Publicado en Endnotes, diciembre de 2020. Traducción: L. B.


A principios de mayo de 2020, estallaron disturbios por hambre en Santiago de Chile. Las medidas de confinamiento habían dejado a hombres y mujeres sin ingresos, hasta el punto de casi morirse de hambre. Pronto se extendió por todo el país un gran movimiento de ollas comunes autoorganizadas. Más adelante ese mismo mes, hubo disturbios por todo México en respuesta al asesinato por la policía de Giovanni López, un trabajador de la construcción que había sido arrestado por no llevar mascarilla, por los mismos días en que miles de trabajadores migrantes desesperados rompían el toque de queda en la India. Algunos trabajadores de las bodegas de Amazon en Estados Unidos y Alemania habían iniciado una huelga en protesta por los malos protocolos de seguridad del COVID-19. (1) Sin embargo, estos movimientos de lucha obrera en el mayor distribuidor minorista del mundo rápidamente fueron ahogados, a fines de mayo, por un movimiento masivo de proporciones inéditas que se extendió por todo Estados Unidos en repudio al asesinato policial de George Floyd, transmitido en vivo. Iniciado en gran parte por residentes negros de Minneapolis, al levantamiento se unieron rápidamente estadounidenses de todas partes, de todas las razas y clases sociales. En las primeras protestas y manifestaciones, incluso se podía ver a algunos milicianos apoyando a un Querfront digno de la era de QAnon. (2)

La llegada del COVID-19 al principio parecía haber implicado una suspensión de la lucha de clases, o al menos haber proporcionado recursos adicionales al aparato represivo. Tal fue, al menos, el pronóstico de tres disidentes italianos de edad avanzada que hicieron circular textos escandalosos en las primeras semanas de la pandemia. (3) Y de hecho, puede ser cierto que los bloqueos representan, como ha argumentado recientemente Julien Coupat, «una nueva manera de gobernar y de producir, y un cierto tipo de hombre». (4) En Chile el confinamiento, y el miedo generalizado a la nueva plaga en un país donde la salud es una mercancía cara, hizo que se detuvieran las movilizaciones masivas que habían sacudido al país desde octubre de 2019. La larga huelga general contra la reforma previsional en Francia terminó abruptamente cuando las reformas fueron aprobadas con los mismos decretos que impusieron las primeras medidas de emergencia contra el coronavirus, sin pasar por el parlamento. Durante un tiempo, los manifestantes en Bagdad, Beirut y Hong Kong fueron obligados a abandonar las calles, y todo esto pareció darle la razón a los disidentes italianos. Sin embargo, en todo el mundo las masas no tardaron en desobedecer los toques de queda y los bloqueos confinaron a la mitad de la humanidad y hundieron a la economía mundial en una enorme recesión.

Casi al mismo tiempo que estallaron las manifestaciones masivas contra el asesinato de Floyd en Estados Unidos, miles de personas marcharon desde las favelas de Sao Paulo hasta el palacio del gobernador del estado exigiendo ayuda económica, mientras que las masas en Colombia y El Salvador salían a las calles golpeando ollas para protestar por el empeoramiento del nivel de vida y para exigir el fin de los confinamientos. En julio, cientos irrumpieron en el parlamento serbio en respuesta a la reinstalación de los toques de queda por parte del nuevo gobierno, mientras que el asesinato del popular cantante Haacaaluu Hundeessaa en Etiopía desató manifestaciones violentas en las que murieron más de 150 personas. En el mes siguiente se produjeron protestas similares en la vecina Kenia, cuando los barrios marginales de Nairobi se levantaron contra una fuerza policial que había matado a más de 20 personas en su afán de hacer cumplir el toque de queda, mientras que Bielorrusia se sacudía a causa de manifestaciones, disturbios y huelgas después de las elecciones amañadas que, como siempre, entregaron el poder a Alexander Lukashenko. En septiembre, Colombia vio una oleada de disturbios tras el asesinato a manos de la policía del abogado Javier Ordóñez, mientras los barrios obreros de Madrid y Nápoles se levantaban contra la policía y los confinamientos. En el momento de redactar este informe, Nigeria acababa de experimentar una ola masiva de protestas contra una fuerza policial corrupta y asesina, e India se encuentra en este momento en medio de la huelga general más grande de su historia.

Figura 1: Tasas de crecimiento económico en los países de la OCDE, 1960-2020.

Nuestra época, el período actual, se puede describir como una especie de metanoia (una conversión o giro) de las poblaciones, que se vuelven contra toda la gama de aparatos y costumbres que ya no consiguen moldear a nuestra especie como un animal sin otro hábitat que el trabajo asalariado y el capital. Inmediatamente después de décadas de tasas de crecimiento en declive y recuperaciones causantes de cada vez más desempleo, estamos ahora en medio de la peor recesión mundial desde la década de 1930 (véase el gráfico 1). La Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos aa anunciado «las peores cifras mensuales de desempleo en los 72 años que la agencia lleva registrando datos», mientras que el Banco de Inglaterra ha advertido que «el Reino Unido enfrentará su mayor caída en la producción desde 1706». (5) Camaradas nuestros en Faridabad, India, han planteado recientemente que “el capital está en desbandada, es extremadamente débil, se tambalea”. (6) Puede que esto parezca demasiado optimista, pero ahora está claro que el “tipo de hombre” que produce tal economía no es un sujeto socialmente distanciado y autocontrolado, sino una masa descontenta de hombres y mujeres listos para rebelarse. Han salido a las calles a una escala y con un alcance planetario nunca vistos, en una confusión de identidades dispares unidas por la rabia ante el deterioro de las condiciones de vida, la alienación y la política.

1. UNA ACUMULACIÓN GLOBAL DE NO-MOVIMIENTOS

Aún es muy pronto para predecir las consecuencias de la pandemia, pero lo que sí es seguro es que la era de las protestas que comenzó con la crisis económica de 2008 no ha terminado. La mayoría de los levantamientos que, para usar las palabras de Barack Obama, dieron vida a los sueños de esperanza y cambio de ese año, han sido aplastados por la represión estatal, se han convertido en una guerra civil o se han fosilizado en partidos políticos que buscan administrar las estancadas economías de nuestro mundo. No obstante, si tales esperanzas de cambio resultaron ser ingenuas, es solo porque los verdaderos cambios han demostrado tener colores más bien de pesadilla con el ascenso de ISIS, el golpe de Abdel Fattah el-Sisi y la proliferación de un nuevo populismo que se ha catapultado al poder con figuras como Donald Trump, Victor Orban y Jair Bolsonaro, pero también Emmanuel Macron y Boris Johnson.

Algunos han tratado de comprender la evolución que va desde Occupy hasta Trump mediante la dialéctica clásica de revolución y contrarrevolución. (7) Sin embargo, no está claro de ninguna manera que estemos presenciando una «contrarrevolución», porque los Trump de este mundo sólo han venido a escalar los conflictos y a profundizar los cismas, hasta el punto de que el partido del orden se revela ahora como el partido de la anarquía. (8) Estos neo-populistas no consiguen producir ninguna hegemonía real, sino sólo dividir a las poblaciones. (9) La victoria de Joe Biden revela un miedo al fascismo sobreexcitado. Pero los Biden del planeta por su parte sólo pueden acelerar los cismas que deslegitiman al proceso democrático. Si hay una tendencia antiliberal, está más bien ligada a las crecientes medidas draconianas del Estado contra los movimientos de protesta que estamos viendo en todo el mundo, los cuales exigen soberanía sobre sus vidas y una paz, un orden y una seguridad que ningún Trump, Biden o incluso Sanders podría darles. (10) El eje del lado derecho de la Figura 2 (en verde) muestra que entre 2008 y 2019 hubo un aumento de alrededor de un 11% anual de las luchas antigubernamentales en todo el mundo. El eje de la izquierda (en rojo) muestra la disminución constante de la legitimidad política desde 2008, medida por la proporción de personas que expresan satisfacción con la democracia. (11) Otras cifras incluidas en este artículo muestran las mismas estadísticas desglosadas por región. Claramente visible en esta figura, la nueva oleada de levantamientos ocurridos desde mayo de 2020 indica que nos dirigimos hacia una década aún más disruptiva. La insurrección no viene, ya ha llegado, desplegándose a nivel planetario con una intensidad cada vez mayor cada año. (12)

Figura 2: Protestas y legitimidad política en todos los países, 2000-2020.

Esto no implica que estemos avanzando sostenidamente hacia un punto omega en que la revolución se haría inevitable. Estos movimientos pueden simplemente indicar nuestro tránsito hacia un mundo ingobernable. Pero hoy podemos repetir las palabras de Jacques Camatte de 1972 e insistir en que “a partir de mayo, ha habido un movimiento de producción de revolucionarios”. (13) En todo el mundo los hombres y mujeres están, si no abandonando el mundo del capital, al menos expresando un desacuerdo real con el status quo. En la acumulación de protestas desde 2008 está implícito un aumento en el número de personas con experiencias de movilización masiva y disensión práctica, las que potencialmente pueden empezar a “comprender las necesidades de revolución existentes”. (14) Por lo tanto, incluso si nuestro período no es revolucionario en el corto plazo, es fundamentalmente disruptivo y produce la posibilidad de una ruptura con el modo de producción capitalista. La acumulación de luchas, y por tanto de hombres y mujeres que han experimentado por sí mismos la necesidad de revuelta y quizás de revolución, es un requisito previo para cualquier discusión seria sobre la superación del capitalismo.

Es cierto que la revolución no es una escuela, y no tenemos motivos para confiar más en la memoria colectiva que en nuestra (mala) memoria individual. Pero todo indica que la acumulación de disenso social durante la última década va a proseguir, y que cada vez más dará forma al terreno sobre el que se libran las luchas. Esto no se debe simplemente a que las luchas antigubernamentales ya hayan reestructurado el panorama político, como en los casos de partidos como el Movimento 5 Stelle en Italia o el movimiento En Marche de Emmanuel Macron, que organizaron asambleas y copiaron la retórica «ni de izquierda ni de derecha» de 2011. Tampoco es simplemente porque los movimientos de las plazas, los disturbios juveniles y otras luchas similares hayan sentado las bases para Syriza y Podemos y hayan inflado los sueños de Jeremy Corbyn y Bernie Sanders (paralelamente al crecimiento de la derecha nacionalista que parece ser la verdad del giro populista). No. Si insistimos en que la acumulación de disenso social desde 2008 indica una intensificación continua de los conflictos de clases, es simplemente porque los fracasos a menudo brutales, o para el caso, las débiles victorias de los movimientos desde 2011 no han exorcizado el espectro del cambio. (15)

Por el contrario, la anarquía de nuestro período implica que las enormes manifestaciones, los disturbios masivos y (debemos enfatizar) las oleadas de huelgas (16) se han convertido en la nueva normalidad. En Chile se puede, por ejemplo, percibir un hilo rojo que va desde la revolución pingüina en 2006, cuando cientos de miles de estudiantes de secundaria paralizaron el sistema escolar, exigiendo pases de transporte gratuitos y reforma educacional, hasta los levantamientos más violentos y generalizados de 2011; y luego, nuevamente, con mayor intensidad aún, cuando en 2019 las masas salieron a las calles indignadas por la declaración de guerra del presidente Sebastián Piñera contra la población, lo que ha llevado a la reforma de la constitución. (17) Trayectorias similares se pueden ver en muchos países, como en Estados Unidos, donde Occupy Wall Street fue seguido por Black Lives Matter, que a su vez allanó el camino, este año, para el movimiento social más grande en la historia de ese país. (18) Enormes levantamientos e intensos conflictos sociales se están convirtiendo en un aspecto tan normal de nuestro período que incluso la izquierda radical los descarta por no cumplir con sus altos estándares: son demasiado liberales, demasiado violentos, demasiado pasivos, demasiado informales, demasiado nacionalistas, demasiado parte del status quo, o demasiado comprometidos con la política de identidad.

En este artículo argumentamos que lo que de hecho hemos presenciado desde 2008 es un aumento continuo de lo que el sociólogo iraní-estadounidense Asef Bayat ha descrito como “no-movimientos”, es decir, “la acción colectiva de actores dispersos y desorganizados”. (19) Estos no movimientos no son en ningún sentido revolucionarios en sí mismos. Se acercan más a lo que Camatte ha llamado recientemente “revueltas pasivas”: expresiones subjetivas del desorden objetivo de nuestro tiempo. (20) Reflejan sobre todo la creciente deslegitimación de la política en un contexto de estancamiento y austeridad constantes. Es la combinación de no movimientos en constante aumento que involucran a un número sin precedentes de personas, con una disminución de la legitimidad democrática, lo que nos permite describir la tendencia de nuestra era como la producción de revolucionarios sin revolución.

Como ejemplos de “no-movimientos”, Bayat señala las luchas de los pobres desorganizados en Egipto; la lucha de la juventud en Turquía para recuperar y realizar sus estilos de vida deseados; así como la lucha de las mujeres por la igualdad de género tanto en el ámbito doméstico como público en Chile, India y Estados Unidos. En estas luchas, las «prácticas de reclamo» se hacen sentir «a través de acciones directas y no tanto por presión sobre las autoridades para que cedan, que es lo que suelen hacer los movimientos sociales organizados convencionalmente (como los movimientos laborales o ambientales)». (21)

Estas prácticas a menudo se visten con las prendas de la identidad. Así como los movimientos obreros pertenecían a un orden mundial capitalista emergente organizado en torno a una polarización del campo político según líneas de clase, hoy la fragmentación de clases moldea el horizonte de los no-movimientos. En una época de endeudamiento, donde gran parte de la población no tiene reservas o incluso tiene reservas negativas, la descomposición de clases disuelve la base no sólo de un movimiento obrero, sino de la propia representación democrática. Así, hoy es racional para los proletarios, y cada vez más también para los miembros de las clases medias, recurrir a otras categorías para definir su lugar en un orden mundial tambaleante. La clase sigue siendo la fuente principal de nuestras separaciones (la sociología marxista pasada de moda sigue siendo válida en muchos sentidos), pero la pertenencia a una clase está calibrada hoy por una multitud de variables como la edad, el género, la geografía, la raza o la religión, que también actúan como vehículos, y como límites reales, para las luchas sociales, haciendo de la política de identidad una expresión real de la lucha de clases. (22)

Como dejaremos en claro a continuación, no pretendemos descartar, denunciar o, en realidad, exaltar la política de identidad, ni confundirlas con el liberalismo o el reformismo. (23) Sin embargo, hay que reconocer que hay algo bastante liberal en los no-movimientos, en el sentido de que se ven obligados a confrontar las tendencias antiliberales de nuestra era. Por ejemplo, los manifestantes franceses actualmente están luchando contra los nuevos controles autoritarios que limitan la libertad de expresión y de prensa, incluida una ley que prohíbe fotografiar a la policía. (24) Se podría decir que los no-movimientos tienen su base en «la tribu de los topos» que Sergio Bologna describió en su análisis de la autonomía de los años 70 en Italia, pero su forma también puede sugerir la subculturalización e infantilización de la sociedad que una vez lamentaron críticos como Christopher Lasch y Jean Baudrillard. (25) Al mismo tiempo, la confusión de identidades debilita a las teorías gobernadas por, por ejemplo, perspectivas «interseccionales» que ven la clase como una identidad entre otras, porque es la propia estructura de clase ramificada  la que ha convertido a la identidad en la categoría política central de un capitalismo estancado. (26)

Además, una a las políticas de identidad dirigida desde afuera no viene al caso, porque los mismos no-movimientos presentan en su práctica cotidiana una crítica inmanente de sus límites. Muestran cómo los hombres y mujeres empiezan a entender la realidad según categorías que van más allá de los imperativos económicos, al mismo tiempo que chocan contra las consecuencias de lo que suelen llamar neoliberalismo. La política de identidad es, para nosotros, el modo en que necesariamente se politiza un sujeto neoliberal para el cual los predicados de la identidad parecen ser al mismo tiempo esenciales y no esenciales, empoderadores y debilitantes. Dicha política no se puede mapear fácilmente de acuerdo con una división estratégica entre «lo real» y «lo social», entre «clase trabajadora» y «clase media», entre «revolucionario» y «reformista», porque su operacionalización en la lucha conduce a una confusión de identidades, incluídas las que hace surgir la propia lucha.

