Publicado en kosmoprolet.org, el 22 de agosto de 2012.
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Al reseñar el pensamiento de Amadeo Bordiga, cofundador del Partido Comunista Italiano y más tarde expulsado como disidente, Loren Goldner señala que en él la cuestión agraria tiene una importancia central para la historia de la izquierda: «La idea de Bordiga de que el capitalismo es lo mismo que la revolución agraria es la clave del siglo XX. Al menos no hay duda de que es la clave de casi todo lo que la izquierda del siglo XX llamaba ‘revolucionario’, y es lo que permite repensar la historia del marxismo y su contubernio con la ideología que defendía industrializar a las zonas atrasadas de la economía mundial». [1] En resumen: la revolución de las relaciones agrarias no sólo muestra lo mucho que el campo ha sido penetrado por el capitalismo, sino que constituye, además, el terreno en que la izquierda revolucionaria ha venido operando desde el siglo XIX. Esto se expresó políticamente en las continuas discusiones sobre «el problema agrario», que tuvieron un lugar central en todas las formaciones marxistas desde mediados del siglo XIX. Esos debates gravitaban en torno al hecho de que los socialistas creían lidiar con un problema cuya solución provendría del propio capitalismo: la transformación de las sociedades agrarias en sociedades de clase capitalistas-industriales modernas compuestas por una burguesía y un proletariado.
Como resultado de esta situación, los movimientos de los siglos XIX y XX se caracterizaron por una división entre la estrategia revolucionaria y la crítica comunista, pues significó que la revolución burguesa se convirtiese en un componente integral del movimiento obrero histórico y del marxismo, debiendo estar en la agenda cuando la revolución pasara prácticamente a ser la orden del día. [2] Con tal de que se realizase la revolución agraria, la conquista revolucionaria del poder estatal ocupó el centro de todas las preocupaciones. Si el comunismo, en tanto «movimiento real» (Marx) que tiende a abolir el Estado y la sociedad de clases, quiere deshacerse de esta herencia estatista, lógicamente debe partir por comprender que «muchas de las herramientas conceptuales en uso hasta el ahora fueron herramientas para la culminación de la revolución burguesa». [3]
Por eso, el problema de cuándo y sobre qué base social se puede hablar de una afirmación real del modo de producción capitalista y de su desenvolvimiento político, es más que una mera pregunta abstracta para un movimiento que busca la auto-abolición del proletariado. Sólo en este contexto se puede analizar adecuadamente el desarrollo real de las corrientes marxistas de los siglos XIX y XX, permitiendo la simultánea «suspensión» (Aufhebung) de su contenido programático al término de su época histórica. El hecho de que el movimiento histórico de la clase obrera siempre haya prestado mucha atención a la cuestión agraria y que esta cuestión se haya debatido mucho hasta principios de la década de 1980, pero que estos debates hayan cesado desde entonces, también arroja una luz significativa sobre el actual vacío histórico y -si es que uno se toma en serio el enfoque anterior- también retrospectivo de las corrientes radicales de izquierda contemporáneas. Las tesis que aquí presentamos tienen el propósito de reanudar este debate.
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En la cantera de las obras de Marx y Engels hay dos hipótesis sobre el nacimiento histórico del capitalismo. En esencia, la cuestión se reduce a si la historia del triunfo y la expansión cada vez más acelerada de las relaciones capitalistas se remonta al capital mercantil de la época medieval y a su temprana formación de manufacturas, o si sólo se puso realmente en marcha -en un momento muy posterior- debido a la mercantilización del suelo, la racionalización de la economía agraria y la liberación de fuerza de trabajo que esos procesos conllevaban.
Durante mucho tiempo, la mayoría de los marxistas consideraron la generalización del intercambio de mercancías como el fundamento histórico del capitalismo. Tal modo de entender esta forma social, como una «economía de mercado» fundada por el capital mercantil, también cuenta con abundantes evidencias en las obras de Marx. [4]En El Capital se puede leer: «La circulación de mercancías es el punto de arranque del capital. La producción de mercancías y su circulación desarrollada, o sea, el comercio, forman las premisas históricas en que surge el capital. La biografía moderna del capital comienza en el siglo XVI, con el comercio y el mercado mundiales». [5] En los Grundrisse se pueden leer formulaciones similares sobre las «formas que preceden al modo de producción capitalista». [6] Según esta visión la historia del capital equivale al surgimiento del capitalista a partir del comerciante.
