Publicado en South Atlantic Quarterly, 119, 53-73.
Traducido por Iván Salazar, en chinamaoista.home.blog
¡¿Planificación central?! ¡¡Los ordenadores pueden hacerlo!! Entre las intuiciones que animan a la izquierda contemporánea, debemos poner muy alto el sentimiento de que las nuevas y poderosas tecnologías informáticas ofrecen ahora una solución a los problemas de cálculo que antes eran insuperables para los ojos rojos de los planificadores centrales de los estados socialistas “realmente existentes”. Esta es más o menos la idea central del reciente libro de Leigh Phillips y Michal Rozworski, The People’s Republic of Walmart, que recapitula una línea de argumentos expresados en libros prominentes como el de Nick Srnicek y Alex Williams, Inventing the Future y Postcapitalism y Postcapitalism de Paul Mason. Walmart y otras corporaciones demuestran que “la planificación económica a escala masiva se está realizando en la práctica con la ayuda de los avances tecnológicos, incluso cuando la disputa de sus infinitos datos… se supone que son posibles de superar” (Phillips y Rozworski 2019: 39).
Vincular la planificación y la computación es, por supuesto, casi una tautología. Un programa almacenado no es más que una serie de planes. Los primeros ordenadores se dedicaron a resolver cuestiones sobre el uso óptimo de los recursos en instituciones de planificación centralizada como el ejército. A lo largo del siglo XX, la tecnología informática y la técnica de planificación se desarrollaron de la mano, alimentadas por la generosa inversión del Departamento de Defensa. En las décadas inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, gran parte de esta actividad tuvo lugar en el espacio interdisciplinario de la cibernética, vinculando a los militares y sus programas tecnológicos con una serie de iniciativas del sector privado y de la sociedad civil. La cibernética fue popular entre los tecnócratas y los ejecutivos de las empresas porque parecía ofrecer formas más eficientes de planificar, automatizando la toma de decisiones. Pero apeló a los planificadores de izquierda porque estos nuevos métodos eficientes eran también más democráticos y menos dependientes de la toma de decisiones de arriba hacia abajo. Una piedra de toque aquí es el CyberSyn de Stafford Beer, construido para el gobierno socialista de Salvador Allende, y que ofrece a los planificadores de la economía nacionalizada información en tiempo real sobre la producción (Medina 2014). Más como un éxito retórico que práctico, CyberSyn ofrece para muchos hoy en día una visión de una historia contrafactual, en la que las economías igualitarias y planificadas por ordenador desplazaron al mercado. Sin embargo, desde el apogeo de la cibernética, la informática y la tecnología de la información han servido en gran medida de ayuda para un capitalismo en el que cada vez más aspectos de la vida social han pasado a la coordinación del mercado. Esto hace que el destino compartido de la informática y la planificación sea más difícil de comprender. Si tratamos la planificación y el mercado como opuestos, puede ser difícil ver los algoritmos de Uber o Amazon como algoritmos de planificación, aunque definitivamente lo son.
Parte del problema tiene que ver con lo que quieres decir con el término. La planificación fue central en el pensamiento del propio Marx en particular y el socialismo del siglo XIX más ampliamente, pero siempre vinculado a un estado de cosas específicamente emancipador. En los escritos de Marx, la planificación ofrece una alternativa a la caótica y derrochadora coordinación de la actividad humana por los mercados, la anarquía de los mercados, pero también una alternativa a la subordinación directa y personal de las relaciones sociales pre- capitalistas. La planificación en y como el comunismo hace que la actividad social no sólo sea transparente, superando las mistificaciones del fetichismo de las mercancías, sino que también sea trazable: “El velo no se quita del rostro del proceso de la vida social”, escribe Marx, en sus famosas observaciones sobre el “fetichismo de la mercancía” en El Capital “hasta que se convierta en producción de hombres libremente asociados, y esté bajo su control consciente y planificado” (Marx 1992: 173). Ya es necesario algún tipo de distinción, ya que la planificación de un intendente militar no se parece en nada a la planificación en la visión de Marx, ofreciendo a la amplia masa de gente involucrada -soldados en este caso- ni transparencia ni trazabilidad. Juzgado por tales estándares, la planificación actual por medio de algoritmos ofrece una coordinación de la actividad humana tan opaca e intratable como la del mercado. En la presentación de Marx, la planificación responde a las preguntas epistemológicas y prácticas a la vez: permite saber y hacer, ver y controlar. Pero esto no significa que la transparencia (la eliminación del velo de la mercancía) implique automáticamente la trazabilidad ni viceversa. Como veremos, muchas de las falsas promesas y confusiones de la planificación cibernética en la actualidad descienden de una mezcla de cuestiones de conocimiento con cuestiones de control práctico.
La planificación tal como se llevaba a cabo en los llamados países socialistas realmente existentes era a menudo opaca e ineficiente, plagada de una anarquía tan grande como la del mercado. Los planificadores carecían de conocimientos sobre la ubicación de los recursos, así como de sus valores relativos, pero, tal vez lo más importante, no tenían un mecanismo claro para reasignar esos recursos (Ticktin 1992; Filtzer 1986). Gran parte del debate y la discusión sobre la planificación se ha centrado en el “problema del cálculo socialista”, pero al hacerlo se pierde el punto: los problemas con el cálculo son sólo el comienzo.[1] Debajo de los problemas de cálculo se encuentran cuestiones de organización mucho más profundas. Lo que está en juego en la planificación no es simplemente la cuestión de si todos los recursos y todas las necesidades pueden registrarse y medirse en términos de tiempo de trabajo o de algún otro marcador numérico, no simplemente la transparencia de esos datos o su legibilidad en términos de una única medida. La cuestión más importante es la del control, es decir, si y cómo esa medida puede efectuar cambios en la distribución de esos recursos a fin de satisfacer esas necesidades en evolución. En la medida en que están involucrados los seres humanos, no se trata sólo de un problema técnico que debe resolverse mediante fórmulas matemáticas y algoritmos de cálculo, sino de un problema político que debe resolverse mediante la lucha de clases.
Del cálculo al control
La microeconomía de mediados de siglo se vio afectada por la cuestión del “cálculo socialista”. Nada menos que una figura central que Friedrich Hayek estableció como su principal tarea polémica la demostración de que tal cálculo era imposible (Hayek 1935: 207-13; 1945). La formulación de la teoría del equilibrio general de finales del siglo XIX de Léon Walras, tan central en la labor de las economías posteriores, había descrito el funcionamiento del mercado mediante la figura metafórica del pregonero o subastador, que hacía coincidir la oferta y la demanda mediante un proceso de prueba y error (tátonnement) (Walras 2010). La idea implícita de que una sola entidad podría poseer toda la información necesaria para el cotejo por ensayo y error fue, tal vez no sea sorprendente, aferrada por socialistas como Oskar Lange, quien, en respuesta a las críticas anticapitalistas y pro-capitalistas de la planificación central, literalizó la figura del “subastador” walrasiano (Lange 1938: 72-90). El ingenioso desafío de Hayek a este enfoque no se centró en la posibilidad del cálculo como tal, sino en la dificultad de reunir y centralizar con precisión los datos sobre los que se podían realizar esos cálculos. El dinero era, para Hayek, un instrumento sumamente sensible, casi místico, en la medida en que permitía que las señales de precios sirvieran como índices mínimos y universalmente inteligibles de los cambios subyacentes en la productividad o la oferta y la demanda que sólo podían ser reunidos por un depósito central con gran dificultad, y que podrían, para ser inteligibles, requerir formas de comprensión muy locales e incrustadas. En un caso, el aumento del precio de una determinada mercancía -Hayek da el ejemplo del estaño- refleja una nueva aplicación industrial que ha generado una nueva demanda; en otro, es el resultado del agotamiento de la oferta en las minas cercanas. Pero tal conocimiento no es necesario para todos en todas partes. Todo lo que los posibles compradores de estaño necesitan saber es que las condiciones subyacentes de la oferta y la demanda de recursos y mano de obra han cambiado. El precio permite a todos saber lo que necesitan saber sin presuponer que nadie lo sepa todo.