Los levantamientos posteriores al asesinato de George Floyd y el cambio en las actitudes raciales en Estados Unidos que ha llamado acertadamente el «gran despertar», es una manifestación de este esquema y revela la índole antropológica de los no-movimientos. (27). Lo que estamos presenciando es, en gran medida, una crítica de las costumbres, representaciones y modos de reproducción que ya no corresponden a un proletariado desindustrializado. Sin embargo, incluso quienes han captado el carácter distintivo de los no-movimientos, por lo general no han reconocido este cambio. Para Bayat, los no-movimientos implican “una revolución sin revolucionarios”, en la medida en que dan lugar a levantamientos explosivos que no están “anclados en visiones estratégicas o programas concretos”. (28) Para críticos de la política de identidad, como Michael Lind, los no-movimientos expresan una profundización del capitalismo más que su domesticación o superación. (29) Sin embargo, ambos malinterpretan la dinámica interna de los no-movimientos. Por un lado hemos argumentado, contra Bayat, que estamos presenciando la producción de revolucionarios sin revolución, mientras millones salen a las calles y son transformados por su efusión colectiva de rabia y malestar, pero sin que haya (todavía) ninguna idea coherente de trascender el capitalismo. Por otro lado, contra Lind, insistimos en que los no-movimientos apuntan al núcleo disruptivo de nuestra época: el hecho de que el estancamiento capitalista implica una crisis de la representación política como tal, y por lo tanto el fin de los movimientos políticos en el sentido clásico.

El movimiento social clásico, tal como lo define Carl Schmitt, es la mediación entre el pueblo desorganizado y el estado. (30) Tal movimiento busca organizar o movilizar al “pueblo” como una categoría administrativa y política, que debe superar las identidades que fragmentan a una nación determinada, a menudo reprimiendo violentamente los intereses o incluso la existencia misma de grupos específicos. Por el contrario, los no-movimientos expresan la dimensión antagónica de las políticas de identidad en el sentido de que no pueden constituir un pueblo y rara vez articulan demandas políticas o positivas claras. O bien, producen un flujo interminable de demandas parciales y a veces contradictorias, asemejándose así a una hidra cuyas muchas demandas son casi imposibles de cumplir, y cuya vida útil puede ser corta y violenta.

Por supuesto, entre los variados no-movimientos que vemos surgir en todo el mundo, los cuales incorporan a grandes sectores del proletariado, así como a elementos de la clase media en declive, muchos esperan constituirse como un nuevo sujeto. A veces se vinculan con partidos, sindicatos y otras organizaciones que alguna vez pertenecieron al mundo de los movimientos y las ideologías, pero que hoy en día actúan mayoritariamente como un extraño conjunto de subculturas. Sin duda, el nacionalismo y el populismo han vuelto. Pero, como ha señalado Gilles Dauvé, a propósito de los Gilets Jaunes, los no-movimientos tienden a ser capaces de movilizarse únicamente como muchedumbre, y es en calidad de tal como alteran el status quo. (31) Reforman las constituciones, derrocan gobiernos y obligan a los presidentes y primeros ministros a dimitir (como vimos recientemente en Chile, Perú y Guatemala). Sin embargo, dado que representan la crisis de un capitalismo estancado, y su  efecto es hacer que ese estancamiento sea ingobernable, los no-movimientos apuntan a la necesidad de un universalismo que vaya más allá de las ruinas de los movimientos obreros. (32)

En un mundo donde la identidad opera como un mediador de la clase, la rabia proletaria toma el color del amarillo (como con los Gilets Jaunes) o del negro (como con el levantamiento de George Floyd), en vez del rojo. El paso desde un mundo de trabajadores a un mundo de proletarios -descrito por Gáspár Miklós Tamás- (33) ha llevado la lucha de clases más allá de las formas y retóricas tradicionales de la política. Pero nuestro punto no es sólo volver a insistir en que el movimiento obrero se ha debilitado globalmente desde la década de 1970, que la composición de clase en sí misma se revela principalmente de manera negativa, como descomposición, y que, por lo tanto, nuevos símbolos ideológicos están dando forma a las protestas y reconfigurando los movimientos sociales. Lo que queremos enfatizar es que la lógica del no-movimiento expresa la dimensión antagónica y la base social de la “política de identidad” como tal, ya sea de derecha o de izquierda. En lugar de invocar la letanía de callejones sin salida identitarios, el punto es mostrar cómo un status quo cada vez más disruptivo está necesariamente plagado de problemas de identidad, y que cualquier discusión sobre la emancipación debe comenzar allí.

Con lo que estamos presenciando hoy en día es una confusión identitaria generalizada. Podemos ver esto no solo en Estados Unidos, donde los liberales con educación universitaria están derribando estatuas y se han unido a los proletarios negros y a un puñado de milicianos blancos en un frente popular contra la policía, sino también en Francia, donde los trabajadores en las calles que antes cantaban La Internacional ahora hacen suyo el grito de guerra “¡Aou! ¡Aou! ¡Aou! » (de la película 300 de Zack Snyder) y ondean banderas francesas mientras profanan el monumento más patriótico de Francia: el Arco del Triunfo. En Chile, la consigna “evadir”, levantada inicialmente por estudiantes de secundaria -la verdadera vanguardia de las revueltas- contra las alzas de las tarifas de transporte en octubre de 2019, pronto se generalizó en una sublevación contra la austeridad y la represión policial que tomó como símbolo la bandera indígena mapuche, en lugar de las banderas rojas o negras de la izquierda. (34) Con estos confusos cánticos y símbolos los no-movimientos se declaran del lado de los “bárbaros” contra el estado (o imperio), y empiezan a cuestionar un modo de producción que ya no puede producir bienestar o prosperidad. (35) Lo que están expresando es la necesidad de una nueva reproducción de la existencia cotidiana, una necesidad que empuja a hombres y mujeres a rebelarse en todo el mundo a una escala sin precedentes.

Es cierto que esta necesidad a menudo sólo se manifiesta como carencia o incluso como hambre literal. Pero, tal como hemos visto desde que volvieron los disturbios por alimentos en 2011, no hay nada más ingobernable que unos hombres y mujeres hambrientos. Y los nueve años transcurridos desde 2011 hasta 2020 han sido años de creciente desesperación y empobrecimiento. Las luchas en la Puerta del Sol, en Tahrir y en Syntagma en 2011 fueron eclipsadas con prontitud; pero el impulso que las hizo surgir no desapareció, simplemente se convirtió en la furia y desesperación aún más grandes de los Gilets Jaunes y de los levantamientos en Chile, Ecuador, México y ahora Perú y Guatemala. Por lo demás, los estados y economías capitalistas se han mostrado impotentes cuando se les pide que satisfagan las crecientes y cada vez más explosivas necesidades de los no-movimientos.

Figura 3: Protestas y legitimidad política en América Latina, 2000-2020.

2. CONFUSIÓN E INGOBERNABILIDAD

Un rasgo unificador de los no-movimientos es que luchan sobre el terreno de un capitalismo estancado (ver figura 1). Así como el estancamiento de su propia versión de capitalismo llevó a la caída de la Unión Soviética, la era actual de estancamiento y desindustrialización ha llevado al debilitamiento de la socialdemocracia europea, primero a través de un giro a la derecha, y luego a través de su pasokificación. Este proceso ha corrido paralelo al auge de los partidos antiliberales y, desde 2008, a las severas medidas de austeridad. En cuanto a los no-movimientos, éstos han reaccionado de manera disruptiva, tanto en lo relativo a los valores liberales como a la defensa de las necesidades básicas de un proletariado cada vez más empobrecido y diferenciado en fragmentos marcadamente distintos. Pero esta fragmentación no implica necesariamente división. Por el contrario, a menudo obliga a la gente a unirse en alianzas reales aunque débiles, como la del «99 por ciento», o el mosaico de grupos que se unieron en el estadillo social [levantamiento social] de Chile. Allí los movimientos han recurrido a la canción de Víctor Jara El derecho de vivir en paz no porque se identifiquen con el héroe de la canción (Ho Chi-Minh), sino porque la paz e incluso el orden se han convertido en una demanda radical en un mundo cada vez más catastrófico.

El término no-movimiento designa no sólo a las erupciones de disturbios y ocupaciones de plazas donde la clase media y el lumpenproletariado privados de sus derechos, gente de los suburbios y del interior; islamistas y feministas; milicianos y negros pobres pueden al menos potencialmente unir sus armas contra un enemigo en común y así empezar a disolver sus separaciones. También apunta a un repertorio de hábitos y vivencias, una política cotidiana que posibilita rupturas así de espectaculares y estallidos violentos. El hecho de que la mayoría de las personas involucradas en el levantamiento de George Floyd fueran blancas, y que la muerte de Floyd fuera capaz de transformarse en el catalizador de un levantamiento de base amplia contra Trump, revela cambios sociológicos y demográficos que hacen posible confundir los no-movimientos, y que se proyectan más allá del propio levantamiento. (36)

Incluso las organizaciones formales que, al menos por un tiempo, onsiguen representar una realidad social particular, se ven obligadas a adaptarse a la lógica de los no-movimientos. Esto lo podemos ver en los sindicatos franceses, inicialmente hostiles a los Gilets Jaunes, pero que en septiembre de 2019 supieron aprovechar ese no-movimiento para lanzar su huelga contra la reforma previsional de Macron. (37) En este sentido, el no-movimiento se ha convertido la forma de lucha hegemónica, pero sólo en la medida en que refleja una crisis de representación más amplia. Así, los no-movimientos pueden describirse como procesos destituyentes más que constituyentes. (38) Pero frente a quienes fetichizan la indigencia como una vía de avance positivo o revolucionario, subrayamos que hoy todo poder se está volviendo destituyente, en el sentido de que no solo los flujos de capital, sino también los impulsos y necesidades de las poblaciones, hacen que el orden político sea cada vez más difícil de gobernar.

Esta ingobernabilidad también puede verse en la formación de los no-movimientos como respuestas a una gobernanza draconiana o cada vez más irracional, especialmente como respuestas a la violencia policial. Una de las pocas cosas que la mayoría de los trabajadores, estudiantes, desempleados, etc., en cualquier país, han tenido en común en las últimas décadas es que han sido víctimas de políticas venales que asignan unos recursos estatales cada vez más escasos a sectores de élite. Si bien tal corrupción puede ser una fuente de ira popular en cualquier momento, ésta se exacerba ahora, cuando la política estatal ha quedado reducida a una serie de peleas por la distribución de un pastel fijo o menguante, y cuando los frecuentes llamados a apretarse el cinturón hacen que la injusticias de esa distribución sea tanto más intolerable. Como argumentamos en «The Holding Pattern», lo que ha definido en gran medida la marea creciente de lucha de clases y movilización popular en todo el mundo desde 2008, es una rabia difusa contra la flagrante injusticia de un régimen de crisis administrado por una clase política corrupta e incompetente. Este es también el motivo por el que los no movimientos de hoy en día se centran tan a menudo en la policía, como la cara brutal de la corrupción y la injusticia, y es parte de la razón por la que el antirracismo ha sido una fuerza movilizadora tan central en Estados Unidos. (39)

Sin embargo, a lo que se enfrenta cada ola de movilización de masas es a la capacidad limitada de ir más allá de una unidad negativa (una unidad contra el racismo/la policía/las elites) y establecer una fuerza social o política positiva y creativa. Los eternos problemas de la política de identidad son sintomáticos de este límite: la incapacidad de una oleada de lucha para encarnarse y sostenerse a sí misma dada la atomización y fragmentación de sus componentes. Cada oleada alcanza un momento en que choca con ese límite y queda reducida a esos fragmentos. Los no-movimientos tienden tanto a atacar a, como a retirarse de un estado que perciben como ajeno a ellos. En este sentido, la demanda estadounidense de «desfinanciar a la policía» refleja una tendencia más amplia (en muchos sentidos un avance) a no luchar ya por el control del Estado, sino simplemente a chocar contra el aparato estatal: austeridad contra austeridad.

Si bien los movimientos tradicionales se formaron en torno a estructuras ideológicas relativamente estables y comunidades reales como el sindicato, el partido de masas o los países de socialismo de estado, los movimientos que se han extendido por todo el mundo desde 2008 expresan los deseos colectivos de unas poblaciones cada vez más atomizadas. Ahora bien, si el fin de la época de los movimientos es en cierto modo el fin de la ideología, no es, como hemos visto, el fin de la identidad. Por el contrario, las identidades proliferan en una economía cada vez más racketizada y subculturalizada en la que, como ha argumentado Tyler Cowen, el promedio ha llegado a su fin. (40) Ya no existe un centro estable, sino una estructura de clases altamente segmentada que reconfigura el terreno de movimientos clásicos como como el fascismo y la socialdemocracia. Si la política centrista de Clinton y Blair durante la década de 1990, y el auge de la política de identidad desde la década de 1970, ya señalaban este cambio, el período desde 2008 revela, en cambio, una creciente confusión de identidades.

Los no-movimientos son, como veníamos insistiendo, la expresión subjetiva de un desorden más generalizado que tiene sus raíces en el estancamiento capitalista. Es la gran cantidad de protestas y disturbios, su creciente normalidad, lo que distingue nuestra era de, por ejemplo, los años de la antiglobalización. Por eso decimos que nuestra era está marcada por la producción de revolucionarios a escala global. Hombres y mujeres de todo el espectro de ideologías políticas y estratificaciones identitarias se enfrentan al orden reinante con su indignación, miedo e ira, y defienden cada vez más su derecho a «evadir» los costos insoportables de la vida capitalista. Se trata de revolucionarios sin revolución, pero en su enfrentamiento con la reproducción capitalista, así como en su hambre de comunidad, estos no-movimientos expresan un potencial conflicto con la lógica del capital como tal.