Este punto de vista se impuso como el predominante sobre todo gracias a las canonizaciones del marxismo-leninismo. Siempre se podía buscar su confirmación en el panfleto de Lenin sobre el imperialismo, donde ya desde el título la conquista y subyugación del mundo por las potencias europeas aparecía como el «estadio superior del capitalismo», y no, por ejemplo, como una mera condición de su existencia. [7] Por el mismo motivo, Lenin no vió en la capitalización de la agricultura más que una consecuencia del desarrollo del capitalismo, tal como creyó haber descubierto, casi simultáneamente a su panfleto sobre el imperialismo, al estudiar la agricultura norteamericana. [8]
Pero de manera bastante similar, marxistas occidentales como Paul Sweezy o teóricos del sistema-mundo influidos por Immanuel Wallerstein han asumido que la expansión global del capital mercantil constituyó la base histórica del capitalismo. En el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, en dos ocasiones este debate estalló entre los historiadores marxistas occidentales, primero tras la aparición del libro de Maurice Dobbs Studies in the development of capitalism y nuevamente en la década de 1970 al ser discutidas una serie de tesis formuladas por Robert Brenner, en las que éste se opuso explícitamente a las afirmaciones de la teoría del sistema-mundo. [9] Este debate en particular fue de muy alto calibre, pues se refirió al surgimiento efectivo del capitalismo, que Marx ya había teorizado en términos contradictorios.
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En los manuscritos que posteriormente aparecerían publicados con el título Teorías de la plusvalía, Marx formuló una segunda hipótesis. Aquí, trató la «separación del trabajador del suelo y de la propiedad de la tierra [como] condición fundamental para la producción capitalista». [10] En este sentido, Robert Brenner ha señalado que durante siglos el capital mercantil no pudo cambiar de manera relevante la estructura de clases de la sociedad. También demostró que el vínculo entre el capital mercantil y las «necesidades de consumo de los señores feudales» de modo explícito «no estaba sujeto a una dinámica capitalista» [11] y más bien debería ser considerado como un obstáculo para la transición al capitalismo. La «aparición de la fuerza de trabajo, el capital y la tierra como mercancías» [12] y así como bases del capitalismo moderno, debe entenderse como un proceso en que la revolución agraria ocurrida primero en Inglaterra y luego en otros países, tiene una importancia crucial. [13] Tomando el desarrollo inglés como ejemplo, Brenner mostró que «el surgimiento de una clase de agricultores que producen principalmente en tierras de alquiler, (…) la destrucción del campesinado independiente, (…) y la aparición de un estrato de trabajadores agrícolas sin tierra» que utilizaban cada vez más su fuerza de trabajo en la industria, fue «la base efectiva del desarrollo capitalista». [14]
Aún si ocasionalmente hubo comerciantes que se convirtieron en capitalistas, la renta en especie tuvo que transformarse en renta dineraria y millones de productores campesinos tuvieron que ser expulsados de la tierra de modo tal que pudiesen luego ser explotados como obreros asalariados doblemente libres, antes de que el modo de producción capitalista pudiera establecerse efectivamente. Según el ya citado Amadeo Bordiga, el desarrollo del capitalismo en este sentido estuvo ligado a la solución de la cuestión agraria: «Sólo después de establecerse con seguridad la renta monetaria [¿se había afianzado firmemente?] -proceso que presupone un grado de desarrollo técnico así como condiciones y relaciones de trabajo transformadas- entra en escena el terrateniente capitalista, que o bien expropia a los viejos propietarios campesinos, o directamente los expulsa, de modo que el campesino se convierte en un trabajador asalariado liberado del suelo y de sus herramientas». [15]
Lo que esto implica es nada menos que una concepción del capitalismo cuyo contenido es la subsunción real del trabajo en el capital. Es en este punto donde realmente concluye la prehistoria del capital. A pesar de todas las opiniones exegéticas posibles, para las que siempre hay suficiente espacio en las obras completas de los viejos, es aquí -en el plano de la producción social y no en el del intercambio- donde se encuentra el núcleo del análisis materialista histórico. Allí donde la subsunción del trabajo bajo el capital sigue teniendo un carácter meramente formal y «el capital no ha adquirido todavía un control directo sobre el proceso de trabajo», Marx sigue hablando de formas híbridas o transicionales, que bajo ninguna circunstancia deben equipararse con el modo de producción capitalista. [16]