En la época de Hayek, parecía difícil y tal vez imposible reunir y transmitir información precisa sobre las cantidades reales de productos en bruto, intermedios, no terminados y terminados en cada lugar económico. Aún más difícil sería utilizar esa información para calcular los precios relativos o determinar la distribución óptima futura de esos recursos, examinando las cantidades potenciales de tales bienes. La tecnología de la información de 1940 no estaba ciertamente a la altura de tal tarea, y en su lugar el sistema de Lange y Lerner implicaba precios aproximados, o “de prueba”, que los planificadores podían utilizar para probar los valores relativos reales de los bienes en cuestión, de forma muy parecida a como se podría utilizar un globo meteorológico para probar la dirección del viento. Hoy, ochenta años después, los defensores de la planificación central utilizan el argumento de Hayek en contra de Hayek y sugieren que finalmente nos estamos acercando al punto en que tales cálculos pueden ser realizados por computadoras de alta potencia utilizando las técnicas algorítmicas más avanzadas. Lo que es más importante, los defensores de la planificación central sugieren que la revolución logística, con sus tecnologías de control y gestión de inventarios, ha demostrado la capacidad de controlar en tiempo real las cantidades de bienes en producción y circulación. La parte más fuerte del argumento de Hayek era que el “hombre en el lugar” sabía cosas sobre la producción que no podían ser abstraída de un compromiso encarnado con los sistemas técnicos locales (Hayek 1945: 521-22). Tal vez, los posibles descendientes algorítmicos de Lange y Lerner sugieren que hemos entrado en la era en la que los circuitos y sensores podían saber tanto o más que los trabajadores en el lugar.
El ensayo más conocido de Hayek sobre el tema, The Use of Knowledge in Society, siempre ha sido llamativo por la forma en que comparte elementos con el discurso de la cibernética tal como se estaba desarrollando entonces (Hayek 1945). Describe el mecanismo de precios como “un sistema de telecomunicaciones que permite a los productores individuales observar simplemente el movimiento de unos pocos indicadores, como un ingeniero podría observar las agujas de unos pocos diales”, anticipando algunos de los elementos de la teoría matemática de la comunicación que estaban desarrollando Claude Shannon y Warren Weaver (Shannon 1948; Hayek 1945: 527). En resumen, la cibernética postuló una teoría de entidades autodirigidas o con propósitos tan generales que se suponía que abarcaba animales, humanos, máquinas, organizaciones e incluso economías enteras. Para poder calificar de intencionada y autorregulada en el sentido muy simple de la cibernética, una entidad debe poseer tres capacidades: debe tener un sensor o receptor, por el que recibe información, un efector, por el que puede actuar sobre el mundo (o sobre sí misma), y algún mecanismo de cálculo o mediación, un procesador, que traduce las señales recibidas en acciones emprendidas; extremidades, ojos y oídos, cerebro.[2] En la medida en que las acciones emprendidas producen nuevas señales que, a su vez, producen nuevas acciones, podemos ver a tal entidad como actuando sobre sí misma, como auto-organizándose y auto-regulándose, dando “la apariencia de propósito en un sistema que no está construido con propósito” (Wiener 1954: 38). Este es el origen del término retroalimentación, o lo que Norbert Wiener describe, de manera útil, como “causalidad circular”: los efectos de la acción retroalimentan la información al actor y, como tal, producen más acción, de modo que se puede decir que el actor actúa sobre sí mismo. Para la cibernética, el control y la comunicación, la transparencia y la trazabilidad, son una misma cosa, ya que las señales recibidas se traducen inmediatamente en acción, produciendo más señales, y así sucesivamente. Para trazar las líneas cibernéticas de la descripción de Hayek del “sistema de precios” en términos de telecomunicaciones, podríamos decir que, en el capitalismo, el dinero es a la vez sensor y efector, al menos en la medida en que asumimos mercados competitivos y actores que buscan beneficios. Como sensor, el dinero mide el valor de varios bienes, registrando lo que los intérpretes de las observaciones de Hayek sobre el precio como telecomunicaciones han llegado a llamar “señales de precio”. Estas señales recibidas, entonces, motivan el comportamiento de varios capitalistas. En términos cibernéticos, la señal se procesa y las acciones se efectúan. Si el precio de un bien es muy alto en relación a los bienes componentes, los capitalistas se moverán hacia esa línea de producción, aumentando la oferta. O, si son productores que dependen del bien como un insumo, trabajarán más duro para economizar en él, o usarán una nueva técnica de producción que lo prescinda por completo. En ambos casos, los capitalistas ajustarán sus precios para captar más cuota de mercado o evitar que se vendan por debajo de la misma, lo que dará lugar a una nueva señal de precios y a nuevas acciones y así sucesivamente. El resultado es una coordinación económica que, aunque a menudo es indiferente a las verdaderas necesidades de los seres humanos, ajusta la oferta para satisfacer la demanda efectiva y desplaza los recursos (incluida la mano de obra) a las líneas de producción donde se necesitan -con el fin de obtener beneficios, si no el florecimiento humano- seleccionando la técnica más productiva y, por lo tanto, más rentable. Esto ocurre sin que una sola persona tome decisiones macroeconómicas; tiene lugar “a espaldas de los productores” y, de hecho, ningún productor es capaz de alterar el curso de ese desarrollo, ya que depende de la toma de decisiones distribuidas.