En ese contexto, la política, en la forma clásica de enemistad y cisma, regresa con fuerza. Las políticas de identidad anuncian hoy un regreso de lo político en lugar del nacimiento de una era postpolítica (como han argumentado muchos críticos de izquierda refiriéndose a las políticas de identidad). Pero la política ya no puede producir una estabilidad significativa. Divide a la población contra sí misma y lleva a las naciones, si no a una guerra civil, al menos a conflictos intensificados y cismas más profundos. Sin embargo, si bien la aporía de la identidad representa una pérdida de lo que podríamos llamar comunidad, no hay mucho que encontrar en el anhelo de volver a los mundos horribles de la socialdemocracia y del fascismo. Por el contrario, tendemos a ver un hambre de existencia comunitaria basada en las demandas liberales expresadas en los no-movimientos. El liberalismo y el despertar se han convertido, por extraño que parezca, en fuerzas disruptivas en un momento en que amplios sectores de la izquierda se están volviendo cada vez más conservadores, abrazando el populismo nacionalista que energiza a la derecha.

Por esta razón, procuraríamos tranquilizar al lector preocupado que ahora se pregunta: ¿cómo puede uno estar seguro de que el desorden de nuestro tiempo no nos empujará aún más hacia un orden autoritario que sólo puede profundizar el abismo que separa al liberalismo de la democracia actual? ¿No condujo acaso la primavera árabe a la dictadura y la guerra? ¿Occupy no fue un presagio de Trump? ¿No fueron las luchas brasileñas contra el aumentos de las tarifas de transporte el escenario para las protestas anticorrupción que le entregaron el poder a Bolsonaro? ¿No nos empuja la lógica identitaria que está produciendo luchas en todo el mundo a lo más hondo del fascismo? Las fuerzas antiliberales y fascistas están ganando fuerza, pero sería irracional atribuir su ascenso a los no-movimientos, pues ellos mismos son expresiones del desorden de nuestra época que tanto los populistas de izquierda como de derecha quieren explotar. Es más, la reacción cultural que alimenta al populismo de derecha ha estado ocurriendo durante décadas, mucho antes del colapso de 2008 que fue el principal motor de los no-movimientos. (41)

Por lo demás, los cierres de fronteras y el giro hacia el nacionalismo y políticas de inmigación draconianas en países gobernados por la izquierda, como Suecia y Dinamarca, así como la victoria de la derecha populista en países como Polonia y Hungría, muestran desarrollos claramente antiliberales en lugares que no han sido desgarrados por no-movimientos. Abandonado a su suerte en este mundo de productividad estancada y desindustrialización, el estado capitalista actual tiende fácilmente a hacer depender la ciudadanía del idioma, la cultura y el trabajo. Es por eso que masas cada vez más grandes de hombres y mujeres en todo el mundo se movilizan en favor de los valores liberales y democráticos, y cada vez más odian a una policía a la que se le han asignado las tareas sucias de un orden ingobernable. (42)

Figura 4: Protestas y legitimidad política en Europa, 2000-2020.

3. EL DESORDEN DE UN MUNDO NUEVO

Bayat compara el surgimiento de los no-movimientos con lo que Timothy Garton Ash ha llamado, en referencia a los movimientos de Europa del Este en los años 80 y 90, «refoluciones»: levantamientos violentos en pos de la reforma liberal. (43) Estos fueron de hecho precursores importantes, pero por razones que ni Ash ni Bayat reconocen. Lo que Ash no captó es que dichos movimientos fueron la respuesta a un colapso del imperio soviético que presagiaba una crisis del mundo industrial moderno. (44) Desde entonces, Occidente se ha puesto al día con los países ex comunistas en términos de su propio estancamiento y desindustrialización (ver figura 1). Los levantamientos que proliferan en nuestra época, los cuales a menudo desaparecen tan rápido como aparecieron, ponen de manifiesto el estado disruptivo de un orden económico global en estancamiento secular, y la geopolítica en ruinas del período posterior a 1945.

Un año después del final de la Segunda Guerra Mundial, el marxista italiano y líder de una secta recalcitrante Amadeo Bordiga escribió «Tracciato d’impostazione», un ensayo tan lleno de exageraciones retóricas y jerga divagante que, cuando aparecen, sus percataciones verdaderas resplandecen como gemas en el barro. (45) Bordiga intentó aclarar la definición de movimiento revolucionario en un momento en que reinaba el “democapitalismo” y la propia teoría comunista había perdido su significado original como ciencia experimental radical que predecía el cambio social. Para este sectario revolucionario, la trinidad del antifascismo, la democracia y, por último el marxismo, se había convertido en el principal obstáculo para cualquier perspectiva comunista que mereciera ese nombre. Ahora, «los movimientos exquisitamente conservadores de las instituciones burguesas se atreven a llamarse partidos del proletariado», se lamentaba. (46) La victoria de los Aliados en 1945 no solo empañó las perspectivas de una guerra revolucionaria en Europa, sino que transformó el imaginario comunista original en uno democrático que, en definitiva, alejaría a los proletarios del movimiento obrero. Así, mucho antes de que Thomas Piketty advirtiera sobre las consecuencias de “la izquierda Brahmán”, (47) Bordiga había declarado que el marxismo se estaba convirtiendo en una ideología para los gerentes de clase media, o peor aún, en una simple defensa del liberalismo y la democracia. (48)

Bordiga quizás hubiera estado de acuerdo con Mario Tronti, quien ha insistido en que “el movimiento obrero no fue derrotado por el capitalismo, fue derrotado por la democracia”. (49) Bordiga, sin embargo, argumentó que el mismo movimiento comunista había sentado las bases para esta derrota democrática. Su famosa crítica al antifascismo y sus reflexiones contrafácticas sobre por qué una victoria del Eje podría haber provocado una guerra civil y, por lo tanto una revolución, pueden parecernos extrañas hoy en día. (50) Sin embargo, el diagnóstico de Bordiga sobre la era posterior a la Segunda Guerra Mundial puede ayudarnos a entender mejor el auge de los no-movimientos, que a menudo luchan por valores aparentemente liberales y ejercen presión sobre el estado desde abajo, al mismo tiempo que vemos surgir una derecha populista que refleja una crisis de las clases gerenciales. Nuestra época está atravesada por un desorden que viene tanto desde arriba como desde abajo, y esta crisis parece disolver los cimientos de la larga paz (la Pax Americana) que había interrumpido el desenvolvimiento revolucionario de una época anterior.

El auge de Trump, Bolsonaro, Duterte, Modi, Orban, Putin e incluso Macron revela que el status quo es disruptivo, algo que David Ranney ha bautizado como «un nuevo desorden mundial». (51) Como vimos recientemente en Polonia y Estados Unidos, las elecciones entre «liberales» y «conservadores» se disputan y se ganan con márgenes cada vez más estrechos , y la edad y la educación suelen ser más decisivas que la clase para moldear la lealtad a un partido. (52) Los Trump del mundo dividen a las poblaciones, e incluso a las clases dominantes, contra sí mismas y revelan que la lucha por la democracia liberal puede radicalizarse fácilmente, al igual que los revolucionarios pueden ser fácilmente cooptados como camisas negras listos para luchar con sus piedras, escudos y paraguas por el statu quo democrático. El levantamiento de George Floyd, por ejemplo, se convirtió brevemente en un canal para la resistencia a la autocracia de los nuevos líderes populistas en todo el mundo. Pero debajo de la oposición entre “liberales” y “conservadores” es posible reconocer lo que Bordiga habría llamado tendencias “antiformistas”, escaladas de conflictos y remodelación de la forma social de nuestro orden actual.

Al analizar el conflicto social y las instituciones sociales, Bordiga repudió esas expresiones cargadas de valores como «conservador», «progresista» o incluso «revolucionario». (53) La tarea del marxismo, que Bordiga denomina una «ciencia de la especie», es comprender cada movimiento o institución social en sus dimensiones “conformista”, “reformista” o “anti-formista”. (54) Un movimiento conformista es una fuerza que busca mantener “intactas las formas e instituciones existentes, prohibiendo cualquier transformación y refiriéndose a principios inmutables”. (55) Los movimientos reformistas son “aquellos que, si bien no buscan trastornar abrupta y violentamente las instituciones existentes, admiten que las fuerzas productivas están presionando con demasiada fuerza y ​​abogan por cambios graduales y parciales del orden actual”. (56) Los movimiento antiformistas, por el contrario, suponen un “asalto a las viejas formas, e incluso antes de saber cómo teorizar los rasgos del nuevo orden, tienden a romper las formas antiguas, provocando la irresistible emergencia de otras nuevas”. (57)

Si adoptamos la tipología de Bordiga, diríamos que es esta última forma la que vemos aumentar anualmente a medida que más y más personas expresan su frustración con el statu quo. La proliferación de no-movimientos refleja la inestabilidad de un mundo postindustrial y, por lo tanto, puede describirse como «antiformista». Sin embargo, estas explosiones pueden convertirse fácilmente en movimientos reformistas o incluso conformistas si, paradójicamente, siguen siendo incapaces de evitar las tendencias hacia la guerra civil y la violencia nihilista que implica tal inestabilidad. El sueño de Bordiga de una guerra revolucionaria se ha convertido (o quizás siempre fue) una fantasía ingenua que es incapaz de producir la base de una sociedad sin clases. Las guerras civiles en Libia y Siria revelan cuán fácilmente la guerra convierte a las organizaciones revolucionarias de masas en mafias militares necesitadas de dinero, armas y reclutas. (58)

Incluso si la afirmación de la guerra hecha por Bordiga era ingenua, su crítica a la democracia sigue mereciendo una consideración seria. La evolución que va desde 2008 a 2020 muestra que los no-movimientos encuentran su límite en el rostro de Jano de la represión y la representación (o, en su forma más completa, la guerra y la democracia). Ambos pueden combinarse para debilitar a los no-movimientos, por ejemplo, vinculándolos al estado o convirtiéndolos en partidos formales o en sindicatos. Tales derrotas nacen de las necesidades de los mismos no-movimientos, de su incapacidad para superar sus límites inmanentes. Pero si la acumulación de luchas antigubernamentales sigue aumentando, como lo ha hecho anualmente desde 2008, entonces será necesario que los no movimientos desarrollen su crítica instintiva de la represión y la representación en una crítica despiadada de la guerra y la democracia.

Una estrategia que busque dar rienda suelta a la lógica anti-formista de los no movimientos tendría que implicar una discusión de los problemas de la mediación política y, por lo tanto, una defensa de lo que a menudo se llama antipolítica. (59) Si los levantamientos han de evitar los atolladeros de la guerra y la democracia, se requiere una perspectiva estratégica que desfíe las divisiones ideológicas e identitarias dentro del proletariado, incluidas aquellas entre trabajadores y estratos de clase media. Podemos apostar que las consecuencias económicas de los confinamientos, que ya han empezado a obligar a la gente a unirse en frentes comunes contra el estancamiento económico y la austeridad, contribuirán aún más a la confusión de identidades ya prevaleciente y visible en muchos lugares del mundo. Así como los Gilets Jaunes fusionaron a hombres y mujeres de privincias, con frecuencia conservadores o de derecha, con estudiantes de izquierda, miembros insatisfechos de la clase media y proletarios de los suburbios, la actual desaceleración y cierre de la economía sentarán las bases de una mayor confusión. (60) A veces la incertidumbre generada por esta mezcla puede parecer aterradora, lo que quizás se la razón por la que los jóvenes de Nápoles que protestaban por las consecuencias de los confinamientos sintieron la necesidad de declarar “Somos trabajadores, no fascistas”. Como advirtió Perry Anderson en 2017, puede que una de las razones por las que el sistema está ganando sea que el miedo, en lugar de la ira, es lo que moviliza a la izquierda. (61) Sin embargo, los no-movimientos han desafiado con valentía a la represión policial, los confinamientos y el miedo al coronavirus, simplemente reuniendo miles de personas juntas en las calles. Tal cuestionamiento de una normalidad capitalista, marcada por la histeria y el catastrofismo que la acompaña, se volverá aún más importante a medida que la economía siga estancada y los no-movimientos sean empujados en una dirección más revolucionaria. (62)

Por lo tanto, una reflexión estratégica en los no-movimientos tendría que avizorar los medios que les permitan finalmente tomar el control del estancamiento/desindustrialización capitalista, desplegando las bases del nuevo mundo contenido en éste. Esto es algo que no les interesa hacer y que tampoco  son capaces de hacer, porque ello amenazaría su espontaneidad y, en cierto sentido, su pasividad constitutiva. Sin embargo, para sobrevivir, los no-movimientos tendrán que inspirar la creación de formas de vida capaces de vivir por algo más que dinero y trabajo asalariado. Esto implicaría un nuevo uso de los medios de producción como herramientas contra el capital, herramientas que no sólo nos liberen del trabajo, sino que también nos permitan compartir el trabajo necesario para garantizar que la vida se convierta en algo más que mera supervivencia. (63) Como señalaron hace poco los Angry Workers of the World, el objetivo inmediato debería ser que todos “trabajen menos manteniendo su paga íntegra, de acuerdo con el nivel ya alcanzado por la productividad social”. (64)

No obstante, unas poblaciones dispuestas a vivir una existencia así de comunal, donde la economía esté dirigida hacia la desindustrialización que el capitalismo hace posible y al mismo tiempo prohíbe, solo pueden producirse a través de la forma (llamémosla provocativamente) interclasista que es tan típica de nuestro período. Proletarios, estudiantes y estratos de clase media se ven obligados a juntarse en las calles. Trabajadores con poder estratégico clave, técnicos con el conocimiento para remodelar la faz industrializada del mundo… tales grupos serán cruciales para ir más allá del capitalismo; sin embargo la afirmación de su poder llevará de seguro a una mayor fragmentación de clases a menos que puedan trascender sus intereses sectoriales y converger con segmentos de las masas precarias o desempleadas del mundo. Por lo tanto, si bien es necesario estar «arraigado» en la vida proletaria, creando así vínculos internacionales entre los trabajadores en lucha, es igualmente esencial vincular los lugares de trabajo con los no-movimientos, cuyo auge desborda la mayoría de las fronteras seccionales e incluso de clase. (65) Fracasar en esto implica reproducir las divisiones que estratifican a las clases en diferentes segmentos con intereses distintos, y no pocas veces antagónicos. Sin duda algo de esta oscilación, que obliga a la gente a unirse en alianzas débiles al mismo tiempo que crea fuertes divisiones dentro del proletariado global, lo que caracteriza a nuestra época de Behemoths decrépitos y Leviatanes fallidos.

Hoy en día, un virus casi ha detenido la máquina de la civilización. Ha revelado la incapacidad del estado capitalista para proteger la vida sin cerrar una economía que se ha vuelto casi inseparable de la existencia humana como tal. Dado que no buscamos ni somos capaces de recrear la máquina de crecimiento que fue la base de la socialdemocracia, el único camino a seguir es, como insistieron los bordiguistas en 1953, luchar por una radical “desinversión del capital”. Para Bordiga esto implicó que “a los medios de producción se les asigne una proporción menor en relación a los bienes de consumo” y que elaboremos un “plan de subproducción, es decir, que la producción se concentre en lo necesario”. (66) Tal combinación de desinversión y subproducción ciertamente ha demostrado ser posible gracias a los confinamientos (así como al estancamiento secular de la economía). Pero afirmar el control sobre el declive capitalista requeriría abordar las cuestiones sociales producidas por las extrañas convergencias entre diferentes estratos sociales al interior de los no-movimientos.