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Aunque en Inglaterra la revolución agraria capitalista se había completado en gran parte a mediados del siglo XVIII -Eric Hobsbawm ha señalado que por esa época en Inglaterra ya no existía «una clase de campesinos en el sentido continental-europeo»- [17], en los países desarrollados el mismo proceso tardó en completarse al menos hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial: por ejemplo, en Francia en 1945 todavía casi la mitad de todos los trabajadores estaban involucrados en la producción agrícola. Recién hoy día vemos emerger en todo el mundo la misma situación que en Europa y Estados Unidos es ya un hecho consumado desde hace bastante tiempo: el apogeo de la subsunción real de la producción agraria por parte del capital, de un mercado mundial que desde la Segunda Guerra Mundial se ha vuelto cada vez más unificado. [18]
Hobsbawm situó esta tendencia como la más importante en el desarrollo global en el período que siguió a las dos guerras mundiales imperialistas: «El cambio social más dramático y de mayor alcance de la segunda mitad de este siglo, y el que nos separa para siempre del mundo del pasado, es la muerte del campesinado», [19] como lo afirma en Age of Extremes. En los últimos cincuenta años la productividad agrícola en todo el mundo ha aumentado en un 350 por ciento. Entre las fuerzas impulsoras de este proceso un factor no desdeñable han sido los enormes subsidios agrícolas otorgados por los estados industriales. Como resultado de esta «revolución verde» que desde la década de 1950 ha sido promovida en los estados poscoloniales por las políticas del Banco Mundial, un número cada vez menor de trabajadores agrícolas ha sido capaz de alimentar a los ejércitos de nuevos habitantes urbanos, pudiendo además asegurar la provisión de alimentos a poblaciones en expansión, mientras que los países de la periferia capitalista se han visto cada vez más obligados a importar alimentos de agroindustrias fuertemente subsidiadas y altamente productivas del «primer mundo». [20] En los países industrializados, no más del 2 al 8 por ciento de la población activa aún trabaja en la producción agrícola, generalmente como asalariados. Según cifras de la OIT, durante la década de 1990 la cantidad de trabajadores asalariados urbanos superó a la de aquellos empleados en la producción agrícola, a escala mundial. La proporción global de productos agrícolas proporcionados por campesinos está disminuyendo constantemente, y difícilmente logra mantenerse en las dos cifras. [21]Las prácticas de «acaparamiento de tierras», o compra y uso industrial de los últimos reductos de pequeños agricultores de subsistencia, podrían perfectamente llevar a su acto final a este desarrollo, el cual experimentó un impulso renovado a principios de los años 1970 gracias a los programas de ajuste estructural del FMI y del Banco Mundial. [22] La demolición de barreras proteccionistas precisamente en aquellos países que habían emprendido un estrategia de desarrollo endógeno, hizo aparecer una división internacional del trabajo en la producción agrícola. La consiguiente destrucción de los mercados regionales ha dado lugar a un mercado global de productos agrícolas, que ha convertido a la mayoría de los productores campesinos en jornaleros del agro. A ellos todavía hay que añadir a quienes sólo ocasionalmente trabajan su propia tierra, pues la mayor parte del tiempo trabajan como jornaleros estacionales en empresas agrarias a gran escala o en el sector de servicios. [23]Finalmente, uno de los últimos teóricos de un movimiento emancipador campesino, Walden Bello, ha descrito el desarrollo actual como «la etapa final de la erradicación de la economía campesina por la agricultura capitalista». [24]
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Este proceso tiene resultados destructivos: incluso más intensamente que en el período inicial del surgimiento del capitalismo en Inglaterra -cuando un refrán popular inglés hablaba de «ovejas comiendo hombres»- y después en los estados industrializados, estos desplazamientos hoy son causa de miseria y hambre creciente para millones de personas, de la apropiación imperial de las reservas alimentarias, cuya proporción per cápita desde el cambio de siglo por primera vez está disminuyendo, y de desastres ambientales. [25] La producción queda en entredicho por el agotamiento de los suelos, el monocultivo y la fertilización excesiva, y también como resultado de la producción de biocombustibles, desarrollos que también se reflejan en una intensificada especulación en los mercados agrícolas. La calidad de los alimentos también está sufriendo en parte un declive, como se desprende del surgimiento de un estrato medio y alto metropolitano de consumidores de alimentos privilegiados. Por tanto, las perspectivas son nefastas. Basta echar un vistazo al estudio de Mike Davis titulado Late Victorian Holocausts [26], acerca de la política colonial británica y los primeros intentos históricos de crear un mercado agrícola mundial, para hacerse una idea de los efectos que bajo estas circunstancias tendrá la integración de la agricultura en la producción mercantil, bajo el poder imperial.