En comparación, la planificación central en el socialismo realmente existente se rompió en todos los niveles. Era una máquina que no funcionaba. La suposición de ambos lados del debate sobre el cálculo es que se trataba principalmente de un problema con la medición y el cálculo, más que, como se ha indicado anteriormente, un problema de control. En términos cibernéticos, la máquina tenía malos sensores y un mal procesador, incapaz de medir el valor relativo de los bienes o incluso saber cuánto se estaba produciendo y dónde. Si bien esto es ciertamente cierto, los defectos más graves de la planificación central realmente existente estaban del lado de sus efectores figurativos. Los planificadores no tenían una forma fiable de actuar con la información que poseían, ni una forma de distribuir y reasignar los recursos en función de las necesidades de las unidades productivas y los consumidores. Como Donald Filtzer deja claro en su excelente libro Soviet Workers and Stalinist Industrialization, en la URSS los gerentes responsables de llevar a cabo el plan establecido por la administración de alto nivel no tenían nada que pudiera reemplazar la disciplina laboral del salario y asegurar el cumplimiento en el lugar de trabajo. Aunque se requería que la gente trabajara para ganar dinero para sobrevivir, no podían, como en el capitalismo, simplemente ser cortados y abandonados a su suerte si resultaban ser malos trabajadores:
Privados de cualquier medio para defender sus intereses colectivamente, la escasez de mano de obra y el consiguiente desmoronamiento del mercado laboral tradicional, en particular la desaparición de la amenaza del desempleo, colocaron a los trabajadores en condiciones de apropiarse de un control considerable sobre el proceso laboral individual, en particular sobre su velocidad de trabajo, la forma en que organizaban su trabajo y la calidad de los productos que producían o las operaciones que realizaban. (Filtzer 1986: 256)
La mano de obra era tanto un derecho como un deber y, como resultado, las fábricas soviéticas desperdiciaban mano de obra en lugar de ahorrarla. La productividad se desplomó, las fábricas produjeron productos defectuosos, y los gerentes encontraron imposible cumplir los objetivos establecidos por el plan. Para los productores de las fases posteriores, esto significaba que no tenían los recursos que necesitaban para cumplir los objetivos, incluso si podían resolver otros problemas, lo que les llevaba a acaparar y almacenar recursos en previsión de la escasez. El resultado general fue que los planificadores tenían pocas esperanzas de lograr que los gerentes asignaran los recursos de acuerdo con el plan. En el capitalismo, la distribución de los recursos se ve afectada por el comportamiento orientado a la supervivencia de los trabajadores y el comportamiento de búsqueda de beneficios de los capitalistas. En realidad, el socialismo existente no tenía tales mecanismos. En un artículo basado en Filtzer y Ticktin, Chris Arthur describe la economía soviética como un “reloj sin resorte” (Arthur 2002). En los años que siguieron a la revolución, Arthur argumenta que los bolcheviques tomaron prestada del capitalismo su infraestructura física, la fábrica, mientras despojaban alos capitalistas de los mecanismos de distribución de recursos -precio, salario, beneficio, competencia- eliminando de manera efectiva el motor del capitalismo, dejando a los planificadores el intento de cambiar sus engranajes a través de la aplicación de la violencia y las burdas estructuras de incentivo. Para Arthur, la forma y el contenido son inseparables. La fábrica es la materialización de la “ley del valor”, su forma física es congruente con la forma del valor, y por lo tanto no se puede esperar más de la instalación de un nuevo motor en su corazón que de la conexión de un reloj a una toma de corriente una vez que se ha quitado el resorte. Algunos comentaristas han llegado a la conclusión errónea de que la persistencia de la cáscara del valor significaba que la ley del valor seguía operando en la URSS (Dauvé y Martin 2015: 111-28). Pero lo que la URSS ofrecía a través de la planificación no era un “capitalismo de estado”, como algunos han supuesto, sino una pobre mímesis del capitalismo, intentando reproducir algunas de sus características, como el crecimiento, mientras se despojaba al mercado de elementos esenciales de la producción orientada al beneficio.
La principal conclusión de Filtzer y Arthur es que no se puede separar la planificación de la cuestión del mando, el control y la decisión. Los defensores de la planificación central en la tradición marxista a menudo citarán la afirmación de Auguste Comte, famosa por Friedrich Engels, de que en una sociedad racional no habrá necesidad de “gobierno de los hombres”, sólo de “administración de las cosas”.[3] Pero en la medida en que las personas están involucradas en la producción de las cosas, y en la medida en que esas cosas tienen como fin último la satisfacción de las necesidades y deseos de las personas, no se puede separar tan fácilmente la administración de las cosas y la administración de las personas. La URSS tenía un sistema roto para administrar a las personas, y lo hizo de manera irracional, apoyándose en la violencia, y a menudo en la violencia gratuita, para mover las palancas de una maquinaria heredada del capitalismo. Pero tal vez muchas versiones racionales de tal administración parecerían antitéticas a los objetivos emancipadores. ¿Querríamos incluso que la URSS se fijara en los términos que se fijó a sí misma? ¿Querríamos una situación en la que, como cumplidores del plan, a la gente se le dijera simplemente adónde ir, qué hacer, cómo hacerlo? ¿No produciría tal mando y control resistencia? ¿Cómo se manejaría eso sin traicionar las aspiraciones e ideales de un proyecto revolucionario?
El gobierno de los hombres por las máquinas
Nuestro momento histórico ha puesto en primer plano tales cuestiones. Mientras que la URSS no tenía una forma funcional de reemplazar el dinero, el valor, los mercados y los beneficios como sistema de asignación de recursos, es posible que hoy en día tengamos tales mecanismos. Pero, ¿sería eso deseable, o simplemente reproduciría mucho de lo que encontramos intolerable en el capitalismo y en la sociedad de clases en general? Los teóricos de los medios de comunicación y los escritores de publicaciones como The Guardian y Financial Times han comenzado a hablar de lo que ellos llaman Google Gosplan o Gosplan 2.0, donde las grandes “plataformas” como Google, Amazon, Facebook y Apple habrán crecido tanto que sus cálculos algorítmicos internos podrían llegar a funcionar como proxies para el sistema de precios. (Gosplan era el órgano central de planificación de la URSS). Para Izabella Kaminska del Blog Alphaville del Financial Times, el término pretende indicar las formas en que estas plataformas reproducen las ineficiencias y distorsiones de la economía soviética (Kaminska 2016). En su cuenta Hayekiana, las plataformas han viciado la señal del precio, ya que estos proveedores ahora rutinariamente dan servicios gratis a cambio de información valiosa, pero sin precio para el usuario. Al subvencionar los servicios para obtener información patentada, ponen en peligro la información pública contenida en la señal de precios. Así pues, la oferta y la demanda en las condiciones cambiantes de la productividad ya no regulan la asignación de las inversiones, como lo demuestran las montañas de riqueza aradas en las empresas de Silicon Valley sin fuentes de ingresos demostrables. “Estamos volviendo a un mundo”, escribe Kaminska, “en el que una élite tecnocrática toma decisiones de planificación y asignación económicas basadas en sus interpretaciones subjetivas de los comportamientos personales, el estatus y el privilegio, a quién es justo sobrevalorar y a quién es justo subvencionar, en lugar de eliminar del mercado las señales de precio de coste”.
Citando el trabajo de Kaminska en las páginas de The Guardian, Evgeny Morozv describe la situación como un feudalismo de Silicon Valley, especulando con que plataformas como Google “acabarán por dirigir la infraestructura básica en la que funciona el mundo”, cobrando las rentas de la forma en que lo hicieron en su día los señores y reyes (Morozov 2016). Pero no hay razón, en su opinión, por la que esta infraestructura no pueda ser utilizada para “otro Gosplan 2.0… uno que utilice todos esos sensores, algoritmos, bases de datos y coordinación en tiempo real para ofrecer servicios públicos que funcionen fuera del propio sistema de precios”. El problema del Gosplan de Google no es el cálculo en sí mismo, para Morozov, “sino que todos sus esfuerzos de optimización apuntan a satisfacer un objetivo: la maximización de los beneficios” (Morozov 2016).
Esta es quizás una conclusión razonable para los lectores de Kaminska, ya que su análisis se desprende del hecho de que plataformas como Google privatizan la información. La suposición aquí es que la información necesaria para un cálculo adecuado está disponible, pero privatizada. Las grandes plataformas convierten esa información en productos patentados y, por lo tanto, debilitan la señal de precios, que ahora es una mercancía en lugar de un índice de mercancías de libre distribución. Si se compartiera libremente, los resultados podrían ser muy diferentes. Benjamin Bratton, cuyo libro The Stack dedica docenas de páginas a la noción de plataforma como planificación, saca conclusiones similares, vinculando la organización actual de estas empresas de información a la larga historia del cálculo socialista, describiendo “nuestro querido y temido Google Gosplan” como una “flor descendiente de los escombros del comunismo” (Bratton 2016: 332). Bratton piensa que estas plataformas podrían resolver no sólo el problema del cálculo socialista sino también el del cálculo capitalista, produciendo una forma de “catalizadora sintética” -es el término de Hayek para la milagrosa coordinación descentralizada del sistema de precios- y fijando adecuadamente los precios de los costos a largo plazo que el capitalismo suele tratar como “externalidades” (Hayek 2012: 269). En Google Gosplan, Bratton ve “un mecanismo de proyección, respuesta, optimización, automatización, sin mencionar la valoración y la contabilidad, que no se debe ni a la idiocracia del mercado ni a la tenue inercia burocrática, sino al apetito y la expresión de una filá algorítmica curada y sus usuarios motivados” (Bratton 2016: 333). Como con tantas de las proyecciones que hemos encontrado, Bratton se centra casi exclusivamente en la cuestión de la medida y la representación y muy poco en la cuestión del control. Google Gosplan, como plataforma de plataformas, se examina como parte de la “capa de dirección” de la pila informática contemporánea, parte de un horizonte de “dirección profunda” en el que “los objetos y los acontecimientos” se registran y registran “con una granularidad que supera con creces las escalas en las que los seres humanos perciben el espacio físico y la duración”, permitiendo la desagregación de los bienes y las deudas agrupados por capital, el trazado de las más diminutas veleidades y desideratas (Bratton 2016: 334). Pero una vez más, esto confluye los problemas de planificación con los problemas de medición y registro, confluye el gobierno de los hombres con la administración de las cosas.
Optimizar, como sugiere Bratton que podría hacer Google Gosplan, requiere no sólo el cálculo de los usos potenciales de determinados recursos y no sólo el poder de trasladar esos recursos (mano de obra y bienes intermedios) de una línea de producción a otra. También requiere una decisión sobre lo que se quiere optimizar. ¿Es el beneficio? ¿O valor añadido? ¿O la productividad? ¿O alguna medida sintética de bienestar humano? ¿Cuál es la relación entre estas variables y el bienestar real de los participantes, que por supuesto tendrán necesidades y deseos distintos? Las respuestas en la literatura de cálculo socialista son muy escasas, y la mayoría evita por completo estas preguntas. El problema es que el cálculo que está en juego en el debate sobre el cálculo socialista se refiere a una serie de operaciones distintas. A veces, el debate gira en torno a si se puede o no calcular el valor de cada mercancía en una economía, de acuerdo con un estándar determinado, como las horas de trabajo o los barriles de petróleo. Si hay veinte millones de tipos diferentes de productos básicos, entonces para ese cálculo se necesitará una matriz que sea de veinte millones de filas por veinte millones de columnas, en la que se detallen las unidades de cualquier mercancía (gasolina, por ejemplo) necesarias para producir una unidad de cualquier otra mercancía (un modelo particular de camión). Esto se denomina matriz de insumo-producto y producto. En la actualidad, las plataformas que describen Kaminska, Morozov y Bratton no recogen esta información. Amazon no tiene información sobre cuánto tiempo o electricidad se necesita para producir los artículos que almacena; como Hayek deja claro, esa información es superflua – todo lo que Amazon necesita saber, como empresa capitalista, es el precio de coste. En cuanto a si estas plataformas podrían adaptarse, es más que incierto si existe tecnología para el registro automático y la agregación de la información necesaria, evitando los problemas de autoinformación. En los últimos años, las empresas han aumentado enormemente su capacidad de vigilar a los trabajadores y medir las contribuciones individuales a la producción, pero hay muchas cosas que son difíciles de medir, especialmente en el entorno del sector de los servicios, en el que la producción está mal definida en términos físicos. Tal vez no sea necesario decir que nosotros, los anticapitalistas, aceleramos el crecimiento de estas tecnologías por nuestra cuenta y riesgo. En cualquier caso, aunque existieran tales capacidades de medición y vigilancia, seguimos hablando sólo de una pura cuestión de cálculo y no de control, una forma de valorar todos los recursos en términos de una única relación, mano de obra por producto, y no una forma de coordinar y determinar la actividad laboral.
A partir de esta relación, pueden realizarse otros cálculos, pero no directamente. Por ejemplo, aunque es bastante sencillo calcular, dado un cierto nivel de demanda de gasolina, cuánto de cada uno de las otras mercancías necesitaría producir, ¿cómo se registra la demanda cuando no está simplemente “dada”? Cuando se trata de “optimización”, se requiere un cálculo totalmente diferente. Optimizar significa comparar diferentes matrices de insumo-producto, correspondientes a diferentes tecnologías de producción, con el fin de maximizar o minimizar un valor concreto: beneficios, salarios, acero, emisiones de CO,, etc. Dejando de lado la cuestión de qué valor se elige, comparar estas tecnologías no es una cuestión sencilla, a menos que se asuma, de forma totalmente irrazonable, que los coeficientes de cada matriz se mantendrán iguales a medida que los rendimientos de producción se incrementen o disminuyan. En el mundo real, por desgracia, el uso de la electricidad disminuye a medida que se aumenta la producción, por ejemplo. Si bien hoy en día puede ser bastante fácil conectar números para esos coeficientes, preguntar qué pasa si es más difícil, aunque tal vez sea aproximable con simulaciones informáticas muy potentes. Todavía se debate la trazabilidad de algunos de los problemas mencionados, así como la posibilidad de reunir la información pertinente. ¿Con qué granularidad, por ejemplo, habría que distinguir entre mercancías? Si sólo hay que catalogar la amplia gama de marcas y tipos de mercancías que se producen actualmente, se podría decir que está al alcance de las superordenadores actuales. Pero si una mercancía en un lugar diferente es esencialmente una mercancía diferente, como sugiere Cosma Shalizi, entonces el problema puede estar, de hecho, bastante más allá de la potencia de procesamiento disponible (Shalizi 2012).
Pero incluso si la potencia de procesamiento existe, ese no es el verdadero límite. Optimizar o responder a la demanda de los consumidores no es una cuestión de medición pura y simple, sino más bien una cuestión de evaluar y luego actuar sobre los posibles cursos de acción. Optimizar o ajustar la producción implica decisiones de reasignación de personas y recursos, decisiones que no se pueden llevar a cabo simplemente por medio de un algoritmo, ni se pueden derivar de datos dados. ¿Cómo se determina la demanda? ¿Quién decide lo que cuenta como óptimo, dado que producir más cosas en abstracto no es necesariamente un bien si ese “más” es todo maní de embalaje de espuma de poliestireno? Todavía no hay ninguna propuesta seria que elimine tanto la decisión soberana como el mecanismo de mercado de la planificación central a través de un registro directo de preferencias, ya que no se puede evitar una decisión sobre qué preferencias privilegiar. En otras palabras, en algún momento, las preferencias de los propios planificadores deben hacerse operativas.
En su propuesta detallada de un socialismo cibernético, Paul Cockshott y Alan Cottrell se desmarcan de la cuestión de la demanda y sostienen que los precios tendrán que subir y bajar para calibrar con precisión la demanda y ajustar la demanda en relación con la oferta, como ocurre en el capitalismo (Cockshott y Cottrell 1993: 103-10). El suyo es un programa socialista más o menos clásico con una economía de propiedad pública plenamente socializada en la que los bienes se distribuyen directamente entre los productores. El intercambio sólo se produce con los bienes de consumo, para lo cual se da a los trabajadores una masa de fichas de trabajo equivalente a su contribución de trabajo en horas. Típicamente, los bienes se valoran de acuerdo a las horas promedio de trabajo que tomaron para producir. Sin embargo, en casos de demanda débil o excesiva, Cockshott y Cottrell sostienen que los planificadores deben ajustar los precios al alza o a la baja para frenar o estimular la demanda y, a su vez, medir cuánto debe aumentar o disminuir la oferta. Esto supone, problemáticamente, que la demanda de esos bienes será “elástica”, es decir, que la gente responderá al aumento de los precios consumiendo menos y a las disminuciones consumiendo más (lo que no es cierto, por ejemplo, con muchos bienes). También es una carga injusta para las personas que tienen necesidades específicas de insulina, tal vez, o de gafas.
Los precios de liquidación del mercado proporcionarían a los planificadores información sobre cuánto aumentar o disminuir los niveles de producción, pero sólo serían de utilidad limitada para tomar decisiones de planificación a largo plazo. Esta es la zona en la que los fracasos del capitalismo son claros: grandes extensiones de viviendas vacías en zonas en las que nadie puede vivir, abundancia de artilugios pero escasez de medicamentos que salven vidas, zonas enteras de ciudades atendidas sólo por tiendas de conveniencia y gasolineras. Simplemente perseguir la oferta y la demanda y aplicar el motivo de los beneficios con los precios de liquidación del mercado es poco probable que sea mejor. ¿Qué reemplazaría eso? La respuesta de Cottrell y Cockshott a esto es “democracia”, pero de una variante claramente ateniense. Los ciudadanos socialistas votan en referendos que determinan la producción en el agregado: cuánto de la economía debe dedicarse a la educación, cuánto a la atención de la salud, dónde construir escuelas y hospitales. La supervisión detallada sería llevada a cabo por expertos asesorados por jurados seleccionados al azar -es decir, por sorteo- de la ciudadanía.
A pesar de todo el entusiasmo por la agregación de datos de consumo de Big Data, esto es probablemente lo máximo que se puede hacer. Calcular la demanda presente y futura de cada producto y de cada persona en cada punto de precio potencial, y además integrarla con los cálculos de optimización descritos anteriormente, estaría ciertamente más allá de la capacidad de las computadoras contemporáneas. Pero hay un problema epistemológico más profundo aquí: las preferencias no son estables, ni los tipos de cosas disponibles para las personas. Una vez que se deja atrás el supuesto de un conjunto fijo e invariable de bienes organizados por preferencias estables, entonces el cálculo matemático se enfrenta a fuertes límites: no se puede saber realmente lo que la gente puede querer en el futuro cuando no se sabe lo que estará disponible. Para el cálculo a corto plazo, se podrían movilizar las tecnologías de la logística contemporánea, desarrollando sistemas algorítmicos que vigilen los inventarios y las existencias y hagan predicciones sobre la oferta necesaria y la demanda futura a partir de esas observaciones. Pero esto no serviría para orientar las decisiones sobre las inversiones a largo plazo en plantas e infraestructura, ni la asignación de mano de obra, que no puede ser simplemente azotada de un sitio a otro, como una paleta de papel higiénico. En algún momento, los propios planificadores tendrían que elegir entre caminos de desarrollo incompatibles basados sólo en la especulación sobre el futuro. Aunque serían asesorados por referendos y jurados, uno podría preguntarse si un grupo de personas debería tener tal poder en primer lugar.
El trabajo no es como otras mercancías
En la mayoría de los debates sobre la planificación, se supone más o menos la continuidad del capitalismo y el socialismo. Habrá salarios y precios, si no beneficios y dividendos. Habrá trabajo y una jornada laboral, separada del resto de las horas del día. Para los que se consideren capaces y mayores de edad, el trabajo será un requisito. Sin trabajo, no hay consumo. Sin embargo, nada de esto debe darse por sentado, ni debemos evitar preguntarnos si esta visión del socialismo reproduce innecesariamente demasiado de lo que no podemos tolerar del capitalismo. La mayor debilidad de la literatura de planificación es que asume que el trabajo es, más o menos, un recurso como cualquier otro, tan receptivo a las determinaciones del plan como una pila de hierro de cerdo lo es al abrazo de una retroexcavadora. La consulta democrática periódica no garantiza que el hecho de que se le diga adónde ir, cómo trabajar y, en algunos casos, qué consumir, no se sienta opresivo y, lo que es más importante, no se resista, produciendo efectos políticos que, a su vez, desestabilizan el plan. La planificación central, tal como la articulan Cockshott y Cottrell, ofrece libertad e igualdad a las personas como consumidores, pero mantiene la falta de libertad en el lugar de producción. No cuenta, en este sentido, como un sistema de “producción por hombres libremente asociados… bajo su control consciente y planificado” (Marx 1992: 173). El control que los trabajadores ejercen sobre las condiciones de su vida -y todavía estamos tratando aquí claramente con una sociedad de trabajadores, con el socialismo más que con el comunismo- es demasiado indirecto, y demasiado mediado, para contar como “control consciente”.[4] Un aspecto de la intolerabilidad del capitalismo es que el proceso social a través del cual se establece el valor del trabajo y las mercancías tiene lugar, para usar una frase que Marx tomó prestada de Hegel, “a espaldas” de los productores individuales, siguiendo un curso que no es ni previsible ni adaptable (Marx 1992: 135; Hegel 1977: 56). Las acciones intencionales de los individuos se encadenan para producir efectos no deseados, e intransigentes, a gran escala. Se trata de un problema de legibilidad pero también de trazabilidad: no se pueden ver los procesos que dan lugar a estos efectos ni modificarlos.
En el capitalismo, este proceso se produce a través de las mediaciones automáticas del dinero y el capital, dirigidas en cierta medida por las intervenciones del Estado y de actores capitalistas muy poderosos. En los sueños de los socialistas cibernéticos, parece que uno se encontraría con un estado de cosas similar, pero con mucha mayor igualdad, un sistema automático que actúa, mediante un algoritmo, a espaldas de sus súbditos pero guiado por planificadores, a su vez escasamente dirigidos por la población mayor. Aunque tal sistema puede agregar preferencias y votos, el resultado puede ser, sin embargo, algo que muchos no prefieren ni desean, y dejar a la gente sin un recurso significativo para cambiarlo.
Marx tiene el hábito de personificar el capital, una predilección retórica que los marxistas continúan. Pero se trata de algo más que de mera retórica, ya que el capital como sujeto colectivo llega a representar el efecto agregado de las acciones de búsqueda de beneficios de los capitalistas individuales, poniéndose por encima y en contra tanto de ellos como de la clase obrera. El capital es una colectividad alienada, un gólem que cobra vida por el comportamiento de muchos pero que actúa de manera contraria a sus deseos. Por lo tanto, en el capitalismo, cada individuo experimenta la sociedad como una obstrucción, la voluntad de muchos obstaculizando la libertad de uno. En efecto, la planificación central cibernética reproduce esta división entre la sociedad y el individuo, generando una situación en la que “el plan”, elegido por nadie, se pone por encima y en contra de todos, una fuerza fatídica que determina sus oportunidades de vida. Esto es algo totalmente diferente a la verdadera colectividad, es decir, el estado de cosas en el que los individuos, agrupados, transforman colectivamente el mundo y a sí mismos para alcanzar objetivos comunes. Tal colectividad tendría que ser legible y responder a las necesidades y deseos individuales.
Las personificaciones favoritas de Marx son góticas – el capital es un monstruo, un demonio o un vampiro. En un pasaje bastante elevado de El Capital, Marx describe la maquinaria industrial a gran escala, la encarnación del capital, como “un monstruo mecánico cuyo cuerpo llena fábricas enteras, y cuyo poder demoníaco, al principio oculto por los movimientos lentos y medidos de sus miembros gigantescos, finalmente estalla en el torbellino rápido y febril de sus innumerables órganos de trabajo” (Marx 1992: 503). En este estado de cosas, “no es el trabajador quien emplea la condición de su trabajo, sino más bien al contrario, las condiciones de trabajo emplean a los trabajadores” (Marx 1992: 548). Vemos aquí la conexión con la visión de Marx del comunismo, esa condición anversa en la que “el proceso de la vida social… está bajo [el] control consciente y planificado” de los propios productores (Marx 1992: 143).
En el capitalismo, los trabajadores son los “vínculos conscientes” dentro de este sistema demoníaco de maquinaria, mediando entre un sistema automatizado y otro (Marx 1993: 692). Los planificadores, tanto capitalistas como no capitalistas, quisieran hacer estos vínculos totalmente conocibles y controlables, pero esto es imposible. Los humanos muestran una naturaleza creativa e impredecible que dificulta la planificación y predicción de sus acciones, especialmente cuando las interacciones entre los individuos producen efectos caóticos a nivel del colectivo. Los intentos de codificar y determinar con precisión las acciones de los trabajadores suelen ser contraproducentes, ya que todo lugar de trabajo depende de la resolución espontánea de problemas y de la intuición de los trabajadores. Esto queda muy claro en la huelga pasivo-agresiva de trabajo a norma, o lo que la literatura empresarial llama “cumplimiento malintencionado”, en la que los trabajadores hacen sólo lo que se les dice, siguiendo al pie de la letra las normas del lugar de trabajo y actuando en todos los aspectos como los autómatas que el capital desea que sean (Vash 1980: 18). El resultado es un colapso completo de la productividad, con un autor que sugiere que puede reducirse entre un 30 y un 50 por ciento de la línea de base.[5] La teoría de la gestión empresarial suele recurrir a teorías de la cultura o la moral corporativa para disfrazar su incomprensión total de las fuentes de la productividad en el lugar de trabajo derivadas de las acciones espontáneas y creativas de los propios trabajadores en lugar de los sistemas o procesos de gestión.
El problema aquí es el hecho fundamental de que, no importa cuán opresivo, codificado y regulado, el trabajo siempre tiene su base en la libertad humana. ¿Cómo hacer que la gente haga lo que dice que va a hacer? ¿Cómo hacer que la gente haga lo que se supone que debe hacer? ¿Cómo, aún más importante, hacer que los trabajadores hagan las cosas que nadie sabía que tenían que hacer, para responder con cuidado e inteligencia a situaciones impredecibles? Para los gerentes, no hay un camino seguro, todas las herramientas disponibles operan a través de la coerción en lugar del control directo. Los gerentes deben restringir, motivar y dar forma a la libre acción humana; no pueden, al menos no todavía, determinar inmediatamente la acción con unas pocas pulsaciones de tecla, como es posible con los robots programables. Es el hecho mismo de que las personas no son máquinas, y pueden resolver problemas de forma intuitiva y creativa, lo que hace que sea tan difícil sustituirlas realmente por las más poderosas máquinas algorítmicas sujetas a reglas. (Las situaciones en las que las máquinas ayudan al trabajo son mucho más comunes que aquellas en las que las máquinas realmente lo reemplazan). La resistencia del trabajo comienza desde este hecho, desde la libertad inalienable del trabajador, evidenciada más claramente por la huelga. Parece curioso, entonces, que el movimiento obrero dé lugar a una visión de una sociedad futura perfeccionada y armoniosa que ignora tanto esta libertad.
El capitalismo tiene un aparato muy débil pero eficaz para obligar a la gente a aceptar los dictados de la dirección, si no hacen lo que se les dice, serán despedidos. Es un requisito de la producción para obtener beneficios. Si no se despide a los trabajadores, si los directivos se muestran complacientes, la empresa irá a la quiebra. En otras palabras, a menos que los trabajadores cumplan con las normas establecidas por el mercado en su conjunto, perderán sus empleos. Pero es difícil saber si las personas están haciendo lo que se supone que deben hacer, y distinguir entre holgazanear y trabajar puede ser difícil en muchos campos en los que la producción es difícil de cuantificar, como en las oficinas y en muchos servicios personales. Como se ha señalado anteriormente, Silicon Valley está trabajando duro en el desarrollo de tecnologías de pulseras y cordones de vigilancia que siguen a los trabajadores mientras se desplazan por el lugar de trabajo, midiendo sus descansos y pausas para ir al baño. Pero incluso aquí, la diferencia entre la medición y el control se hace notar. La vigilancia no es un control automático. En algunos casos, puede inducir a los trabajadores a modular su comportamiento, a actuar de acuerdo al plan, pero en otros simplemente fomentará nuevas formas de subversión o resistencia. Hasta que los gerentes puedan controlar directamente la acción humana a nivel neuromuscular – haciendo nulas todas las políticas emancipatorias – esto siempre será posible.
Todos los planes, por lo tanto, subsisten dentro de una matriz de acción humana libre, incluso cuando esa libertad está tan completamente restringida que parece no estar libre. El lema jingoísta “la libertad no es libre” dice la verdad de la sociedad capitalista, que ofrece a su clase baja una libertad no libre, la elección entre una opción terrible y otra. La consecuencia, para los aspirantes a planificadores, es que a menos que se acepte libremente de forma continua el plan siempre implica la posibilidad de subversión. En muchos casos, la presencia misma de un plan, la presencia misma de una totalidad social que determina lo que uno debe hacer y cómo debe hacerlo, introduce un comportamiento que desestabiliza el plan, creando esa oposición entre el individuo y la totalidad social alienada.
Planificación descentralizada
En el socialismo informático de Cockshott y Cottrell, el cumplimiento es más difícil de asegurar que en el capitalismo, ya que un socialismo digno de su nombre no puede privar alos trabajadores del acceso a esos bienes por hacer un mal trabajo, ni puede realmente despedirlos, en lugar de reasignarlos a algún otro punto de la economía. Si se utilizan alternativamente formas de incentivo y de sanción, tal vez ligadas a la vigilancia, entonces se abandona el igualitarismo y la emancipación. En resumen, la planificación central no puede tener éxito en los términos que se ha fijado sin abandonar, por las buenas o por las malas, los compromisos igualitarios y emancipadores que son su razón de ser. Lo que podría tener éxito es algo que nadie desearía, un sistema que requiere tanto vigilancia como coerción automática, un sistema que, para ser eficaz, reproduce mucho de lo que encontramos intolerable en el capitalismo.
Afortunadamente, la planificación central no agota los significados de la planificación como tal. Plantar un campo es planificar, como lo es, mirando un poco más allá, la rotación de cultivos. Esparcir semillas en un área a la que la tribu regresará en seis meses es planificación. Los bosques que los exploradores europeos encontraron en América del Norte se habían convertido, de hecho, en parques de caza mayor por el uso controlado y planificado del fuego para limpiar la maleza. Canales de irrigación y viaductos, la Gran Muralla y Machu Picchu: todo planificado. En el siglo XXI, con la atmósfera saturada de carbono que nos sella en al menos un par de grados centígrados de calentamiento, una sociedad post-capitalista emancipada tendrá que centrar gran parte de su energía en la planificación: reconfigurar el suministro de alimentos para responder a las cambiantes condiciones climáticas y a los cambiantes ecosistemas, un proyecto que implicará, como mínimo, la total reingeniería del entorno construido, la transformación de los sistemas alimentarios y energéticos y la remodelación de los pueblos y ciudades y su relación con el campo -planificación dedicada no al enriquecimiento de las elites sino a la supervivencia y el florecimiento de los seres humanos en un nuevo mundo inhóspito.[6]
La planificación central no tiene, de hecho, casi nada que ver con este tipo de pensamiento intencional orientado al futuro. Como hemos visto, el cálculo de los precios de la mano de obra tiene poco que decirnos sobre la planificación e inversión a largo plazo, a lo sumo proporcionando una clara medida de los recursos necesarios para responder a cuestiones políticas más fundamentales. La planificación central es, en cambio, el nombre de un sistema de mediaciones destinado a redistribuir y controlar el trabajo humano en ausencia de mercados competitivos, dinero, salarios y beneficios. En su variante cibernética, se propone un control imposiblemente automático del trabajo, una automatización de la política, y la reducción de las cuestiones de cómo y dónde trabaja la gente a asuntos totalmente técnicos. Esto es algo completamente distinto al “control consciente y planificado” de los recursos por parte de “hombres libremente asociados” que Marx imaginó.
El aspecto monstruoso y demoníaco del capitalismo surge en gran parte porque consiste en una totalidad social impermeable a la intervención de todas las colectividades excepto la más masiva, que se lanza hacia adelante independientemente de las intenciones o los deseos de sus súbditos, trabajadores y capitalistas incluidos. El director general de una empresa es, en última instancia, tan impotente ante las chimeneas de sus fábricas como los trabajadores. Para que la empresa no quiebre, ese CEO debe asegurarse de que la empresa produzca a un determinado nivel de productividad utilizando la tecnología disponible. Como hemos visto, sin embargo, el equilibrio algorítmico de la oferta y la demanda a través de los precios de liquidación del mercado produce este tipo de monstruosidad, incluso si es ejecutado por el torpe ensayo y error de los planificadores. El tipo de planificación que se ha mencionado anteriormente reproduciría esa monstruosidad típica del capital, cambiando los circuitos y sensores por señales de precios, pero sin embargo encarnando en sus mecanismos una totalidad social ante la cual los individuos estaban indefensos. Dada esta oposición y la alienación efectiva de la población, los planificadores se enfrentarían a un problema intratable, ya que su intento de distribuir los recursos según los objetivos buenos o malos encontraría resistencia. En la medida en que tienen un poder de decisión soberano, los planificadores se convertirían en un blanco para ser capturados por grupos o facciones que quisieran tener un acceso privilegiado a la riqueza social.
La única alternativa, requisito previo para una revolución verdaderamente emancipadora, es la distribución del poder en toda la sociedad, de tal manera que la gente esté directamente en control de las condiciones que le importan. Marx y Engels contrapusieron la planificación a la “anarquía de la producción” y a la división social del trabajo, que, al estar basada en la competencia, hacía imposible cualquier organización racional de la sociedad (Marx 1992: 377; Engels 1935: 305-6). Pero la acción humana también es anárquica de manera fundamental. No puede ser completamente legal, porque los humanos tienen esa capacidad de acción impredecible y novedosa que Hannah Arendt denominó “natalidad”, porque se hereda en el nacimiento de cada persona (Arendt 2019: 8-9, 247).[7] La única alternativa a la anarquía de la producción capitalista es una planificación que abarque este tipo de anarquía, una planarquía si se quiere, una organización de la actividad humana que acepte el carácter fundamentalmente autodirigido, espontáneo y creativo de la acción humana. Bajo esta planificación verdaderamente comunista, el vínculo entre el cálculo y el control se rompería definitivamente. En lugar de medir el acceso de cada persona a la tienda social en base a su contribución de trabajo, se rompería el vínculo entre la producción y el consumo, distribuyendo los bienes libremente y por demanda donde abundan, y racionándolos en base a la necesidad donde no lo son. Como hemos visto, la razón por la que los planificadores insisten en esta estructura salarial criptográfica -con trabajadores pagados en fichas que luego utilizan para comprar bienes de consumo- no es por la necesidad de medición y cálculo, sino por la necesidad de una palanca por la que los planificadores puedan dirigir el trabajo. El resultado es, paradójicamente, una pérdida de control, por no mencionar una traición a todos los objetivos emancipadores. En tal estado de cosas, uno podría, sin embargo, medir y evaluar toda clase de unidades, tanto físicas como sintéticas, sin usar tal cálculo como instrumento de control sobre las personas. Las personas seguirían dando cuenta de los recursos, necesitarían inventarios extensos y actualizados, itinerarios, bases de datos y horarios. Además, tendrían que tomar decisiones sobre el futuro y emprender proyectos paso a paso, dependientes de la trayectoria, que abarcarían meses, años y decenios, todo lo cual requeriría una coordinación y planificación cuidadosas. Sin duda, necesitarían saber cuánto tiempo se tarda en realizar una determinada tarea, pero habría pocas razones para calcular los costes laborales indirectos o para poner precio a las cosas en términos de contenido laboral total una vez que se prescinda de la necesidad de una medida de precio unitario en el consumo. Aunque el debate sobre el cálculo se centró más tarde en el cálculo de los precios sombra denominados en términos de costos de oportunidad o tiempo medio de trabajo, los ensayos del comunista austríaco Otto Neurath que dieron lugar al debate sostenían de hecho que el cálculo podía y debía realizarse “en especie”, en términos de unidades físicas más que de unidades monetarias y con la vista puesta en la satisfacción de una gama de valores fundamentalmente inconmensurables (Uebel 2005; Neurath 2004a, 2004b). Si bien la medición del tiempo de trabajo reduce cada actividad a un único valor y una única forma de optimización, la del tiempo de trabajo mínimo, existen de hecho muchos otros “valores” que la gente tratará de aumentar o disminuir: ecológicos, saludables, estéticos. Las decisiones no pueden tomarse en términos de una única medida sintética, sino que deben contar con una pluralidad de unidades y una multitud de objetivos -árboles y jardines, días de enfermedad y esperanza de vida. Lo “bueno” en este punto de vista es “un vector, no un escalar”, no una cosa sino una larga lista de cosas, como Bjórn Westergard ha resumido tan hábilmente (pers.comm. 17 de febrero de 2019).
Con este fin, los sensores, circuitos, algoritmos y procesadores, pueden ser una gran ayuda, permitiendo una coordinación y comunicación eficiente y, lo que es importante, permitiendo a la gente medir y rastrear la ubicación de los recursos. Pero en lugar de centralizar el control, esas tecnologías lo distribuirían y descentralizarían, conciliando los objetivos mutuos con el poder de veto fundamental y la autonomía de los grupos e individuos en todas las escalas. En lugar de utilizar los cálculos de las supercomputadoras como instrumentos de cumplimiento, podrían utilizarse en cambio para distribuir la planificación en múltiples sitios, permitiendo que los recursos se localicen y que las personas tengan el mayor control directo posible sobre las cosas que necesitan para sobrevivir y prosperar. Habría que aceptar cierta falta de sistematicidad y también cierta ineficiencia y redundancia, pero eso parece un pequeño precio a pagar por el fin de todos los precios, el fin de la sociedad de clases y el comienzo de la historia.
Notas
[1] Para un resumen y un relato original del debate, véase Lavoie 1985: 1-27.
[2] El texto fundamental de este modelo es Wiener 1948.
[3] Para una genealogía de la frase, véase Kafka 2012.
[4] Los términos socialismo y comunismo han sido cargados con tantos significados que cualquier intento de definirlos en términos mutuamente excluyentes puede ser contrarrestado por el uso histórico. En este ensayo, sin embargo, el socialismo es la organización de la sociedad que conserva elementos centrales del capitalismo, en particular, el salario. El comunismo, por el contrario, es una organización de la vida social llevada a cabo por personas “libremente asociadas”.
[5] Dado en Ha-Joon Chang, quien intrigantemente describe la huelga de trabajo a norma como la promoción de un cambio de los protocolos de gestión basados en normas del taylorismo al nuevo Toyotismo, que enfatizó la autodirección e iniciativa de los equipos flexibles de trabajadores (Chang 2011: 46).
[6] Para una indicación del trabajo a realizar, véase Bernes 2018.
[7] Arendt es una pensadora contrarrevolucionaria de pies a cabeza, pero su relato sobre la libre acción humana y los peligros de tratar a las personas como si fueran cosas es indispensable para comprender los límites de la planificación.
Bibliografía
Arthur, Christopher. 2002. “Epitaph for the USSR: A Clock without a Spring.” Crítique 30, no. 1: 91-122.
Bernes, Jasper. 2018. “The Belly of the Revolution.” In Materialism and the Critique of Energy, edited by Brent Ryan Bellamy and Jeff Diamanti, 331- 76, Chicago, Alberta: MCM’.
Bratton, Benjamin H. 2016. The Stack: On Software and Soverelgnty. Cambridge, MA: MIT Press.
Chang, Ha-Joon. 2011. 23 Things They Dont Tell You about Capitalism. New York: Bloomsbury.
Cockshott, William Paul, and Allin Cottrell. 1993. Towards a New Socialísm. Nottingham, UK: Spokesman.
Dauvé, Gilles, and Francois Martin. 2015. Eclipse and Re-emergence of the Communist Movement. Oakland, CA: PM Press.
Engels, Friedrich. 1935. Anti-Dúhring. New York: International Publishers.
Filtzer, Donald A. 1986. Soviet Workers and Stalinist Industrialization: The Formation of Modern Soviet Production Relations, 1928-1941. Armonk, NY: M. E. Sharpe.
Hayek, F. A. 2012. Law, Legislation and Liberty: A New Statement of the Liberal Principles of Justice and Political Economy. New York: Routledge.
Hayek, F. A. 1935. “The Present State of the Debate.” In Collectivist Economic Planning, 201-44. London: Routledge.
Hayek, F. A. 1945. “The Use of Knowledge in Society.” American Economic Review 35, no. 4: 519-30.
Hegel, G. W. F. 1977. Phenomenology of the Spirit. Translated by A. V. Miller. Oxford, UK: Oxford University Press.
Kafka, Ben. 2012. “The Administration of Things: A Genealogy.” West 86th, May.
Kaminska, Izabella. 2016. “Digital Money, Negative Rates as Gosplan 2.0 | FT Alphaville.” February 5. https: //ftalphaville.ftcom/2016/02/05/2151931/digital-money- negative-rates-as-gosplan-2-0/
Lange, Oskar. 1938. On the Economic Theory of Socialisim. Edited by Benjamin Evans Lippincott and Fred Manville Taylor. Minneapolis: University of Minnesota Press.
Lavoie, Don. 1985. Rivalry and Central Planning: The Socialist Calculation Debate Reconsidered. Cambridge, UK: Cambridge University Press.
Marx, Karl. 1992. Capital: Volume 1: A Critique of Political Economy. New York: Penguin Classics.
Marx, Karl. 1993. Grundrisse. New York: Penguin.
Medina, Eden. 2014. Cybernetic Revolutionaries: Technology and Politics ín Allende’s Chile, Cambridge, MA: MIT Press.
Morozov, Evgeny. 2016. “Welcome to the New Feudalism—with Silicon Valley as Our Overlords | Evgeny Morozov.” Guardian, April 24, https: //www,theguardian.com/commentisfree/2016/apr/24/the-new- feudalism-silicon-valley-overlords-advertising-necessary-evil
Neurath, Otto. 2004a. “Economic Plan and Calculation in Kind.” In Economic Writings: Selections 1904-1945, 405-65. Dordrecht: Springer Science and Business Media.
Neurath, Otto. 2004b. “Socialist Utility Calculation and Capitalist Profit Calculation.” In Economic Writings: Selections 1904-1945, 466-772. Dordrecht: Springer Science and Business Media.
Phillips, Leigh, and Michal Rozworski. 2019. The People’s Republic of Walmart: How the World’s Biggest Corporations Are Laying the Foundation for Socialism. New York: Verso.
Shalizi, Cosma. 2012. “In Soviet Union, Optimization Problem Solves You.” Crooked Timber. May 30. http:/ /crookedtimber.org/2012/05/30/in- soviet-union-optimization-problem -solves-you/.
Shannon, Claude. 1948. “A Mathematical Theory of Communication.” Bell System Technical Journal 27: 379-423, 623-56.
Ticktin, Hillel. 1992. Origins of the Crisis in the USSR: Essays on the Political Economy ofa Disintegrating System. Armonk, NY: M. E. Sharpe.
Uebel, Thomas E. 2005. “Incommensurability, Ecology, and Planning: Neurath in the Socialist Calculation Debate, 1919-1928.” History of Political Economy 37, no. 2: 309-42, https://doi.org/10.1215/00182702-37-2-309.
Vash, Carolyn L. 1980. The Burnt-out Administrator. New York: Springer.
Walras, Léon. 2010. Elements of Pure Economics: Or the Theory of Social Wealth. London: Routledge.
Wiener, Norbert. 1948. Cybernetics; or, Control and Communication in the Animal and the Machine. New York: ]. Wiley.
Wiener, Norbert. 1954. The Human Use of Human Beíngs: Cybernetics and Society. Boston: Houghton Mifflin.