Las protestas de los estudiantes secundarios en Chile por un alza de transporte de 30 pesos se convirtió en un movimiento de masas contra los 30 años de la constitución neoliberal que fue reformada en octubre de 2020: “No son 30 pesos son 30 años”. Una protesta contra el alza del precio del combustible en Francia se convirtió rápidamente en una movilización de amplia base contra la creciente desigualdad y las medidas de austeridad impuestas por un gobierno autocrático. Cuando las luchas se intensifican las luchas y muchas de sus demandas iniciales son satisfechas, a menudo por el simple hecho de que la represión obliga a más y más personas a salir a las calles para protestar por la violencia policial, los no-movimientos revelan un factor en común en el hecho de que todos son desencadenados, o al menos condicionados, por el estancamiento económico. En este contexto, la confusión identitaria de los no-movimientos puede ayudarlos a tomar conciencia de lo que son: expresiones subjetivas del declive económico. Hemos argumentado que la conciencia de clase, en el período actual, sólo puede ser la conciencia del capital. (67) Esto, a su vez, no implica hoy más que la revelación cada vez más clara de que el capitalismo no tiene futuro. Y cuando los Gilets Jaunes dicen «fin del mundo, fin de mes», no solo expresan lo que ven como la dimensión apocalíptica de nuestra era, sino que afirman el fin de este mundo y esta vida como el requisito previo necesario para la creación de un mundo nuevo y una nueva vida.

Figura 5: Protestas y legitimidad política en Oriente Medio y África del Norte, 2000-2020.

4. AHORA TODOS SOMOS BASTARDOS

Hemos visto que la chusma que ondeaba banderas y cantaba himnos nacionales mientras intentaba destruir el Arco del Triunfo, así como el derribamiento a veces indiscriminado de monumentos en Estados Unidos, son indicativos de un patrón más amplio que lo que suele llamarse anti-política. (68) Pero, como ocurre con muchos no-movimientos actuales, desde la Primavera Árabe hasta los Gilets Jaunes y Black Lives Matter, la rabia contra la policía a menudo señala un odio más amplio hacia la política. Esto no se debe simplemente a que la policía sea la manifestación más inmediata de la represión estatal, un adversario táctico en las calles. Si las estatuas son los símbolos muertos del estado, la policía es su símbolo viviente, y esto es especialmente cierto en una era de austeridad y en medio de una pandemia mortal. Dado que el estado ha demostrado ser incapaz de proteger a la población de una crisis de muchas cabezas, queda claro que su función principal será contener las consecuencias de estas crisis mediante el disciplinamiento de la población. Es decir, el estado ha quedado reducido a su función policial.

Como tal, la consigna popular francesa tout le monde déteste la police -«todo el mundo odia a la policía»- puede apuntar a una deslegitimación más amplia del Estado moderno, cuyo antiguo precursor, la polis, dio su nombre y su forma a la «policía». La violencia policial, las cuarentenas, el distanciamiento social y las medidas de cierre (o para el caso, la voluntad de los políticos de reabrir las economías) se han convertido en detonantes de una nueva oleada de disenso social que refleja una aguda crisis de representación política. Por supuesto, no todo el mundo odia literalmente a la policía. Las encuestas de Europa occidental a menudo muestran un grado notable de confianza en esa institución (aunque esto varía según la clase, la edad, la nación y la raza del encuestado). (69) Si bien los cuerpos de policía son ampliamente despreciados en las autocracias, en las democracias neoliberales los recientes programas de austeridad les han dado una forma particularmente degenerada y violenta, convirtiéndose en el principal representante del estado en muchas comunidades pobres y de clase trabajadora. (70) En consecuencia, los estudios más recientes muestran que la confianza en la policía ha disminuido, y podemos ver señales de que la policía se ha convertido cada vez más en un foco de odio no solo de los proletarios y las minorías raciales, sino también entre segmentos de la pequeña burguesía, e incluso de los ricos.

Ciertamente, una de las razones de esto puede ser que ha aumentado tanto la incidencia de casos de brutalidad policial, como la conciencia de ello. La policía es universalmente brutal porque su trabajo selecciona y fomenta una personalidad autoritaria, y su papel en la protección de la riqueza y la propiedad siempre la ha convertido, en palabras de Orwell, en el enemigo natural de la clase trabajadora. (71) Pero la brutalidad policial puede ser amplificada por el hecho de que ahora se le ha asignado también la responsabilidad de hacer cumplir primero la austeridad, y ahora los confinamientos. Sin un aumento del compromiso por parte del personal policial, los agentes individuales que se encuentran de pronto sin tiempo y sin recursos pueden hacerse más proclives a recurrir a castigos sumarios o ejemplares. En cualquier caso, su función de contener y disciplinar a la población que se rebela contra estas medidas hace inevitable un aumento de la brutalidad, y los niveles crecientes de violencia, a su vez, conducirán inevitablemente a una mayor enemistad tanto de las víctimas como de los transeúntes (reales o virtuales).

Además, la experiencia de ser odiado puede en sí misma suscitar entre los policías una identidad subcultural, no muy diferente de la de quienes son combatidos por ella: un sentimiento de ser una minoría sitiada (“blue lives matter”) que puede acentuar la tendencia hacia una mayor brutalidad. Su sensación de no ser respetados ni por los proletarios a los que disciplinan ni por los ricos a los que protegen, puede también conducir al cinismo. Así, si bien es cierto que “todos los policías son bastardos”, también es cierto que al reaccionar a sus sentimientos de abandono (por parte de políticos y élites) e ilegitimidad (a los ojos de quienes reprimen), los policías terminan viéndose a sí mismos como bastardos -hijos no reconocidos de una sociedad enferma-, brutalizando con impunidad como una forma de deleitarse en el alarde de las normas «civilizadas». (72) Como Edmund en El rey Lear, ellos «defienden a los bastardos». (73)

La posibilidad de que un segmento creciente de la población llegue a identificarse con esta brutalidad desvergonzada plantea un peligro real de fascismo, y esto produce una comprensible reacción antifascista y antipolicial. Sin embargo, como ya señaló Camatte en el 68: “es peligroso delegar toda la inhumanidad a una parte del todo social y toda la humanidad a otra”. (74) Para Camatte, el riesgo no es simplemente que esto contravenga un fundamento del humanismo (y por lo tanto del comunismo), sino también que ello lleve a «descartar efectivamente la posibilidad de socavar la fuerza policial». (75) Centrar nuestros ataques en la policía es, para Camatte, «perpetuar un cierto ritual -un ritual en el que los policías siempre tienen el papel de subyugadores invencibles”. (76) En lugar de asumir que atacar a la policía es la táctica insurgente por excelencia, tenemos que pensar estratégicamente sobre cómo circunnavegar a la policía e incluso explotar las posibles contradicciones dentro del campo enemigo. (77)

Una crítica de la violencia contemporánea, que sea adecuada a una época en que la guerra sólo puede llevarnos a la derrota, no implica ninguna retirada; más bien, puede indicar la necesidad de inteligencia revolucionaria, como cuando masas de mujeres rodean a la policía en Bielorrusia, o el Muro de las Mamás protege a la primera línea en Portland. Sin embargo, sería un error exagerar la importancia de las tácticas y los planes al discutir las acciones espontáneas de millones de hombres y mujeres. La mejor forma de desmovilizar a la policía y a las fuerzas de seguridad es escalando (y, por tanto, a menudo haciendo violentas) las protestas. No son los disturbios los que amenazan la continuidad de las luchas (las estaciones de policía incendiadas pueden movilizar a millones, como vimos tras el asesinato de George Floyd), sino la militarización del conflicto. Todas las formas de violencia profesionalizada obstaculizan el desarrollo de los no-movimientos, precisamente porque éstos consisten en masas de revolucionarios no profesionales buscando superar las divisiones de tareas que minan el potencial emancipatorio de las protestas.

En definitiva, los no-movimientos no sólo deslegitiman a la policía, sino a todo un mundo en el que la política ha quedado reducida a la policía. La forma más eficaz en que pueden luchar contra la policía es deslegitimando al sistema en su conjunto. Como hemos visto muchas veces recientemente, esto puede implicar despliegues del ejército, con lo cual aparece el espectro de una guerra civil. Al final, este espectro sólo puede disiparse mediante la deserción. Y así como los soldados deben desertar (tradicionalmente la condición sine qua non del éxito revolucionario), las deserciones de la policía y el personal de seguridad, como en la llamada Revolución Bulldozer en Serbia en 2000, serán cada vez más necesarias para trascender la enemistad que devuelve a los no-movimientos hacia las categorías, identidades y roles que habían empezado a trascender en su confusión. (78)

Quizás cuando odiamos a la policía odiamos aquello en lo que nos hemos convertido. No en el sentido de que odiemos a «los policías en nuestras cabezas», sino en que nos hemos vuelto dependientes de la misma infraestructura austera que en última instancia depende de la policía, y de la cual ser excluido -lo que Ruth Gilmore ha descrito como «abandono organizado»- significa morir de forma prematura, y no sólo a manos de la policía. (79) En cierto sentido, todos nos hemos convertido en “bastardos”. Sin embargo, si esto es así, queda claro que ni “desfinanciar” ni “abolir” a la policía resolvería ese problema más profundo.

Los partidarios de “Defund the police» se imaginan que el dinero gastado en la policía y las prisiones, si se destinara a otros programas sociales, podría abordar los problemas subyacentes que hoy se espera que la policía maneje o contenga. Pero así ignoran el hecho de que la policía y las prisiones son los programas sociales más baratos, la expresión misma de la austeridad y, por lo tanto, son de poca utilidad para una reparación redistributiva. (80) A menudo «abolir» signifca, en la práctica, reemplazar a la policía con alguna otra institución (por ejemplo mediadores, trabajadores sociales, seguridad privada), que seguramente exhibirán patologías similares o relacionadas. (81) Pero incluso las visiones más radicales de la abolición tienden a tropezar con los problemas sociales reales que los estados capitalistas delegan en la policía. Quienes defienden darle a las víctimas el control del castigo y de la “rendición de cuentas”, pueden reproducir el sesgo punitivo del régimen carcelario actual. (82) Pero si bien los llamados a la reducción y reparación de daños están completamente justificados, debe quedar claro que están más allá de lo que cualquier sociedad capitalista podría admitir (y mucho menos costear), porque exigiría reconocer que reparar no es lo mismo que pagar (quien salda sus deudas está comprando sus relaciones humanas) y que el capitalismo nos convierte a todos en bastardos (aunque nadie es solamente eso). (83)

Tal vez no debería sorprender que la consigna de “desfinanciar a la policía” cobrara fuerza en un país que tiene no sólo una fuerza policial comparativamente letal, sino también una tradición profundamente arraigada de justicia vigilante. (84) El término “abandono organizado” debería llamar nuestra atención sobre el hecho de que cuando la política se reduce a la policía, la ausencia de policía puede ser tan política como su presencia. Podemos encontrar varios ejemplos de esa política -la presencia de esa ausencia- no solo en la fantasía estadounidense del salvaje oeste, sino también en muchas situaciones de guerra (tanto civiles como no civiles), y en algunos barrios empobrecidos abandonados por el estado, como las favelas brasileñas que son administradas en gran parte por pandillas. También encontramos ejemplos en el menos conocido Jim Crow South, donde la policía a menudo se negaba a entrar en un barrio negro a menos que los blancos afirmasen haber sido víctimas de delincuentes negros. (85) Más recientemente vimos un destello de esto en las «zonas libres de policías» que fueron declaradas en algunas ciudades de Estados Unidos, como la CHAZ de Seattle, que, si la considerásemos como una nación independiente (tal como sugirieron algunos de sus miembros), habría tenido la tasa de homicidios más alta del mundo. (86) El lado sur de Chicago, donde la tasa de homicidios alcanzó brevemente los niveles de Brasil durante este verano, nos ofrece una idea más clara de cómo sería abolir la policía sin abolir el capitalismo. La «policía» privada de la Universidad de Chicago en Hyde Park, una isla de riqueza en medio de la pobreza del South Side, está mejor financiada que todos los distritos locales juntos. La seguridad privada es, después de todo, un arreglo mucho más rentable para los ricos: ¿por qué desperdiciar el dinero de sus impuestos en un departamento de policía en expansión en toda la ciudad cuando todo lo que realmente necesita es proteger sus propios enclaves?

Bajo la presión de los manifestantes, en junio de 2020, el consejo de la ciudad de Minneapolis votó no solo para «desfinanciar» a el departamento de policía, sino también para disolverlo. Aunque parece que rescindirán ese compromiso, si siguieran el modelo “abolicionista” de Camden, Nueva Jersey, ello podría significar simplemente que cambien el nombre del departamento. (87) Las milicias que pasaron el verano vigilando las calles en busca de unos míticos “saqueadores supremacistas blancos”, en ocasiones difundieron visiones más radicales de la abolición en Minneapolis. (88) Los diversos relatos de su experiencia muestran la complejidad del asunto de la violencia, que se presenta de manera diferente a los activistas, dueños de tiendas y residentes de vecindarios de alta criminalidad. Como revela la historia de las revoluciones del siglo XX, en la bruma de la guerra civil rara vez es posible distinguir claramente entre violencia política y violencia antisocial. (89) De cualquier forma, los intentos necesariamente caóticos de los revolucionarios por defender territorios ganados al Estado y al capital, no deben confundirse con una vigilancia del vecindario o con el brazo armado de una «organización comunitaria» que protege la propiedad privada en colaboración abierta o tácita con la policía local. (90)

A partir de estos ejemplos, queda claro que las luchas en sí mismas pueden convertirse fácilmente en expresiones pasivas de la anarquía y el desorden que los Trump del mundo buscan intensificar. (91) Como dijo Agamben en Atenas en 2013: “la verdadera anarquía es la anarquía del poder”. (92) Tal vez podamos ver un reconocimiento de esto en uno de los cánticos más populares de los levantamientos chilenos: No estamos en guerra. Esta consigna iba dirigida contra el presidente Sebastián Piñera, quien en un discurso de octubre de 2019 declaró: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, que está dispuesto a usar la violencia sin límites”. (93) En este ejemplo, uno entre muchos otros, los no-movimientos del mundo parecen representar paradójicamente al partido del orden, mientras que la policía no es más que la fuerza armada del partido de la anarquía, que no hace más que intensificar los conflictos que desgarran nuestro mundo.