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Marx no se hacía ilusiones sobre una implementación humanista de las revoluciones agrícolas, como se muestra en la siguiente cita del Capital: «En la agricultura, al igual que en la manufactura, la transformación capitalista del proceso de producción es a la vez el martirio del productor, en que el instrumento de trabajo se enfrenta con el obrero como instrumento de sojuzgamiento, de explotación y de miseria, y la combinación social de los procesos de trabajo como opresión organizada de su vitalidad, de su libertad y de su independencia individual. La dispersión de los obreros del campo en grandes superficies vence su fuerza de resistencia, al paso que la concentración robustece la fuerza de resistencia de los obreros de la ciudad. Al igual que en la industria urbana, en la moderna agricultura la intensificación de la fuerza productiva y la más rápida movilización del trabajo se consiguen a costa de devastar y agotar la fuerza de trabajo del obrero. Además, todo progreso realizado en la agricultura capitalista, no es solamente un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino también en el arte de esquilmar la tierra, y cada paso que se da en la intensificación de su fertilidad dentro de un período de tiempo determinado, es a la vez un paso dado en el agotamiento de las fuentes perennes que alimentan dicha fertilidad. Este proceso de aniquilación es tanto más rápido cuanto más se apoya un país, como ocurre por ejemplo con los Estados Unidos de América, sobre la gran industria, como base de su desarrollo». [27]
Pero incluso entonces Marx plantea que este proceso es al mismo tiempo una condición para la emancipación, porque sólo a través suyo el proletariado puede constituirse como una fuerza socialmente relevante. «Es en la esfera de la agricultura donde la gran industria opera de la manera más revolucionaria, ya que liquida el baluarte de la vieja sociedad, el ‘campesino’, sustituyéndolo por el asalariado. De esta suerte, las necesidades sociales de trastocamiento y las antítesis del campo se nivelan con las de la ciudad. Los métodos de explotación más rutinarios e irracionales se ven remplazados por la aplicación consciente y tecnológica de la ciencia. El modo de producción capitalista consuma el desgarramiento del lazo familiar originario entre la agricultura y la manufactura, el cual envolvía la figura infantilmente rudimentaria de ambas. Pero, al propio tiempo, crea los supuestos materiales de una síntesis nueva, superior, esto es, de la unión entre la agricultura y la industria sobre la base de sus figuras desarrolladas de manera antitética.» [28] En particular en el Manifiesto del Partido Comunista la desaparición de estos «estratos medios conservadores», principalmente campesinos y artesanos, es presentada como la prehistoria de la revolución proletaria. [29] Es aquí donde el materialismo histórico por primera vez se presenta inequívocamente como un análisis de posibilidades; y también donde se explica la contradicción entre el Marx teórico y el Marx político revolucionario burgués. [30] Bordiga asimismo señaló insistentemente este proceso, como la razón por la que para él, en un ámbito mucho más familiar, los movimientos de liberación nacional y el estalinismo debían ser entendidos como parte de un campo históricamente progresista.
Por tanto, no es de extrañar que, políticamente hablando, esta separación respecto del pasado tuviese un lugar de honor en la agenda del «partido Marx» (Engels). Ese punto de vista se atenuó en cierta medida en la correspondencia que Marx y Vera Zasulich sostuvieron acerca de la preservación de la comunidad campesina rusa, el mir: allí Marx trató de contrarrestar el malentendido de que el proceso de acumulación primitiva esbozado en El Capital sería de alguna manera el inevitable destino de todos los países. Como él no pensaba desde el punto de vista del desarrollo nacional, sino de la revolución mundial, consideró perfectamente posible que «la obshchina [comuna campesina] rusa, una forma, aunque muy erosionada, de la propiedad comunal primitiva de la tierra , [pudiese] pasar directamente a la forma superior de propiedad comunista», pero esto sólo si «la revolución rusa se convierte en la señal de la revolución proletaria en Occidente, de modo que las dos se complementen». Sólo entonces podría «la actual propiedad comunal campesina de Rusia servir como punto de partida para un desarrollo comunista». [31] Por la misma razón, no se puede pretender hallar en las consideraciones de Marx sobre el desarrollo comunista en Rusia argumentos a favor de un movimiento guerrillero de pequeños campesinos. [32]
En otros aspectos, ambos viejos pensadores estaban fuertemente impresionados por el desarrollo de la agricultura a gran escala en los Estados Unidos, cuya enorme producción de granos, junto con los cada vez menores costos de transporte, ya empezaban a deprimir los precios en Europa, poniendo en marcha procesos de racionamiento y contribuyendo así al declive numérico del campesinado en Inglaterra, Bélgica y cada vez más también en Alemania. Este entusiasmo por el progreso puede resultar comprensible -a diferencia de muchas otras ilusiones abrigadas por los viejos pensadores- si se tiene en cuenta que hasta la Primera Guerra Mundial en el noroeste de Europa, y hasta la Segunda Guerra Mundial en el resto de Europa, la vida campesina seguiría siendo el rasgo característico de más de la mitad de la población, y que la aristocracia terrateniente y los ancien régimes seguirían dominando políticamente esas sociedades durante mucho más tiempo de lo esperado. [33]
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Frente a estos bloqueos de la revolución agraria, que han perdurado más tiempo de lo que los «clásicos» han estado dispuestos a admitir, fue el guardián más destacado del santo grial del marxismo, Karl Kautsky, quien desarrolló el primer auténtico programa agrario del movimiento obrero marxista. Empapado del mismo optimismo progresista, Kautsky imaginó dicho programa basado en la fusión de las propiedades agrícolas en granjas a gran escala, con una productividad aumentada gracias a la división del trabajo y la producción para el mercado. Ya no había lugar para los campesinos. [34]Sin embargo, el surgimiento del revisionismo y su perspectiva nacionalista dentro del movimiento socialdemócrata también pudo desplazar este programa. La idea de Kautsky fue reemplazada por la del posterior ministro del interior socialdemócrata, Eduard David, quien consideraba como una tarea democrática y en igual medida «una verdadera tarea nacional alemana» dividir los latifundios arruinados a fin de mantener y hacer crecer la clase de los pequeños campesinos. Con esta medida se proponía precisamente bloquear la dinámica interna del capitalismo, en la que Marx había confiado, preservando así un estado particular de esas relaciones internas. «Asegurar la paz en las partes más recónditas (¡sic!) de la comunidad nacional [Volksgemeinschaft] (…) sólo puede tener éxito si los trabajadores y los pequeños agricultores se unen en la lucha contra las fuerzas de los buitres capitalistas y la corrupción mammonista», en palabras de David. [35] De esta manera negativa quedó suspendido el vínculo entre la revolución agraria y la perspectiva socialista, al haberse desplazado el SPD definitivamente hacia el campo de la contrarrevolución.
A los marxistas rusos, quienes durante décadas marcaron la pauta de la política revolucionaria, la misma cuestión se les planteó posteriormente en circunstancias sociales completamente diferentes. No sólo porque la abrumadora mayoría de la población seguía estando fuertemente arraigada en la vida campesina, y en parte seguía cautiva en unas relaciones de servidumbre oficialmente abolidas, sino también porque el zarismo había conseguido bloquear la solución orgánica del problema agrario en términos capitalistas. Sin duda el campesinado estaba dispuesto a movilizarse en defensa de la revolución política, como quedó claro por su apoyo masivo a los socialrevolucionarios; pero su interés estaba principalmente centrado en la revolución campesina contra las cadenas del «despotismo asiático». Mientras que en Europa la solución al problema agrario y el abandono de las relaciones feudales formaban parte del mismo proceso, en Rusia la derrota del zarismo fue la principal condición para que surgiera un estrato independiente de agricultores. En consecuencia, las relaciones de los bolcheviques con el campesinado eran tensas: «Debemos apoyar la revuelta del campesinado en todos sus aspectos hasta llegar a la confiscación de los grandes latifundios, pero nunca donde éstos tengan como objetivo proyectos abstractos pequeñoburgueses. Debemos apoyar al movimiento campesino sólo en la medida en que se comporte como un movimiento democrático revolucionario. Nos alistaremos inmediatamente para luchar contra ellos en cuanto adquieran un carácter reaccionario, antiproletario». [36]
La revolución rusa estuvo marcada por este doble carácter: por un lado, logró hacer de la revolución burguesa el punto de partida para una solución orgánica de la cuestión agraria, [37] que de hecho significó invertir el proceso que Marx había descrito y las relaciones reales tal como existían en Occidente; mientras que, por otro lado, anticipó la revolución proletaria a escala mundial. El resultado histórico de esta «dictadura de la puesta al día desarrollista» de carácter nacionalista y capitalista de Estado que fue el «socialismo en un solo país», es de conocimiento común. Cuando finalmente se extinguieron todas las esperanzas de una oleada revolucionaria en Europa occidental, la colectivización forzosa del campesinado se hizo realidad en el proyecto más importante de esta modernización bajo la dirección estatal-terrorista, que la consideraba como requisito para la industrialización. El primer gran proyecto de Stalin, aquí en inusual afinidad con Trotsky, consistió en perseguir la revolución agraria a partir de 1929, de una modo tan sanguinario como en cualquier otro ámbito, pero a un ritmo mucho más acelerado.
Barrington Moore ha distinguido tres caminos seguidos por la revolución agraria, tomando como base el desarrollo capitalista: el camino orgánico-democrático (Inglaterra, Estados Unidos), el camino reaccionario de la alianza entre viejas y nuevas élites (Japón, Alemania) y una tercera ruta en los países relativamente subdesarrollados (específicamente Rusia y China), de la el comunismo se convirtió en el representante más claro. «Las grandes burocracias agrarias de estos países sirvieron para inhibir los impulsos comerciales e industriales posteriores incluso más que en los casos anteriores. Los resultados fueron dobles. En primer lugar, estas clases urbanas eran demasiado débiles para constituir siquiera un socio menor en la modalidad de modernización emprendida por Alemania y Japón, aunque hubo intentos en esta dirección. Y en ausencia de pasos sino muy débiles hacia la modernización, un gran campesinado siguió subsistiendo. Este estrato, sujeto a nuevas tensiones y presiones a medida que el mundo moderno lo invadía, aportó la principal fuerza revolucionaria destructiva que derrocó al antiguo orden, impulsando a estos países hacia la era moderna bajo un liderazgo comunista que hizo de los campesinos sus principales víctimas». [38]
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En el plano de la política internacional, a pesar de este giro contra el campesinado, la revolución agraria se convirtió en el mayor medio de influencia de la política exterior rusa. Si bien los partidos comunistas después de la Primera Guerra Mundial habían sido reclutados casi exclusivamente en los centros industriales del mundo, el carácter del movimiento comunista internacional se fue transformando gradualmente. Ya a partir de la conferencia de Bakú (1920), la política del Komintern dirigió su manubrio hacia la liberación nacional y el apoyo a los movimientos campesinos. Al hacerlo, fue de gran ayuda el hecho de que la Unión Soviética pudiera ostentar sus impresionantes logros obtenido con la modernización del país. Después de la Segunda Guerra Mundial la mayor parte de sus partidarios estaban en las periferias de la producción mundial, además de Francia y en parte también al norte de Italia, donde su base también consistía mayoritariamente en trabajadores del campo. [39] Con el surgimiento de los movimientos de liberación anticolonialistas, esta tendencia ganó aún más peso. Aunque la cuestión campesina inicialmente había abochornado a los bolcheviques, la modernización dictatorial estalinista llegó a ser un faro global para los campesinos y la intelectualidad nacionalista: la autodeterminación nacional apareció entonces como condición para una clase de agricultores libres (reforma agraria), mientras que la racionalización y la urbanización erigidas como programa industrializador eran elevadas a la categoría de contenido del comunismo.
El maoísmo, que desde principios de los sesenta en adelante expresó con mucha más fuerza que su par soviético la dinámica de las revoluciones, puede ser considerado como el producto final de este desarrollo. El «cerco de las ciudades por las aldeas» fue una estrategia de la revolución china que, tras ser aplastados los levantamientos proletarios de 1927, se aplicó cada vez más en todo el mundo. Era un rasgo característico de la estrategia revolucionaria maoísta, como también lo expresó teóricamente el propio Mao: «En primer lugar, el pueblo es el centro de la revolución, y en segundo lugar, los campesinos pobres son su vanguardia». [40] Las consecuencias más extrañas y terribles de esta glorificación del mundo precapitalista pasó a primer plano en los campos de exterminio de los jemeres rojos. El hecho de que los campesinos, tras haber sido liberados por estas revoluciones de su dependencia de las relaciones despóticas feudales, hayan pagado siempre con millones de vidas, ilustra el dilema de la modernización compensatoria, así como la futilidad de todo intento de burlar a la historia.
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El colapso de todos estos movimientos se explica en el hecho de que desde principios de la década de 1970, y en parte por las ofensivas del FMI y el Banco Mundial, cada uno de estos caminos quedó interrumpido. La granja agrícola a gran escala ha pasado a ser la realidad mundial de la producción de alimentos y ha llevado a aproximadamente mil millones de personas del campo a las gigaciudades. [41] Ya sea bajo autodeterminación nacional o bajo control cuasi-colonial, esta tercera ola de capitalización de la agricultura ha experimentado un desarrollo gigantesco, que incluso se ha extendido a la producción de estupefacientes. El rasgo distintivo de la solución ejecutada por el capitalismo tardío consiste principalmente en que los trabajadores liberados ya no son necesarios para expandir la producción industrial; urbanización y creación de valor industrial han dejado de coincidir. [42] En el mercado laboral global los antiguos habitantes del campo son en la mayoría de los casos «superfluos». El camino de vuelta a la tierra también está bloqueado y, además, es sólo una solución que atrae a una mínima fracción de los antiguos campesinos. [43] Así, se observa un aumento de la desesperanza por doquier, pero también un incremento de las dimensiones de la lucha social: los disturbios por la comida de 2007 y 2008 son solo un anticipo de lo que está por venir. Lo nuevo de estas batallas es que, aparte de los movimientos campesinos coordinados a través de La Vía Campesina, el movimiento de los sin tierra brasileño MRT o los zapatistas, no exigen una redistribución de la tierra, sino acceso a alimentos. Queda por ver si este abandono del terreno de lucha del movimiento campesino perdurará, o si la lucha volverá como una especie de farsa histórica al camino trillado de la revolución campesina.
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Para la escisión entre crítica comunista y política burguesa-revolucionaria que caracterizó al marxismo durante los siglos XIX y XX -con excepción de algunas pequeñas corrientes disidentes-, hoy todo terreno se ha desvanecido. La revolución agraria y el movimiento campesino internacional se encuentran obsoletos, porque el propio capitalismo finalmente les ha arrebatado sus cimientos. Su «misión histórica», para quienes no les importe utilizar esta expresión teleológica, sólo se ha cumplido después de la Segunda Guerra Mundial y finalmente después de la década de los setenta, al mismo tiempo que emergía su crisis permanente. [44] Esto significa que, pase lo que pase, en términos históricos los días de la «internacional campesina» [45]están contados; no obstante, el desarrollo de un programa agrario comunista [46] sigue siendo una problemática abierta, dado que el fin de la cuestión campesina en modo alguno significa el fin de la cuestión alimentaria. Pero ni la toma de posesión del agronegocio capitalista, que va camino de arruinar irreversiblemente el planeta, ni el regreso del pequeño campesino añorado por la izquierda metropolitana, ofrecen puntos de referencia significativos para ese propósito.
— Peter Jonas
Traducción: L. B.
[1] Loren Goldner, El comunismo es la comunidad humana material: Amadeo Bordiga hoy.
[2] En cuanto a la revolución de Octubre, esto ya lo observó en la década de 1920 el comunista holandés Herman Gorter, en su Carta abierta al camarada Lenin.
[3] Goldner, ibid.
[4] Hansgeorg Conert, Von Handelskapital zur Globalisierung, Münster 2002, pág. 14 y siguientes. Cf. también Ist der Kapitalismus eine Marktwirtschaft?, Wildcat-Zirkular 24 (1996), que intenta demostrar la existencia de tales visiones dentro de las corrientes marxistas que de otro modo las rechazarían.
[5] Karl Marx, El Capital, vol. 1, Siglo XXI Ed., 1975, pág. 179.
[6] Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), vol. 1, Siglo XXI Ed., 1971, p. 433 y siguientes.
[7] V. I. Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo (esbozo popular), en: https://bit.ly/2HMCdTG
[8] V. I. Lenin, Nuevos datos sobre las leyes de desarrollo del capitalismo en la agricultura, en: https://bit.ly/3jExS2l
[9] El debate sobre el libro de Dobb está bien documentado en un programa de estudios: Paul Sweezy u.a., Der Übergang vom Feudalismus zum Kapitalismus, Frankfurt / M. 1978. Casi todas las contribuciones al debate de Brenner se encuentran en: T. H. Ashton / C. H. E. Philpin (Hg.), The Brenner Debate, Cambridge 1985. Jochen Blaschke (Hg.), Perspektiven des Weltsystems. Materialien zu Immanuel Wallerstein «Das moderne Weltsystem», Frankfurt / M. / Nueva York 1983.
[10] Karl Marx, Teorías sobre la plusvalía. FCE, 1980. En: https://bit.ly/37OHeq1
[11] Robert Brenner, Das Weltsystem: teoretische und historische Perspektiven, en: Blaschke (Hg.), Perspektiven des Weltsystems, p. 92 y sig.
[12] Ibid, pág. 98.
[13] Robert Brenner, The Agrarian Roots of Modern Capitalism, en: Ashton / Philpin (Hg.), Brenner Debate, p. 213 y sig.
[14] Brenner, Weltsystem, pág. 107.
[15] Amadeo Bordiga, El capitalismo, revolución agraria. Il Programma Comunista, enero de 1954. En: https://bit.ly/3e7VRpg
[16] Karl Marx, El Capital, vol. 2. Siglo XXI Ed., 1975, pág. 243.
[17] Eric Hobsbawm, Industrie und Empire. Britische Wirtschaftsgeschichte, Bd. 1, Fráncfort del Meno 1969, pág. 27.
[18] En oposición a las teorías clásicas del imperialismo, los autores Neusüß y Massarat en particular han argumentado que «la dinámica capitalista del mercado mundial» no ha tenido lugar en la época caracterizada por el capital mercantil y por determinadas condiciones nacionales de acumulación entre mediados del siglo XIX y la Primera Guerra Mundial, sino más bien, sobre todo, después de la Segunda Guerra Mundial. Mohssen Massarat, Hauptentwicklungsstadien der kapitalistischen Weltwirtschaft, Lollar 1976; Christel Neusüß, Imperialismus und Weltmarktbewegung des Kapitals, Erlangen 1972, pág. 203.
[19] Eric Hobsbawm, Das Zeitalter der Extreme. Weltgeschichte des 20.Jahrhunderts, Münich / Wenen 1995, p. 365.
[20] Landflucht und food riots: Keine Agrarrevolution in Sicht ofrece una buena y precisa introducción al desarrollo de la posguerra. Wildcat 89 (2010), págs. 32-40.
[21] Las innumerables estadísticas disponibles ofrecen valores bastante diversos, porque no está claro qué se puede contabilizar exactamente bajo el título de «economía campesina o rural». Sin embargo, una buena indicación es que mientras que veintitrés «países emergentes» representan el 72 % de todas las personas activas en la agricultura de todo el mundo, éstos no aportan más del 22 % de la producción agrícola mundial.
[22] Axel Berger, Der Kapitalismus wird bodenständig, Jungle World núm. 16 de 2010.
[23] