N+1. Informe de tele-reunión del 6 de julio de 2021.


La tele-reunión del martes por la noche, a la que se unieron quince compañeros, se abrió con la noticia de la reducción de la semana laboral en Islandia.

Todo empezó con el programa piloto, iniciado en 2015 y concluido en 2019, que involucró a 2.500 empleados estatales islandeses, contratados en guarderías, oficinas y hospitales. El experimento consistía en permitir a los trabajadores elegir un horario más corto que el habitual de 40/44 horas semanales, por el mismo salario. Los resultados han sido tan alentadores, tanto en términos de productividad como de descenso de los niveles de estrés y de mayor equilibrio entre la vida laboral y la personal, que el 86% de la población activa del país ha pasado a una semana laboral de 4 días.

La noticia del “éxito arrollador” de Islandia ha repercutido en muchos medios de comunicación, pero lo cierto es que la pequeña república nórdica no es la única, y mucho menos la primera en la lista de países que han tomado el camino de la reducción de la jornada laboral. Hace unos años fue Dinamarca la que empezó, estableciendo la semana de 33 horas, luego Finlandia anunció la abreviación de la semana laboral, y poco después el sindicato alemán IG Metall se hizo eco de la medida proponiendo la reducción, a petición individual, de la jornada laboral hasta 28 horas semanales durante un periodo de 24 meses. Experimentos similares al islandés se están llevando a cabo actualmente en varios países, como Gran Bretaña, España y Nueva Zelandia.

A estos intentos se suman las medidas de apoyo a la renta, que en diversas formas (renta básica, subsidios de desempleo, ingreso de ciudadanía, etc.) se están poniendo a prueba ahora en la mayor parte del mundo (véanse las noticias en el sitio web de BIN-Italia). La tendencia en curso nos remite a los puntos enunciados en la reunión de Forli de 1952 (El programa revolucionario inmediato en el Occidente capitalista), en particular aquel que preveía la “reducción drástica de la jornada laboral a por lo menos la mitad de las horas actuales”. En ausencia de un movimiento revolucionario que haga suyos estos elementos programáticos, es la propia sociedad la que se encarga de su realización, al menos en parte. Cuando decimos que el comunismo es un hecho material y no un ideal queremos decir justamente esto: más allá de los partidos en el gobierno o de los individuos en el poder, el proceso material avanza de forma imparable.

Sin embargo, en otros lugares la situación parece ser bastante diferente. Por ejemplo en Italia, donde la jornada laboral no se acorta y el tiempo de trabajo se confunde cada vez más con el tiempo de vida. Asistimos tanto a las anticipaciones del futuro (reducción de la jornada laboral) como a una explotación que persiste y se intensifica. Si en esta sociedad la interpenetración del tiempo de trabajo con el tiempo de vida implica que todo se convierta en tiempo de trabajo, en la sociedad futura no sólo será lo contrario, sino que la necesidad de distinguir entre ambos términos desaparecerá por completo. Vivimos en una sociedad de transición, en la que el capitalismo ya ha dejado de funcionar según sus propias leyes; y estamos atravesando fronteras que muestran las contradicciones cada vez más marcadas del actual modo de producción, tan eficaz para organizar un plan de producción como irracional para gestionar el hecho social.

La reducción del tiempo de trabajo y el pago de salarios a los desempleados (léase semana corta y renta básica) no son más que la manifestación superestructural de lo que ocurre en el fondo del capitalismo. Marx escribe en el Fragmento sobre las máquinas, contenido en los Grundrisse:

“El proceso de producción ha cesado de ser proceso de trabajo en el sentido de ser controlado por el trabajo como unidad dominante. El trabajo se presenta, antes bien, solamente como órgano consciente, disperso bajo la forma de diversos obreros vivos presentes en muchos puntos del sistema mecánico, y subsumido en el proceso total de la maquinaria misma, sólo como un miembro del sistema cuya unidad no existe en los obreros vivos, sino en la maquinaria viva (activa), la cual se presenta frente al obrero, frente a la actividad individual e insignificante de éste, como un poderoso organismo.”