Por supuesto, sería estúpido adoptar un principio abstracto de no violencia. Lamentablemente, el levantamiento en Chile ha costado la vida al menos a 30 personas desde octubre de 2019, y alrededor de 500 tienen lesiones en los ojos. Sin embargo, está claro que las masas en las calles no desean el caos ni la violencia. Al rebautizar la Plaza Baquedano, eje del no-movimiento en Santiago, como Plaza Dignidad, los manifestantes chilenos declaraban que su objetivo era una vida digna. Quizás se pueda discernir un hilo rojo (deshilachado) que conecta la desolada consigna No estamos en guerra de 2019, con la de Haz el amor, no la guerra de 1968, e incluso con la de Paz, tierra y pan de 1917. Porque la historia del comunismo no es sólo la historia de la lucha de clases, sino también la historia de una enemistad contra la enemistad, de una revuelta contra el antagonismo que divide a las clases subalternas en amigos y enemigos. En este sentido, es un anhelo de paz.

Figura 6: Protestas y legitimidad política en los países anglosajones, 2000-2020. (94)

5. UNA CIENCIA DE LA ESPECIE

En “The Holding Pattern”, en Endnotes 3, dijimos que el problema central de la Primavera Árabe y de Occupy fue el de componer diversos fragmentos del proletariado (así como de la clase media desafectada) en una fuerza coherente en las plazas. En retrospectiva, estas fueron las primeras señales de una marea creciente de no-movimientos. Sin embargo, el «problema de la composición» se entiende más convencionalmente como un asunto de «política de identidad» que parece haber surgido junto con la desaparición del movimiento obrero. (95)

Sería sólo una leve exageración decir que la política anti-identidad es el peor producto de la política identitaria. Muchos izquierdistas que critican las políticas de identidad han asumido sin embargo que hay un tema de identidad en torno al cual los restos del movimiento obrero aún podrían reunirse, a saber, el «nacionalismo ciudadano», que nunca estuvo lejos de su corazón. (96) Pero hemos visto que sólo la derecha puede prosperar de forma viable en ese terreno. Sin embargo, la «política de identidad» no es simplemente un espectro que acecha a la izquierda socialdemócrata. De hecho, se ha convertido en un término de oprobio casi universal. Incluso los más «despiertos» tienden a usar el mismo término (o algún sinónimo) para criticar a quienes trazan divisiones innecesarias o hacen dudosas afirmaciones de representar a subgrupos cada vez más selectos entre los oprimidos. Es por eso que tomamos la “política de identidad” para señalar algo más que un conjunto de límites que los no-movimientos contemporáneos deben enfrentar. En el sentido más amplio en el que empleamos el término, las políticas de identidad constituyen el terreno mismo en el que se desarrollan la mayoría de las luchas en la actualidad y, por lo tanto, en el que deben confrontarse tales límites.

Los movimientos sociales clásicos, ya sean de izquierda o de derecha, solo pueden maniobrar sobre la base de un capitalismo decrépito que los no-movimientos del mundo hoy están remodelando lentamente, y quizás pronto, con rapidez. En Apocalipsis y revolución, Giorgio Cesarano describió las primeras apariciones de la política de identidad como «movimientos de liberación contrarrevolucionarios» que, en su parcialidad, producen, no obstante, una «conciencia duramente obtenida de lo que está en juego: la liberación de la especie de la ideología, la necesaria superación de todas las separaciones, la conquista armada del punto de vista de la totalidad”. (97) Usando los términos de Bordiga, podríamos decir que junto con sus dimensiones conformista y reformista (la preocupación por las letanías «anti-despertar»), estos movimiento contienen también elementos antiformistas, en el sentido de que reconfiguran el terreno mismo en el que se despliega la impugnación.

El principio organizativo central de los no-movimientos ha sido su rabia e indignación frente a la injusticia o la corrupción en general, y contra la policía, los políticos o las élites en particular. Pero llega un punto en la evolución de la lucha en el que esa unidad negativa (unidad por enemistad) se experimenta como insuficiente. Estamos unidos a través de un sentido compartido de lo que está mal, pero limitados por esta misma relación con el mal, que solo puede trascenderse articulando una visión compartida del bien. Además, nos reunimos bajo la bandera de los enfurecidos e indignados, pero detrás de ella se ocultan verdaderas divisiones de intereses y lealtades. Divisiones que inevitablemente se hacen sentir en algún momento, a menudo de forma violenta. Esto es cierto incluso cuando la lucha parece no ser sólo una lucha contra un enemigo en particular, sino la lucha de una fracción específica de la clase (por ejemplo, negros, indígenas, jóvenes, migrantes) que puede presentarse como la más explotada o la más enfurecida, la parte que representa al todo.

Hoy en día, el todo como tal no puede ser representado, de modo que cualquier lucha de clases que se extienda más allá de un lugar de trabajo particular o un sector particular de la clase, ve delineadas sus potencialidades y límites por alguna forma de política identitaria. De hecho, tales luchas solo pueden extenderse confrontando y confundiendo las separaciones identitarias en las que está enredada la clase trabajadora. La clase está dividida en una miríada de situaciones, cada una de las cuales puede tener una representación parcial, pero ninguna puede ubicarse claramente en una alianza política o un grupo de interés. Rara vez existe alguna solución al problema de coordinación mediante el cual tales identidades parciales podrían alinearse para representar adecuadamente a la clase en su conjunto.

En Estados Unidos, por ejemplo, la clase parece estar mediada por la «raza»; la capa más pobre y más desfavorecida de la sociedad es desproporcionadamente de ascendencia africana o indígena, y los marcadores visibles de dicha ascendencia a menudo se identifican con esa capa. Por supuesto, el problema con esta forma de aparecer no es sólo que existe una clase media negra e indígena cuya existencia está necesariamente en tensión con estos preceptos culturales, sino también que desde esta perspectiva los blancos pobres a menudo son tergiversados ​​como privilegiados. En el imaginario del Estados Unidos liberal, la clase trabajadora blanca ha llegado a ser vista como incorregiblemente racista, una «bolsa de deplorables» identificada con la base vilipendiada de Trump, mientras que los conservadores insisten en asociar a dicho grupo con trabajos hace ya tiempo defuntos de los ganapanes que mantienen a sus familias -incluidos los oficiales de policía-, contrastando su respetabilidad con las supuestas patologías de la “subclase” negra. Para ambos, la clase se divide a lo largo de una línea que es al mismo tiempo moral y racial, entre pobres dignos e indignos; pero qué «raza» se asocia con qué lado de esta dicotomía maniquea, depende en gran medida de si el observador guarda lealtades liberales o conservadoras.

Pero si bien la política racial de Estados Unidos es un ejemplo extremo de una clase mediada por la identidad, esta mediación no es en absoluto una excepción estadounidense. Las luchas por la identidad han llegado a dominar la esfera política en todas partes. No porque la gente se haya vuelto más racista, sexista u homofóbica. Por el contrario, tales puntos de vista han declinado en general, incluso cuando se han vuelto más prominentes en los realineamientos políticos contemporáneos.98 La tendencia general es que las generaciones más jóvenes, más liberales y progresistas se enfrentan a sectores conservadores, y a menudo mayores, de la población que tienen una influencia desproporcionada. sobre la política (debido a su riqueza y propensión a votar). En este contexto, el nacionalismo y el populismo se han vuelto más pronunciados, pero

esto en sí mismo no indica un cambio de dirección, ya que todas las políticas dominantes (tanto de izquierda como de derecha) son fundamentalmente una política del estado, el ciudadano, el pueblo y la nación. Lo que ha cambiado es que los no movimientos del mundo han trastocado esta política conformista con su ímpetu anti-formista.

Si hoy en día toda política tiende hacia lo identitario no es porque las divisiones identitarias se hayan hecho más claras y precisas, sino porque cada vez son más cuestionadas y confusas. Por un lado, se trata de una simple función del estancamiento capitalista en curso, que combina las transformaciones en el proceso de producción con el empeoramiento de los índices económicos, socavando las expectativas de estabilidad en el empleo, la salud, la vivienda y la vida familiar. Por otro lado, las identidades son cuestionadas, hasta el punto en que se pone en entredicho su propia supervivencia, cada vez que la necesidad de luchar contra estas condiciones cada vez peores excede los límites reales de la cooperación entre los fragmentos de clase, y los no-movimientos indundan calles, plazas y rotondas. Estos espacios son necesariamente confusos, porque su producción requiere de una activa mezcla de identidades dispares. Este proceso es tenso, porque implica poner a bailar peligrosamente a las políticas de identidad, siempre con el riesgo de que se vuelvan meramente performativas, resentidas e incluso violentas.

Por lo tanto, la última versión de Black Lives Matter puede verse como un ejemplo de un patrón general que ha caracterizado a la acumulación global de no-movimientos. Las manifestaciones, disturbios y ataques a monumentos que arrasaron Estados Unidos desde el 26 de mayo representan una gran confusión de elementos que hasta ahora estaban separados e incluso se oponían entre sí. Dentro de esta amalgama proliferan las divisiones internas, tanto entre las identidades preexistentes como en las nuevas que van surgiendo de la lucha. En la rebelión de George Floyd podemos señalar la división entre el «día» y la «noche», que corresponde a más protestas pacíficas de la clase media y más actos proletarios de disturbios y saqueos. (99) También podríamos hablar de las divisiones entre «violentos» y “no violentos”, o la división entre grandes ciudades y pueblos pequeños, muchos de los cuales experimentaron en esta ocasión sus primeras protestas. Pero lo más sorprendente, quizás, fue la composición racial de estas protestas.

Hay pocas dudas de que los proletarios negros abrieron el camino, tanto en el motín inicial de Minneapolis como en los casos posteriores de saqueos selectivos en Chicago y Filadelfia. Sin embargo, en la gran mayoría de las protestas, e incluso en muchos disturbios, los participantes que se identifican como “blancos” parecen haber constituido la pluralidad de la gente en las calles. (100) Esto salta a la vista en las encuestas de opinión que le han preguntado a la gente su ha protestado, las encuestas masivas hechas por sociólogos, la mayoría de los informes de arrestos dados a conocer por la policía, e incluso en los análisis de actividad de teléfonos móviles en algunos escenarios de disturbios. (101) Este hecho a menudo es ignorado tanto por la izquierda como por la derecha, presumiblemente porque pone en jaque su propio sentido de identidad. Y, sin embargo, es precisamente la movilización masiva de la «América blanca» lo que hizo a este levantamiento diferente de otros similares, como Black Lives Matter en 2015, y como la ola de disturbios que arrasó a las ciudades estadounidenses en la década de 1960. (102)

Esto se puede ver como una masiva traición de la blancura, ligada a una disminución gradual pero constante de las actitudes racistas, especialmente entre los jóvenes estadounidenses. Pero si el «antirracismo» fue la consigna universal del movimiento, es importante aclarar que significaba cosas diferentes para diferentes personas. En el efecto dominó del movimiento a través de la cultura, podemos ver un aumento notable del antirracismo performativo, organizado en torno a reclamos individuales de representación racial y virtud antirracista. Vemos esto no sólo en los contextos habituales de la discusión en línea y la educación superior, sino también en la política parlamentaria y, hasta cierto punto, en las calles, donde a veces se vio facilitado por tensiones residuales de nacionalismo que están más que dispuestos a vigilar las fronteras raciales. Es fácil identificar ejemplos de esto: políticos demócratas arrodillados sobre tejidos Kente, cristianos blancos que simbólicamente le lavan los pies a pastores negros, y el cada vez mayor número de «entrenadores de diversidad» y «líderes negros» que siempre parecen decirle a los blancos de clase media lo que éstos quieren escuchar: retrocedan, permanezcan en su carril, protesten sin violencia, retírense a hacer ejercicios individuales de expiación de la culpa y de redención. (103)

Sin embargo, es importante reconocer que esta no fue la forma dominante de antirracismo que se impuso después del 26 de mayo. En cambio, vimos algo mucho más cercano a la «política de identidad» que describimos en este artículo: la política de quienes saben que las divisiones por motivos raciales deben ser desafiadas activamente si quieren seguir siendo una fuerza contra la policía (y contra la política que está detrás de ellos). Las expresiones de unidad interracial se expresaron ampliamente en las pancartas y en los cánticos, pero se materializaron en una acción concertada hacia un objetivo común, ya fuera sitiar un recinto, derribar una estatua o defender a la multitud de los ataques policiales. Cuando en situaciones como esas los activistas  intentan segregar racialmente a la multitud (o verificar la buena fe racial de las personas para establecer el nivel deseado de diversidad), a menudo se dice con razón que auxilian a la policía y a los fascistas al dividir y debilitar el movimiento.

De hecho, el levantamiento puede ser visto como una revuelta de esta forma pragmática de antirracismo contra la anterior, de tipo performativo. Después de todo, los alborotadores apuntaron principalmente a las administraciones de las ciudades dirigidas por alcaldes liberales, muchos de los cuales habían hecho sus carreras en base a un antirracismo performativo. Estos alcaldes, muchos de ellos mujeres negras, ahora protegían a policías asesinos, ordenaban la represión brutal de los manifestantes y, en el caso de Chicago, levantaban los puentes levadizos para mantener a un proletariado predominantemente negro lejos del centro de la ciudad adinerada. Su discurso de diversidad e inclusión no disuadió a los proletarios negros de quemar y saquear las ciudades que administraban; pero tampoco convenció a los estadounidenses blancos de que se quedaran en casa e «hicieran su trabajo». En cambio, cientos de miles (quizás millones) de blancos se levantaron contra estos alcaldes liberales, negros o POC [People Of Color, «gente de color», NdT] y, en la mayoría de los casos, fueron capaces de luchar junto a sus vecinos negros sin ser condescendientes con ellos. (104)

Pero si la rebelión de George Floyd representó así una “traición a la blancura”, no fue exactamente del tipo que alguna vez defendió la revista Race Traitor. No fue una traición estratégicaque tuviera como objetivo el poder de la clase obrera, sino más bien una traición espontánea de los sujetos neoliberales, alimentados por la rabia y el disgusto, que se niegan a ser lo que son, y prueban brevemente, en la confusión de la lucha, lo que podrían ser. Este es el sentido positivo de lo que llamamos «confusión». Esto también se puede observar cuando los islamistas ingresaron a la plaza Tahrir, cuando los partidarios del Frente Nacional se unieron a los bloqueos de las rotondas, o cuando los chilenos de clase media salieron a las calles para luchar contra la policía junto a anarquistas y ultras. Tal trasvasije a través de fronteras políticas, culturales y raciales es más común y menos complicado de lo que la imaginación liberal antirracista puede siquiera soñar (sobre todo para los proletarios que tienen menos que perder o cuando el orden meritocrático se tambalea).

Sin embargo, aunque la fusión es posible, incluso fácil, en el fragor de la lucha, rara vez perdura. (105) Y aunque la confusión de los no-movimientos a menudo se basa en traicionar lo que somos, rara vez nos permiten dejar atrás nuestra antigua vida. Es cierto que nos rebelamos contra una condición de soledad (una soledad que solo se ve agravada por el distanciamiento social y los encierros), pero una revuelta rara vez satisface el hambre de comunidad que la provocó. (106) Algunos activistas ya se conocían entre sí, y muchas personas se convierten en activistas por primera vez, pero no hay una comunidad de tácticas, sólo una afinidad temporal entre identidades políticas y tácticas: Gilets Jaunes, milicias, antifa, vanguardistas y «líderes comunitarios»: un mundo de tribus, pandillas, rackets. (107) Los no-movimientos generalmente luchan para producir asambleas vecinales o construir vínculos duraderos con las organizaciones en los lugares de trabajo. No obstante, interrumpen abruptamente la vida cotidiana, marcando el paso del tiempo según los «actos» numerados de los Gilet Jaunes, o las manifestaciones masivas cada viernes en Chile, cuando la gente se reúne en cantidades insólitas para expresar su rabia y a continuación vuelven a disperarse, ya sea para volver a sus vidas individuales o a sus diversas tribus identitarias.

