la oposición de los empresarios. De hecho, en un régimen de pleno empleo permanente, el ‘despido’ dejaría de cumplir su función de medida disciplinaria. La posición social del jefe se vería socavada y la seguridad en sí misma y la conciencia de clase de la clase trabajadora crecerían. Las huelgas por aumentos salariales y mejoras en las condiciones de trabajo crearían tensión política. Es cierto que las ganancias serían más altas en un régimen de pleno empleo que en promedio bajo un laissez-faire; e incluso el aumento de los salarios resultante del mayor poder de negociación de los trabajadores tiene menos probabilidades de reducir las ganancias que de aumentar los precios y, por lo tanto, afecta negativamente sólo a los intereses rentistas. Pero la “disciplina en las fábricas” y la “estabilidad política” son más apreciadas por los líderes empresariales que las ganancias. Su instinto de clase les dice que el pleno empleo duradero no es sólido desde su punto de vista, y que el desempleo es una parte integral del sistema capitalista ‘normal’.

Probablemente puedas ver a dónde voy con este argumento de Kalecki, ¿cierto?

Supongamos que, en lugar de una política de pleno empleo característico de una economía fascista de posguerra, tenemos una economía de planificación centralizada comprometida con el pleno empleo de todos los recursos para maximizar lo que Jrushchov llamó “creación de la base técnico-material del comunismo; el fortalecimiento adicional del poder económico y defensivo de la URSS; y al mismo tiempo, la satisfacción más plena de las crecientes necesidades materiales y espirituales del pueblo soviético”.

Esta economía de planificación centralizada ya tiene que lidiar con el problema político de una clase trabajadora cuyo poder de negociación es significativo debido al pleno empleo; de hecho, comienza con esto, lo que dificulta incluso la gestión diaria de una empresa. Ahora, Jrushchov proponía que las horas de trabajo se redujeran drásticamente a 30 o 35 horas para 1968 y, con suerte, a 15 o 20 horas para 1980. ¿Cómo afecta esto el poder de negociación de la clase trabajadora contra el plan de gestión centralizada?

La reducción de las horas de trabajo, es decir, la creación de la base técnico-material del comunismo, se precipitaría hacia relaciones de producción soviéticas de arriba-a-abajo extremadamente centralizadas. Jrushchov (quizás sin saberlo) estaba proponiendo que el poder de negociación informal de los trabajadores recibiera una inyección masiva de esteroides; que el modo de producción duplicara el ya significativo poder de negociación de la clase trabajadora.

¿Cómo se expresa la contradicción entre la gestión de arriba-a-abajo extremadamente centralizada del modo de producción soviético y este poder de negociación altamente mejorado de la clase obrera frente al tipo de shocks de corta duración que el modo de producción soviético encontró en 1962- 63?

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En la narrativa idealizada de la mayoría de los socialistas, el socialismo no sufre las contradicciones del modo de producción capitalista que surgen de la ley del valor.

Stalin, al menos, no mantenía este punto de vista.

Según Stalin, mientras la fuerza de trabajo se comprara y vendiera como una mercancía,10 la ley del valor desempeñaba un papel en la economía:

En nuestro país, el ámbito de actuación de la ley del valor se extiende, en primer lugar, a la circulación de mercancías, al intercambio de mercancías mediante la compra y venta, el intercambio, principalmente, de artículos de consumo personal. Aquí, en esta esfera, la ley del valor conserva, dentro de ciertos límites, por supuesto, la función de regulador.

Pero el funcionamiento de la ley del valor no se limita al ámbito de la circulación de mercancías. También se extiende a la producción. Es cierto que la ley del valor no tiene una función reguladora en nuestra producción socialista, pero sin embargo influye en la producción, y este hecho no puede ignorarse a la hora de dirigir la producción. De hecho, los bienes de consumo, que son necesarios para compensar la fuerza de trabajo gastada en el proceso de producción, son producidos y realizados en nuestro país como mercancías sometidas a la operación de la ley del valor. Es precisamente aquí donde la ley del valor ejerce su influencia sobre la producción. A este respecto, aspectos como la contabilidad de costos y la rentabilidad, los costos de producción, los precios, etc., son de importancia real en nuestras empresas. En consecuencia, nuestras empresas no pueden, ni deben, funcionar sin tomar en cuenta la ley del valor.

Reformulando el argumento de Stalin en los términos más simples posibles: siempre que la fuerza de trabajo se comprara y vendiera en el modo de producción soviético, el conflicto entre el mecanismo del plan central del estado soviético y la clase trabajadora era expresión de la ley del valor. Este conflicto sobre la división del producto social surgía directamente de la continuación de la esclavitud asalariada dentro de relaciones de producción ostensiblemente socialistas.

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Si Stalin tiene razón, cuando los shocks económicos transitorios, como las cosechas pobres o mediocres, golpean a la economía soviética, en quién reaería el peso de estos shocks se convertía en una cuestión de conflicto político entre el estado y la clase trabajadora. Al intentar la expansión simultánea de la inversión, el consumo y el ejército, por un lado, y la reducción de las horas de trabajo, por otro lado, Jrushchov dejaba muy poco margen de maniobra en caso de shocks económicos imprevistos.

Es importante reconocer esto, precisamente porque la producción (en la forma de los administradores de las empresas) y la defensa (en la forma de los militares) tenían asientos en la mesa donde se tomaban las decisiones sobre cómo responder a shocks imprevistos. Debido al carácter de arriba-a-abajo del modo de producción soviético, la clase obrera no tenía un asiento en ese lugar donde se tomaban las decisiones, pero debido al pleno empleo, la clase obrera aún poseía un poder de negociación significativo y que podía demostrar tanto individual como colectivamente.

La forma en que se resolvería este conflicto fue probablemente telegrafiada, al menos inicialmente, por la decisión de 1962 de reducir el consumo de la clase trabajadora aumentando los precios y los impuestos. La Unión Soviética estaba dando la espalda al esfuerzo por realizar la base técnico-material del comunismo precisamente porque la realización de la base técnico-material del comunismo, es decir, la reducción de las horas de trabajo, amenazaba a la gestión centralizada de arriba-a-abajo de la sociedad que había resultado ser tan impresionante en las primeras fases de desarrollo de las fuerzas productivas.

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Al menos en teoría, para mantener su control sobre la producción, el grupo privilegiado de funcionarios, que operaba esencialmente como “una clase dominante que se apropia de los excedentes”, tuvo que retroceder en la reducción de las horas de trabajo y, en última instancia, del comunismo mismo, porque esto implicaba efectivamente que la clase trabajadora tuviese un mayor control sobre la producción. Además, permítaseme enfatizar que este estrato gobernante tenía que ir más allá de simplemente mantener su posición privilegiada en la producción. Para mantener realmente su control sobre la producción, este estrato tenía que convertirse en una clase dominante; tenían que convertirse en explotadores de la clase trabajadora por derecho propio.

Yeltsin y su equipo no desafiaron las reformas de Gorbachov. Esas reformas estaban destinadas esencialmente a intensificar la explotación de los trabajadores soviéticos. Lo que hicieron Yeltsin y su equipo fue llevar las reformas de Gorbachov a su conclusión última: el colapso del modo de producción soviético.


Notas

1 La cita corresponde al escrito de J. Stalin Los errores del camarada Yaroshenko, fechada el 25 de mayo de 1952.

2 https://web.archive.org/web/20120531114209/http:/www.foia.cia.gov/docs/DOC_0000380591/DOC_0000380591.pdf

3 https://sci-hub.se/https://www.jstor.org/stable/2520459#page_scan_tab_contents

4 http://unctad.org/en/Docs/prebisch4th_aganbegyan_en.pdf

5 https://sci-hub.se/https://www.jstor.org/stable/2520459#page_scan_tab_contents

6 Perdón por el uso intensivo de citas directas en esta publicación. Me parece necesario hacerlo porque quiero demostrar en detalle mi cadena de razonamiento para llegar a la conclusión, que reconozco controvertida, de que la Unión Soviética no fue “desmantelada”, como alegan algunos marxistas, sino que colapsó directamente a causa del funcionamiento de la ley del valor. – Jehu

7 https://www.cia.gov/resources/csi/static/Watching-the-Bear-2-Chap2-TheEconomy.pdf

8 https://web.archive.org/web/20120531114209/http:/www.foia.cia.gov/docs/DOC_0000380591/DOC_0000380591.pdf

9 https://delong.typepad.com/kalecki43.pdf

10 https://www.marxists.org/espanol/stalin/obras/oe15/Stalin%20-%20Obras%2015-15.pdf