Las máquinas, ese conjunto de instrumentos que se va ampliando, son la fuerza más adecuada para representar al Capital. Llevan la productividad a niveles astronómicos y transforman cada vez más rápidamente el elemento humano en un componente insignificante del proceso productivo global. El trabajo muerto se refuerza en detrimento del trabajo vivo y la burguesía se ve obligada, a fin de que no se arruine todo, a poner en marcha factores antagónicos a la caída de la tasa de ganancia, que a la larga se revelan sin embargo ineficaces.

Marx también nos dice que el empleo más adecuado del intelecto general no puede tener lugar en la forma capitalista, sino que sólo puede realizarse plenamente en una forma social superior.

“En la misma medida en que el tiempo de trabajo -la mera cantidad de trabajo- es puesto por el capital como único elemento determinante, desaparecen el trabajo inmediato y su cantidad como principio determinante de la producción -de la creación de valores de uso-; en la misma medida, el trabajo inmediato se ve reducido cuantitativamente a una proporción más exigua, y cualitativamente a un momento sin duda imprescindible, pero subalterno frente al trabajo científico general, a la aplicación tecnológica de las ciencias naturales por un lado, y por otro frente a la fuerza productiva general resultante de la estructuración social de la producción global, fuerza productiva que aparece como don natural del trabajo social (aunque [sea, en realidad, un] producto histórico). El capital trabaja, así, en favor de su propia disolución como forma dominante de la producción.”

El capital se niega a sí mismo a niveles cada vez más altos. Existe, al igual que siguen existiendo los Estados, la policía, los ejércitos, las empresas, etc., pero ¿sigue siendo la forma de producción dominante o es sólo un legado del pasado que está cediendo ante otra cosa?

Los pasajes de Marx que hemos citado son de alto potencial dialéctico, como decía Amadeo Bordiga (Trayectoria y catástrofe de la forma capitalista…). Aquí se concentran y sintetizan al máximo las reflexiones y análisis sobre la interpenetración de la antigua con la nueva forma social. Releyendo estas páginas, queda claro que Marx no es un político ni un filósofo, sino un científico que analiza y describe un devenir histórico, el de las sociedades de clase y su superación. La continua comparación entre dos aspectos del Capital, el aspecto del desarrollo técnico-industrial que domina cada vez más al trabajador y lo subsume dentro del proceso productivo succionando también sus habilidades manuales, y el aspecto de acumulación de todas estas habilidades en un gran cerebro social, nos recuerda que algunas categorías de n+1 ya están contenidas en n. El comunismo no es un hecho ideal sino el devenir de la transformación del proceso productivo, que de una simple agregación de trabajadores independientes se convierte, pasando por la socialización del trabajo, en un proceso científico capaz de invertir la praxis.

En los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, Marx nos dice que este proceso no puede ser analizado únicamente desde el punto de vista social; debe ser estudiado desde el punto de vista general porque, en definitiva, es el devenir de la naturaleza. Nosotros, la especie humana, somos la naturaleza que piensa, que es como decir que la naturaleza ha producido al hombre-industria para así poder pensarse a sí misma. En el Capítulo sexto inédito de El Capital, partiendo de los rasgos permanentes de la producción y el valor, se define el complejo industrial como mediación histórica, como transición hacia un estadio social más evolucionado. La automatización será útil para el trabajo emancipado y es la condición de su emancipación.

La introducción de máquinas cada vez más potentes sirve para aumentar la explotación, es decir, para elevar la productividad del trabajo, pero en un determinado momento la alta automatización se convierte en su contrario, es decir, en la creación de masas de proletarios sin empleo. Los mismos medios de desarrollo que llevaron al capitalismo a su clímax, terminan llevándolo a su disolución. Esto es así, también, porque no es posible extraer tanta plusvalía de unos pocos trabajadores como de muchos, y de alguna manera hay que mantener a quienes se encuentran sin trabajo o se las arreglan con empleos precarios, de lo contrario estallan revueltas y se reduce el consumo.

La tele-reunión terminó con una breve mención al aumento de los contagios en Italia, o más bien al aumento del índice de transmisibilidad (Rt); a lo ocurrido en Canadá tras la ola de calor; a la producción de carne sintética y al aumento en el mercado de la venta de insectos para uso alimentario. Todo ello puede relacionarse con lo escrito en el artículo La pandemia y sus causas (nº 49 de la revista).