Esta falta de coherencia tampoco es una ventaja táctica o estratégica. Fue la escala y el alcance de las movilizaciones, más que su diversidad de tácticas, lo que abrumó a la policía, y fue la brutalidad inicial de la policía lo que a menudo hizo que las movilizaciones tuvieran tal escala y alcance. Todos los participantes se dan cuenta que, más allá de cierto punto, la confusión de la protesta y su falta de organización sostenida, son obstáculos para la extensión de la lucha. Sin embargo, al confundir la identidad de sus participantes, los no-movimientos representan un crisol en el que podemos ver formarse un nuevo tipo de ser humano, uno menos traumatizado o domesticado de lo que Agamben y otros temen. Hemos dicho que los no-movimientos potencian y radicalizan los cambios en la reproducción de la existencia cotidiana y, por tanto, de la vida humana. Cambios que hacen posibles las explosiones en las calles que hemos visto en la última década. Nuestra apuesta es entonces que este cambio antropológico continuará después de que las luchas en las calles sean aplastadas por la represión, o se desvanezcan por falta de organización o resistencia, porque los no-movimientos son expresiones de la lógica antiformista de nuestra época.

Hoy en día la confusión de identidades es la condición de posibilidad de la revuelta, pero también un límite que hay que superar. A corto y mediano plazo, esperamos que se problematice cada vez más, tanto en el sentido práctico como en el teórico. Este límite puede indicar la necesidad de un nuevo tipo de organización, como dijo recientemente un amigo (refiriéndose a un grupo de hip hop clandestino): una Konfusion Organizada. (108) Uno podría incluso llamar a eso un «partido comunista», aunque, como algunos camaradas sostuvieron recientemente, tendría que lucir muy diferente de los partidos de antaño. (109) Específicamente, habría que apelar a un proletariado que ya no es convocado por los residuos del movimiento obrero, y que se ve obligado a unirse a sectores de las poblaciones sobrantes y a estratos medios desclasados ​en la revuelta contra un empobrecimiento general. Así, un partido tan invisible tendría que apelar también a esos grupos rebeldes, ya sean lumpen o clase media marginada, que han salido a las calles en cantidades sin precedentes, en oleadas que expresan la volatilidad de nuestro período. Incluso puede que tenga que apelar a aquellos segmentos de la clase que actualmente se movilizan en contra de los no-movimientos, para romper la enemistad que fortalece a la policía y empuja las luchas hacia la lógica de la guerra. Sin embargo, dado que los no-movimientos son, como hemos argumentado repetidamente en este texto, los signos subjetivos del estancamiento del capitalismo, quizás su tarea más importante sea tomar conciencia de esta condición latente y orientarse hacia el fin potencial de una sistema que ya está en declive crónico. Lo que los no-movimientos señalan es que el proletariado ya no tiene ninguna tarea romántica que cumplir. (110) No puede movilizar a un pueblo ni luchar por la hegemonía. Por el contrario, sólo puede superar este orden tambaleante, que en cierto sentido ya está disolviendo los cimientos de la sociedad de clases, si sigue resistiéndose a todos los intentos por rejuvenecer el mundo de la política.

Los primeros pasos titubeantes para salir de nuestra época anárquica aparecen ya en las confusiones de identidad de las que dan testimonio los no-movimientos en su hambre de comunidad humana. Debido a que esta hambre no ha sido hasta ahora saciada con victorias, ni aplacada por la represión, pensamos que nuestro período seguirá estando marcado por la acumulación de revolucionarios sin revolución. Si los hambrientos se visten de amarillo y utilizan el lenguaje fragmentado de la identidad y no el de la clase, es porque todo el marco de la izquierda se ha derrumbado. Si un antirracismo pragmático aplastó al antirracismo performativo durante el levantamiento de George Floyd, esto es porque la pragmática de la revolución ya no toma su poesía del mundo muerto de las ideologías. La revolución del siglo XXI debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para arribar a su propio contenido. Así, la tarea de una ciencia contemporánea de la especie es leer una vez más las runas de nuestra época, para comprender cómo los propios no-movimientos ponen de relieve la tendencia antiformista de nuestro período, y cómo, en su confusión, podemos reconocer el declive de las formas sociales que llamamos capital, estado y clase. Es porque el comunismo es el verdadero no-movimiento que suprime estas formas sociales, que decimos a las masas que chocan con nuestro tambaleante orden: ¡avanti barbari! ¡Adelante bárbaros!


Notas

(1) En Estados Unidos estas no fueron, en realidad, rebeliones nacidas espontáneamente de la base, sino que generalmente fueron organizadas por grupos de defensa asociados al impulso en contra de los grandes monopolios tecnológicos, o con la “Amazonians United” afiliada a Labor Notes.

(2) El movimiento adquirió un tono antifascista más familiar después de que un guardia de seguridad partidario de Trump mató a dos personas en Kenosha, Wisconsin. El primer debate presidencial entre Trump y Biden, una puesta en escena típica de nuestros tiempos caóticos, planteó una pregunta digna de un manual de Crimethinc: si Antifa es «una idea o una organización», mientras los periodistas liberales de NPR y el New York Times ahondaban en el anarquismo insurreccional.

(3) Ver los textos de Cesare Battisti, ex miembro de Proletarios Armados por el Comunismo (PAC), quien escribió desde la cárcel que “lo que estamos presenciando ya no es una guerra de ideologías, sino un asalto decisivo del capital contra la condición humana como comunión de cuerpo y espíritu”; los del filósofo Giorgio Agamben, quien recibió muchos ataques desde la izquierda por atreverse a criticar el confinamiento; y el situacionista Gianfranco Sanguinetti quien argumentó que “[estamos] asistiendo a la descomposición y el fin de un mundo y una civilización, la de las democracias burguesas con sus parlamentos, sus derechos, poderes y contrapoderes”.

(4) Julien Coupat et al, “Choses vues”Reporterre, 4 de septiembre de 2020.

(5) Banco Mundial, Covid-19 to Plunge Global Economy into Worst Recession since World War II, 8 de junio de 2020, y Carmen Reinhart y Vincent Reinhart, The Pandemic Depression The Global Economy Will Never Be the Same, Foreign Affairs, octubre de 2020.

(6) Kamunist Kranti, «A Glimpse of Social Churnings: Attempts at Conversational Interactions during Global Covid Lockdowns», septiembre de 2020.

(7) Véase, por ejemplo, Mikkel Bolt Rasmussen, Trump’s Counter-Revolution (Washington, EEUU: Zero Books, 2018). Para un texto clásico sobre el concepto de contrarrevolución, véase Amadeo Bordiga, Ciencia y pasión del comunismo: escritos seleccionados de Amadeo Bordiga (1912-1965) (Brill 2020), págs. 268-282.

(8) Por supuesto, como Nate Holdren ha argumentado recientemente, en Trump no hay mucho de realmente excepcional. Más allá de todo el espectáculo, Trump simplemente personifica su posición de clase. Se fogueó en la crisis fiscal de Nueva York desviando fondos públicos en medio del caos, y desde entonces ha estado en constante y frenético movimiento, capitalizando el desorden, indiferente a la fuente de su riqueza, saqueando lo que pueda antes de la próxima gran sacudida (o quiebra). Sin embargo, la toma del poder ejecutivo por parte del sector FIRE fue en sí misma políticamente significativa, por las razones que describimos en el texto. Al final, lo que Trump muestra es que los hombres fuertes de nuestra era solo pueden producir cismas y aumentar el miedo a una guerra civil. Véase, por ejemplo, el análisis reciente de Mike Davis sobre la victoria de Biden, que termina con la siguiente conclusión dramática: “Las estructuras profundas del pasado han sido desenterradas durante la presidencia de Trump y se les ha dado permiso para estrangular el futuro. ¿Guerra civil? Algunas analogías son inevitables y no deben descartarse fácilmente». Mike Davis, «Trench Warfare: Notes on the 2020 Election”, New Left Review no, 126, 2020.

(9) El periodista venezolano Moisés Naím argumentó recientemente que las elecciones están perdiendo su poder estabilizador. “Las profundas divisiones políticas atiborran ahora a la mayoría de las democracias del mundo. Se están volviendo tan extremas que muchos ciudadanos definen su identidad política en contraste con ‘el otro lado’. A menudo, la ira y la animosidad hacia quienes tienen visiones políticas en conflicto llegan a tal exremo que los oponentes ni siquiera son aceptados como actores políticos legítimos». Moisés Naím, «The Winner of the US election? Polarisation”, El País, 24 de noviembre de 2020.

(10) Un ejemplo de tal evolución antiliberal es la llamada Ley Mordaza, implementada en España contra los movimientos sociales en 2015 y que ha sido muy utilizada durante la pandemia. Otro ejemplo es la ley de seguridad francesa que, entre otras cosas, prohibiría la difusión de imágenes de la policía en las redes sociales. Evidentemente, no podemos identificar el liberalismo con la democracia; figuras tan diferentes como el centrista Yascha Mounk y el estalinista Domenico Losurdo nos recuerdan la dimensión aristocrática y antidemocrática de la tradición liberal. Sin embargo, el liberalismo es la principal ideología de los derechos burgueses y es la crisis de estos derechos lo que en gran medida da forma a nuestro período actual y tal vez incluso señale el surgimiento de un despotismo occidental. Así, cuando argumentamos que las luchas tienen una dimensión liberal, estamos insistiendo principalmente en el hecho de que (1) las personas luchan contra el declive de los derechos; (2) se producen como sujetos neoliberales y utilizan a menudo retórica liberal y plantean demandas liberales; (3) expresan cómo el orden meritocrático y liberal está en declive y pierde legitimidad en todo el mundo.

(11) Los datos de ésta y todas las gráficas siguientes provienen de la base de datos de eventos GDELT (eje derecho) y del informe Global Satisfaction with Democracy 2020 (eje izquierdo). GDELT utiliza algoritmos de procesamiento de lenguaje natural y minería de datos para identificar eventos de protesta en las redes sociales y medios convencionales. Extrajimos todos los eventos de su base de datos que aparecían liderados por civiles contra el gobierno, la policía, el poder judicial, las empresas o las élites. Para sus estimaciones de legitimidad democrática, Roberto Foa y sus colegas recopilaron más de 4 millones de respuestas de 3500 encuestas sobre si la gente estaba satisfecha o insatisfecha con la democracia en sus países. Estos datos trimestrales, ponderados por población, fueron amablemente compartidos por Foa.

(12) Cabe subrayar que estas protestas y levantamientos también tienden a involucrar a un número mucho mayor que antes y a durar más tiempo. 2010 fue el comienzo de una oleada global de huelgas y en 2020 Vimos la huelga más grande de la historia en la India, al igual que el año pasado, la huelga más larga en Francia desde 1968. El levantamiento de George Floyd fue el movimiento más grande en la historia moderna de los Estados Unidos, y hemos visto las más grandes manifestaciones,  disturbios, y ocupaciones de universidades en décadas en el Reino Unido, Chile y Canadá.

(13) Jacques Camatte, “De la révolution”, Invariance, serie II no. 2 (1972).

(14) Ibíd.

(15) De hecho, algunas victorias obtenidas no han sido débiles sino decisivas. Las protestas en Túnez llevaron a principios de 2018 a la derogación del presupuesto; un par de meses después el primer ministro Hani Mulki tuvo que dimitir debido a las protestas en Jordania, al igual que el primer ministro iraquí Adil Abdul-Maahdi; en 2019, las protestas en el Líbano obligaron a los primeros ministros Saad Hairi y Hassan Diab a dimitir; En 2020, la constitución fue revisada en Chile y las protestas en Perú llevaron a la renuncia del presidente interino Manuel Merino; y el presupuesto fue derogado en Guatemala después de que se incendiaran partes del edificio del Congreso.

(16) Como Wildcat ha argumentado de manera convincente, desde una perspectiva global estamos tanto en una época tanto de huelgas como de disturbios: «Los años desde 2006 a 2013 se caracterizaron por una ola de protestas masivas en las calles, huelgas y levantamientos a una escala sin precedentes. Según Friedrich-Ebert-Stiftung New York 16, esta oleada sólo es comparable con los levantamientos revolucionarios de 1848, 1917 o 1968: el grupo de expertos analizó 843 movimientos de protesta en total entre 2006 y 2013, en 87 países, que cubren el 90 por ciento de la población mundial. Protestas de todo tipo, contra la injusticia social, contra la guerra, por la democracia real, contra la corrupción, disturbios contra el alza de los precios de los alimentos, huelgas contra los empresarios, huelgas generales contra la austeridad».

(17) El referéndum de octubre de 2020 dio a los movimientos una victoria real que no necesariamente implica una desescalada del conflicto a través de la recuperación democrática. Por el contrario, parece implicar un cambio mayor, quizás trascendental, para un período que se puede decir que comienza con la dictadura neoliberal de Augusto Pinochet.

(18) Se estima que entre 15 y 26 millones de personas han participado en las protestas sólo en mayo y junio. Véase Larry Buchanan et al. “Black Lives Matter May Be the Largest Movement in US History” en The New York Times, 3 de julio de 2020.

(19) Ver Asef Bayat, Life as Politics: How Ordinary People Change the Middle East (El Cairo: American University, 2013) y «The Urban Subalterns and the Non-Movements of the Arab Uprisings», en el sitio web de Jadaliyya, 2013.

(20) Ver «Lettre à propos de Greta Thunberg» de Jacques Camatte, 20 de mayo de 2019, en el sitio web de Invariance. Para Camatte, «revuelta pasiva» no es un término peyorativo, ni una referencia a la «revolución pasiva» de Gramsci, sino más bien una forma de actividad sísmica o reacción espasmódica de la especie.

(21) «The Urban Subalterns and the Non-Movements of the Arab Uprising», en el sitio web de Jadaliyya, 2013.

(22) Como argumentamos en la sección 5 más abajo, cuando el motor de crecimiento del capitalismo industrial se desacelera y el movimiento obrero se reduce a un grupo de presión sectorial, la identidad empieza a mediar cada vez más la lucha de clases.

(23) Si bien rechazamos la carga negativa del término “política de identidad”, tampoco la reemplazamos por una valoración positiva. En el sentido específico en el que empleamos el término, enfatizamos su carácter “antiformista”. El concepto para nosotros es analítico más que normativo, denota la tensa negociación de la identidad que es a la vez premisa y consecuencia de las movilizaciones populares masivas que se están extendiendo por el mundo de hoy.

(24) Recientemente se han impuesto leyes de seguridad similares en Hong Kong. Esperemos que el cortège de tête tenga más éxito que los vanguardistas. [Cortège de tête es una expresión que resonó con fuerza durante la reciente oleada de protestas en Francia, para designar a un nuevo tipo de formación disruptiva durante las manifestaciones. NdT]

(25) Ver Christoper Lasch, The Culture of Narcissism (Abacus 1980), Jean Baudrillard, America (Verso 2010) y Sergio Bologna, La tribu de los topos (1977). Vale la pena volver a este último texto, ya que Bologna describe una profunda transformación del Estado que estructura los conflictos de nuestra era: “El ‘sistema de partidos’ ya no pretende representar conflictos, ni mediarlos u organizarlos: los delega en ‘intereses económicos’ y se presenta como la forma específica del Estado, separada y hostil a los movimientos de la sociedad. El sistema político se vuelve más rígido, más frontalmente contrapuesto a la sociedad civil. El sistema de partidos ya no ‘recibe’ los impulsos de la base; los controla y los reprime”.

(26) El trabajo, la pobreza y los ingresos sobredeterminan los no-movimientos, pero la proletarización, como mecanismo primario de separación, postula y trastoca las identidades, o más bien postula identidades al particularizar intereses dentro de un mercado laboral cada vez más fragmentado.

(27) Matthew Yglesias, “The Great Awokening” Vox abril de 2019. Gilles Dauvé durante las últimas décadas nos ha estado recordando insistentemente la dimensión antropológica tanto del capitalismo como del comunismo: “El comunismo es una revolución antropológica en el sentido de que se ocupa de lo que Marcel Mauss analizó en El don (1923): una renovada capacidad para dar, recibir y corresponder. Significa no sólo dejar de tratar a nuestro vecino de al lado como un extraño, sino también dejar de considerar el árbol que se encuentra en el camino como un paisaje a cargo de los trabajadores municipales. La comunización es la producción de una relación diferente con los demás y con uno mismo, donde la solidaridad no nace de un deber moral exterior a nosotros, sino de actos prácticos e interrelaciones”. Gilles Dauvé, «Communisation”, Troploin 2011, texto destacado en el original.

(28) Asaf Bayat, Revolution without Revolutionaries: Making Sense of the Arab Spring (Stanford University Press, 2017), xi.

(29) Michael Lind, “The Double Horseshoe Theory of Class Politics” The Bellows, 16 de julio de 2020.

(30) Carl Schmitt: Estado, Movimiento, Pueblo (Hanseatische Verlagsanstalt, 1933).

(31) Véase Gilles Dauvé, “Yellow, Red, Tricolor, or: Class & People”, junio de 2019. Véase también Temps Critiques, L’évènement Gilets Jaunes, mayo de 2019.

(32) Ver el punto ocho de nuestras LA Tesis: “Esto es lo que queremos decir cuando decimos que la conciencia de clase, hoy, sólo puede ser la conciencia del capital. En la lucha por sus vidas, los proletarios deben destruir lo que les separa. En el capitalismo, lo que les separa es también lo que los une: el mercado es tanto su atomización como su interdependencia. Es la conciencia del capital como nuestra unidad-en-la-separación lo que nos permite postular desde dentro de las condiciones existentes aunque solo sea como negativo fotográfico, la capacidad de la humanidad para el comunismo».

(33) Ver Gáspár Miklós Tamás, «Telling the truth about class», Socialist Register 2006.

(34) En Chile la fragmentación de la izquierda en un enjambre de partidos, sectas y grupos revela que el propio izquierdismo se ha convertido en una identidad entre otras, que en sí misma no tiene mucha importancia para el éxito y la evolución de los no-movimientos.

(35) Aquí y en el título aludimos al ensayo clásico de Amadeo Bordiga “¡Avanti, Barbari!”, Battaglia Comunista no. 22, 1951. Para un análisis más completo de la barbarie, véase Robert Hullot Kentor, «What Barbarism Is», Brooklyn Rail, febrero de 2010. En su reciente libro The Decadent Society Ross Douthat sostiene que los bárbaros son demasiado «desorganizados, mal dirigidos, conspiradores y antiintelectuales» para amenazar nuestra «sociedad decadente». De forma reveladora, este conservador-pop estadounidense no sólo desprecia a las masas por rechazar la familia, el trabajo e incluso el sexo, además muestra que hoy en día lo único que los conservadores esperan conservar es el progreso capitalista. Pero los no-movimientos indican el final de este progreso y revelan que la decadencia podría ser la única salida a nuestro impasse. Esto es lo que T. W. Adorno estuvo a punto de ver en su brillante ensayo sobre La decadencia de Occidente de Oswald Spengler: “En un mundo de vida brutal y oprimida, la decadencia se convierte en el refugio de una vida potencialmente mejor al renunciar a su lealtad a ésta y a su cultura, su crudeza y su sublimidad. Los impotentes, que a las órdenes de Spengler deben ser arrojados a un lado y aniquilados por la historia, son la encarnación negativa dentro de la negatividad de esta cultura de todo lo que promete, aunque sea débilmente, romper la dictadura de la cultura y poner fin al horror de la prehistoria. -historia. En su protesta reside la única esperanza de que el destino y el poder no tengan la última palabra. Lo que puede oponerse al declive de Occidente no es una cultura resucitada, sino la utopía que está contenida silenciosamente en la imagen de su declive». T. W. Adorno, “Spengler After the Decline”, Prisms (Cambridge, 1997).

(36) Para evidencias sobre la composición del levantamiento por George Floyd, consultar la sección 5 a continuación.

(37) Esta se convirtió en la huelga general más larga en la historia de Francia, derrotada solo mediante la aplicación de los confinamientos. Véase Rona Lorimer, “French Strike in the State of Exception”, en Endnotes de septiembre de 2020.

(38) Esto es así incluso cuando conducen a una (potencialmente) nueva constitución como en Chile, porque este cambio significa menos un giro hacia una nueva normalidad que la profundización de una situación ingobernable. El 80 por ciento que votó a favor de la nueva constitución también votó que debería ser redactada por otros que no sean los políticos gobernantes, y aunque los partidos probablemente cooptarán este proceso, la votación fue posiblemente un voto en contra del sistema político.

(39) El racismo es la injusticia estadounidense por excelencia, la que parece resumir todas las demás, así como constituye la quintaesencia de la arbitrariedad y la malignidad. El antirracismo ofrece así un principio unificador que de otro modo no estaría disponible para los estadounidenses empobrecidos, permitiéndoles suspender temporalmente sus diferencias para unirse contra un mal ampliamente vilipendiado. Pero argumentamos a continuación que, en un nivel más profundo, el enojo hacia los policías racistas refleja la frustración y la rabia antipolítica que ya sienten muchos hacia este régimen de crisis. Por supuesto, «antirracismo» significa diferentes cosas para diferentes personas. Para Joseph Rosenbaum y Anthony Huber, asesinados por un adolescente armado durante una protesta en Kenosha, Wisconsin, claramente significó unirse a sus vecinos negros para luchar contra una fuerza policial que también los había victimizado. Como comentó un amigo de Huber: “No diría que él fuera político, pero creo que definitivamente odiaba a los racistas». Por otro lado, para Mark Mason, director financiero de Citigroup, significa una oportunidad de doble filo para ser recompensado y tokenizado por sus socios comerciales blancos, al afirmar públicamente que él y George Floyd compartían una experiencia común de opresión. Consultar las secciones 4 y 5 a continuación.

(40) Para Cowen, el exceso de capacidad industrial ha dividido a Estados Unidos en un sistema bimodal: «porun lado una nación increíblemente exitosa, abocada a los sectores dinámicos de la tecnología, y por otro lado todos los demás». Tyler Cowen, Average is over: Powering America beyond the Age of the Great Stagnation (Plume 2014).

(41) Para una interesante reflexión sobre el crecimiento del populismo de derecha como reacción a la revolución valórica que fue 1968, véase Pippa Norris & Ronald Inglehart, Cultural Backlash: Trump, Brexit, and Authoritarian Populism (Cambridge University Press, 2018).

(42) Los Trump y los Bolsonaro del mundo crean la base para una inquietud social más generalizada y con el potencial de superar su actual forma democrática y liberal. Parece poco probable que los Biden del planeta puedan detener este desarrollo. Quizás puedan desmovilizar más fácilmente a las clases medias y bloquear la convergencia interclasista en las calles que es necesaria para producir un cambio duradero. Sin embargo, dado que Obama no pudo obstaculizar Occupy o Black Lives Matter, y Macron claramente alimentó a los Gilets Jaunes, nuestra apuesta es que la derrota electoral de Trump no estabilizará el status quo ni nos liberará del peligro de la democracia antiliberal. La crisis de representación es más profunda que la de Trump y las divisiones políticas que conlleva continuarán plagando nuestro mundo durante la presidencia de Biden. Puede que le gane tiempo al sistema, pero no hará que el capitalismo sea menos ingobernable.

(43) Timothy Garton Ash, «Revolution: The Springtime of Two Nations”, The New York Times, 15 de junio de 1989.

(44) Robert Kurz, Der Kollaps der Modernisierung: Vom Zusammenbruch des Kasernen-Sozialismus zur Krise der Weltökonomie (Eichborn 1991).

(45) Amadeo Bordiga, “Tracciato d’impostazione”, Prometeo no. 1 (1946).

(46) Ibíd.

(47) Thomas Piketty, “Brahmin Left vs Merchant Right: Rising Inequality & the Changing Structure of Political Conflict” Documento de trabajo de la base de datos mundial sobre desigualdad (2018).

(48) Véase también Paul Mattick, Marxism, Last Refuge of the Bourgeoisie? (M.E. Sharpe, 1983).

(49) Ver “Tesi su Benjamin” en Mario Tronti, La politica al tramonto (Einaudi, 1998).

(50) El argumento de Bordiga era que, dado que el fascismo carecía de legitimidad, habría radicalizado la lucha de clases. En un importante de 1947 afirmó que «la secuencia no es: fascismo, democracia, socialismo; es en cambio: democracia, fascismo, dictadura del proletariado». Ver “Tendenze e Socialismo”, Prometeo, 1947. Las reflexiones contrafactuales de Bordiga no deben ser descartadas, pero tienden a convertirse en una forma de ficción perversa y podrían ser comparadas con La noche de la esvástica de Katherine Burdekin (1937) o El hombre en el castillo (1962) de Philip K. Dick.

(51) David Ranney, New World Disorder (2014)

(52) Por supuesto, la edad y la educación también pueden pensarse a través del lente de la clase. «Edad» en el sentido de la generación del boom que se benefició de la socialdemocracia (por ejemplo al poder comprar una propiedad que hoy es una fuente de riqueza); “Educación” en el sentido de que la “democratización” de la educación superior no ha sido un proceso uniforme, y muchos siguen estando excluidos de la academia.

(53) Amadeo Bordiga, “Tracciato d’impostazione”, Prometeo no. 1 (1946).

(54) Ibíd.

(55) Ibíd.

(56) Ibíd.

(57) Ibíd.

(58) Y, como dijo hace poco un camarada a propósito del levantamiento por Floyd: “La actividad revolucionaria debe medirse en términos de su capacidad para ser defendida de manera sustentable por el mayor número posible de personas. Cuando la violencia revolucionaria tiende a aislar a los participantes en lugar de defenderlos, perjudica más de lo que beneficia”.  “At the Wendy’s: Armed Struggle at the End of the World”, Ill Will, 9 de noviembre de 2020.

(59) Moisés Naím, a propósito del triunfo de Biden y la polarización que implicará, escribió de forma reveladora que: «La polarización no es solo el resultado de los resentimientos causados ​​por las dificultades económicas o la enemistad impulsada por las redes sociales. La antipolítica -el rechazo total a la política y a los políticos tradicionales- es otro factor importante. Los partidos políticos ahora deben enfrentarse a una plétora de nuevos competidores (‘movimientos’, ‘oleadas’, ‘facciones’, ONG) cuya agenda se basa en el repudio del pasado y en tácticas que fomentan la intransigencia». Moisés Naím,  “The Winner of the US election? Polarisation”, El País, 24 de noviembre de 2020.

(60) Un estallido revolucionario podría implicar un cierre aún más radical de la economía.

(61) Perry Anderson, “Why the system will still win”, Le Monde Diplomatique, 2017.

(62) Véase René Riesel y Jaime Semprun, Catastrofismo, administración del desastre y sumisión sostenible, para una crítica de un catastrofismo que alimenta tanto al estado como a muchos movimientos sociales: “Como una forma de falsa conciencia nacida espontáneamente del suelo de la sociedad de masas -es decir, del ‘ambiente ansiogénico’ que se ha creado en todas partes- el catastrofismo expresa así ante todo los miedos y las tristes esperanzas de todos los que esperan su salvación de una securitización basada en el refuerzo de las medidas coercitivas. También se percibe, sin embargo, a veces con bastante claridad, una expectativa de un tipo completamente diferente: la aspiración a una ruptura con la rutina, a una catástrofe que en realidad sería un fin que vendría a limpiar el aire, echando abajo, como por arte de magia, los muros de la prisión social. El gusto por esta catástrofe latente podría satisfacerse mediante el consumo de los numerosos productos de la industria del entretenimiento que fueron fabricados precisamente para ese fin; para el grueso de los espectadores, esta descarga de ansiedad-placer es suficiente”.

(63) Jacques Camatte ya argumentó en 1977 que la utopía de un mundo más allá del trabajo tendía a convertirse en una forma de sueño capitalista en un mundo postindustrial. Escribió irónicamente que “La demanda por la abolición del trabajo es también un elemento de la utopía del capital: la realización de un ser humano desdentado y sin extremidades [une humanité anodonte et phocomœle], si no a través de la desaparición efectiva de dientes y miembros anteriores, sí como resultado de su no uso; debido a que el hombre se ha vuelto dependiente del capital, su usuario parasitario «. Jacques Camatte, “La révolte des étudiants italiens”, Invariance, serie III, no. 5 y 6, 1980.

(64) Angry Workers of the World, “The necessity of a revolutionary working class program in times of coup and civil war scenarios”, Octubre 2020.

(65) Esto último exige una investigación colectiva de cómo los no-movimientos expresan una necesidad real de superar la base de la actual vida proletaria (y en gran medida de clase media), que nos mantiene divididos y enredados en conflictos identitarios.

(66) Amadeo Bordiga, «El programa revolucionario inmediato de la revolución”. Sul filo del tempo, mayo de 1953.

(67) Ver nota 32.

(68) Hoy en día, el público en general a menudo expresa su simpatía por la destrucción de propiedades y la profanación de ciertos monumentos. Mathew Impelli “54 Percent of Americans Think Burning Down Minneapolis Police Precinct Was Justified After George Floyd’s Death”, Newsweek, 3 de junio de 2020.

(69) Silvia Staubli, Trusting the Police: Comparisons across Eastern and Western Europe (transcripción 2017).

(70) “Su violencia [de la policía] carece de forma. así como su irrupción inconcebible, generalizada y monstruosa en la vida del Estado civilizado. Las policías son, consideradas aisladamente, todas similares. Sin embargo, no puede dejar de observarse que su espíritu es menos espeluznante cuando representa en la monarquía absoluta a la violencia del mandatario en el que se conjugan la totalidad del poder legislativo y ejecutivo. Pero en las democracias, su existencia no goza de esa relación privilegiada, e ilustra, por tanto, la máxima degeneración de la violencia.” Walter Benjamin, Para una crítica de la violencia.

(71) “No tengo un amor particular por el ‘trabajador’ idealizado tal como aparece en la mente del comunista burgués, pero cuando veo a un trabajador real de carne y hueso en conflicto con su enemigo natural, el policía, no necesito preguntarme de qué lado estoy». George Orwell, Homenaje a Cataluña. Nótese, sin embargo, que los proletarios a veces también dependen de la policía para resolver disputas, vengar daños y proteger su propiedad y dignidad contra amenazas desde dentro y fuera de sus comunidades.

(72) “El «derecho» de la policía indica sobre todo el punto en que el Estado, por impotencia o por los contextos inmanentes de cada orden legal, se siente incapaz de garantizar por medio de ese orden , los propios fines empíricos que persigue a todo precio. De ahí que en incontables casos la policía intervenga «en nombre de la seguridad», alli donde no existe una clara situación de derecho.» Walter Benjamin, Para una crítica de la violencia.

(73) «¿Por qué me vilipendian con los dictados de ilegítimo, plebeyo, bastardo? ¡Plebeyo, ya que en el acto vigoroso y clandestino de la naturaleza recibí una sustancia más abundante y elementos más fuertes de los que suministra una pareja extenuada que, en tálamo insípido y languidescente, se ocupa sin placer en la creación de una raza de abortos engendrados entre el sueño y la vigilia! ¡Ah! ¡mi Edgardo el legítimo! para mí será tu patrimonio; el amor de nuestro padre común lo mismo pertenece al bastardo Edmundo que al legítimo Edgardo. ¡Legítimo! ¡valiente palabra! Sí, no hay duda: si esta carta logra buen éxito y mi invención triunfa, el plebeyo Edmundo ocupará el lugar del noble Edgardo. Me engrandezco, prospero. Y ahora, dioses, pasad al bando de los bastardos.» William Shakespeare, Rey Lear, acto 1 escena 2.

(74) “Cuando llegue el conflicto, como inevitablemente sucederá, no debería intentarse reducir a los diversos individuos que defienden el capital al nivel de adversarios ‘bestiales’ o mecánicos; hay que ponerlos en el contexto de su humanidad, porque la humanidad es aquello de lo que ellos también saben que son parte y que potencialmente pueden volver a encontrar. En este sentido, el conflicto adquiere dimensiones intelectuales y espirituales. Las representaciones que justifican la defensa del capital por parte de un individuo deben ser reveladas y desmitificadas; las personas en esta situación deben tomar conciencia de la contradicción y deben surgir dudas en sus mentes». Jacques Camatte, Contra la domesticación, Invariance Serie II, no. 3, 1973.

(75) Ibíd.

(76) Ibíd.

(77) Eric Hazan, “Sur La Police, Une Opinion Minoritaire”, Lundi Matin, 18 de abril de 2016.

(78) Al desarrollar la distinción de Sorel entre la huelga general política y proletaria, Benjamin escribe: “Ahora bien , mientras que la primera de las formas de interrupción del trabajo mencionadas refleja violencia, ya que no hace más que provocar una modificación exterior de las condiciones de trabajo, la segunda, en tanto medio limpio, no es violenta. En efecto, en lugar de plantearse la necesidad de concesiones externas y de algún tipo de modificaciones de las condiciones de trabajo para que éste sea reanudado, expresa la decisión de reanudar un trabajo completamente modificado y no forzado por el Estado. Se trata de una subversión que esta forma de huelga, más que exigir, en realidad consuma.» Walter Benjamin, Para una crítica de la violencia.

(79) Ruth Wilson Gilmore, Golden Gulag (University of California Press 2007), p. 178

(80) No es sólo que el gasto en policía y prisiones sea (y siempre será) una ínfima fracción del gasto social, sino que en Estados Unidos este tipo de austeridad está inscrito en el sistema federalista de impuestos y gastos, pues los gobiernos de las ciudades que financian su propia policía son los que tienen la menor capacidad de generar ingresos. Véase Eric Levitz, “Defunding the Police is Not Nearly Enough”, New York Magazine, 12 de junio de 2020.

(81) Ver Tristan Leoni, “Abolish the Police”, en DDT21, septiembre de 2020. Ver también el ejemplo de Camden, Nueva Jersey, que se analiza a continuación.

(82) Véase Marie Gottshaulk, The Prison and Gallows (Cambridge University Press 2006) sobre el papel clave de la democracia y los «derechos de las víctimas» en la construcción del estado carcelario de Estados Unidos.

(83) Véase Gilles Dauvé, “For a World Without Moral Order” (1983) y La Banquise, “Pour un monde sans innocents”, (1986). La edición de Antagonism Press de “Por un mundo sin orden moral” tenía en su contraportada la cita correspondiente: “El comunismo no conoce monstruos”.

(84) Estados Unidos ocupa el puesto 30 en el mundo por asesinatos policiales per cápita, pero fácilmente el primer lugar entre los países ricos (Police Killings by County). Sobre el vigilantismo, véase Christopher Waldrep, The Many Faces of Judge Lynch (Palgrave 2002), que señala la tradición estadounidense de soberanía popular, y el escepticismo respecto de la autoridad legal que caracterizó a la época revolucionaria, para explicar su predilección de larga data por los linchamientos.

(85) Véase, por ejemplo, John Dollard, Caste and Class in a Southern Town (Double Day 1937). Un trabajo reciente de Gabriel Lenz indica que la tasa de homicidios negros en las ciudades del sur durante esta era fue más alta que en cualquier otro lugar y época de la historia de Estados Unidos. Sobre las reacciones políticas de los negros a la «vigilancia insuficiente», véase James Forman Jr., Locking Up Our Own (Farrar, Straus y Giroux 2017).

(86) Christopher Rufo, “The End of Chaz”, City Journal, 1 de julio de 2020. Basado en 2 homicidios (con 4 tiroteos adicionales) durante los 24 días que duró su registro, Rufo estimó una tasa de homicidios en la CHAZ [Zona Autónoma de Capitol Hill​, NdT] de 1.216 por cada 100.000 habitantes. Ese número, por supuesto, está inflado por el pequeño tamaño de la CHAZ, pero incluso si asumiéramos que la estimación de Rufo está desviada por un factor de 10, la CHAZ todavía habría tenido el doble de la tasa de homicidios más alta del mundo (actualmente el récord pertenece a El Salvador, con 61 homicidios por cada 100.000 en 2017).

(87) Camden, que algunos han considerado como la solución para Estados Unidos en su conjunto, simplemente reemplazó el departamento de policía de la «ciudad» por uno del «condado» (con el objetivo principal de reventar a los sindicatos policiales), tras lo cual volvió a contratar a todos los policías y a muchos nuevos empleados (ahora tienen una de las fuerzas policiales per cápita más grandes del país). Joseph Goldstein y Kevin Armstrong, “Could This City Hold the Key to the Future of Policing in America?”, New York Times, 12 de julio de 2020. Minneapolis creó recientemente la “oficina de prevención de la violencia”, que al menos indica una estrategia más creativa de cambio de nombre.

(88) Al parecer cierta milicia negra había colaborado anteriormente con miembros de los boogaloo boyz en la defensa de la propiedad local -un ejemplo de lo que señalamos anteriormente como “un Querfront digno de la era de QAnon”-. Nevada, “Imaginary Enemies: Myth and Abolition in the Minneapolis Rebellion”, Ill Will, 17 de noviembre de 2020.

(89) Dauve y Nesic, “Jailbreak” en An A to Z of Communisation, Troploin, 2015.

(90) Nevada, “Imaginary Enemies”.

(91) Ese desorden divide a la población en líneas de fascismo/antifascismo y plantea el espectro de la lucha armada. Como escribieron recientemente algunos compañeros, “en el momento actual las fuerzas reaccionarias quieren arrastrarnos a una guerra cultural y enfrentamientos armados -un tipo de lucha en la que la clase obrera solo puede perder-”. Angry Workers of the World, ““The necessity of a revolutionary working class program in times of coup and civil war scenarios”. Let’s Get Rooted, Oct 2020.

(92) Giorgio Agamben, “For a Theory of Destituent Power” (conferencia pronunciada en Atenas en 2013). Agamben estaba citando a Pasolini, quien estaba parafraseando a Sade.

(93) El discurso de Piñera se puede encontrar en https://www.youtube.com/watch?v=jlxxnm7dGUA.

(94) Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda.

(95) Ver nuestras LA Theses (2016), especialmente el punto cinco: “Al mismo tiempo, el declive de la identidad obrera puso de manifiesto una multiplicidad de otras identidades, organizadas en relación a luchas que hasta entonces habían sido más o menos reprimidas. Los ‘nuevos movimientos sociales’ resultantes dejaron claro, en retrospectiva, hasta qué punto la clase trabajadora homogénea tenía en realidad un carácter diverso. También han demostrado que la revolución debe implicar más que la reorganización de la economía: requiere la abolición de las distinciones de género, raciales y nacionales, etc. Pero en la confusión de identidades emergentes, cada una con sus propios intereses seccionales, no está claro en qué debe consistir exactamente esta revolución. Para nosotros, la población excedente no es un nuevo sujeto revolucionario. Más bien, denota una situación estructural en la que ninguna fracción de la clase puede presentarse como sujeto revolucionario”.

(96) Eric Hobsbawm, “Identity Politics and the Left”, New Left Review, mayo/junio de 1996. La dependencia del movimiento obrero oficial del crecimiento interno explica por qué su universalismo rara vez fue más allá del mundo de la ciudad y los dos aparatos que la configuraban: la fábrica y el estado. La política de identidad representa la crisis de ese mundo.

(97) Véanse las secciones 122-124 de Apocalipsis y revolución y el comentario de los traductores en las notas finales 5 p. 299. Curiosamente, Cesarano ubica a los obreros y empleados junto a otros “movimientos de liberación contrarrevolucionarios”.

(98) Bart Bonikowski y Daniel Ziblatt, “Mainstream conservative parties paved the way for far-right nationalism”, The Washington Post, 2 de diciembre de 2019.

(99) Shemon y Arturo, “Theses on the George Floyd Rebellion”, Ill Will, 24 de junio de 2020.

(100) Aunque los blancos no eran la pluralidad en las ciudades de mayoría negra como Atlanta y Detroit, estaban sobre-representados en las calles en relación con su proporción de la población de esas ciudades. Hay que considerar que el significado de «blancura» es en sí mismo cambiante. En la actualidad hay menos inmigrantes y menos hijos de parejas de razas mixtas dispuestos a identificarse como «blancos». Si, siguiendo a Ignatiev, pensamos en la esencia de la blancura como el supuesto privilegio de «volverse blanco», entonces parece que muchos estadounidenses ahora lo están rechazando. Véase Paul Gilroy, “Whiteness Just Ain’t Worth What it Used to Be”, The Nation, 28 de octubre de 2020.

(101) Para encuestas de opinión pública sobre participación en protestas, ver Larry Buchanan et al, “Black Lives Matter May Be the Largest Movement in US History”, Así como informes posteriores por Pew y Civis Analytics. Dana Fischer y sus colegas realizaron encuestas colectivas e informan sobre ellas aquí and aquí . El Washington Post y el Marshall Project han ofrecido resúmenes de los datos de arrestos recientes. Por último, consultar el Informe que una empresa de tecnología (que luego desistió debido a presiones políticas) hizo sobre la demografía de los usuarios de teléfonos móviles geo-localizados en las áreas y momentos de los disturbios. Todos estos informes sugieren que los blancos eran mayoría o estaban sobre-representados en las protestas en relación con su parte de la población de la ciudad. Esto, a su vez, ha sido un foco importante de críticas de los políticos locales negros y demócratas amenazados por las protestas.

(102) Aquí resulta relevante la conclusión de nuestro artículo «Brown v Ferguson»: “Si la raza pudiera presentarse como la solución al enigma de la composición, conjurando una nueva unidad a través de modulaciones descendentes, esa unidad misma estaría abocada a un nuevo impasse compositivo en cuanto un descenso adicional amenazara con deshacerla. Ahora que el gueto ha redescubierto su capacidad de alborotar y así forzar cambios, ¿será que otros componentes más numerosos de los pobres de Estados Unidos -blancos y latinos- se van a quedar de brazos cruzados?

(103) Ver: We Still Outside Collective, “On the Black Leadership and Other White Myths”, Ill Will, 4 de junio , 2020 e Idris Robinson, “How It Might Should be Done, Ill Will, 20 de julio de 2020.

(104) Por supuesto, mucho de esto también tuvo sus dimensiones performativas, pero se trataba de una performance que servía a un fin práctico colectivo (luchar contra la policía brutal y racista), y no de un intento de ciertos individuos por alcanzar rango, reconocimiento o redención.

(105) Incluso si las causas de la confusión ciertamente preexistían y sobrevivirán a las luchas mismas.

(106) La sensación de aislamiento social parece estar aumentando en muchos países desarrollados y puede ser otro factor desencadenante de la oleada de revueltas en los últimos años. Véase Bianca DiJulio et al, Loneliness and Social Isolation in the United States, the United Kingdom, and Japan (Kaiser Family Foundation 2018).

(107) Los estimados 10 mil millones de dólares que han sido donados este año a una variedad de organizaciones que compiten por el trono de la representación racial auténtica no van a “recuperar” nada, pero darán lugar a una nueva generación de mafiosos, algunos de los cuales sin duda desempeñarán un papel pacificador, aunque que se puede esperar que otros apoyen una escalada.

(108) Robinson, “How It May Should Be Done”.

(109) Angry Workers describen la necesidad de “una organización que arraigue entre los trabajadores tecnológicos sin complacer su altanería intelectual; que arraigue entre las masas de obreros productivos sin acabar fomentando su sectorialismo sindicalista; que arraigue entre los pobres sin avivar sus ilusiones insurreccionales y tendencias populistas“. «The necessity of a revolutionary working class program in times of coup and civil war scenarios».

(110) “En la concepción de Bordiga, Stalin, y más tarde Mao, Ho, etc. fueron «grandes revolucionarios románticos» en el sentido decimonónico, es decir, revolucionarios burgueses. Sentía que los regímenes estalinistas que surgieron después de 1945 solo estaban extendiendo la revolución burguesa, es decir, la expropiación de la clase junker prusiana por parte del Ejército Rojo, a través de sus políticas agrarias y mediante el desarrollo de las fuerzas productivas. A las tesis del grupo ultraizquierdista francés «Socialismo o barbarie» que denunció al régimen, después de 1945, como capitalista de estado, Bordiga respondió con el artículo «¡Avanti Barbati!» («¡Adelante bárbaros!») que aclamaba al lado revolucionario burgués del estalinismo como su único contenido real.» Loren Goldner, “El comunismo es la comunidad humana material: Amadeo Bordiga hoy”.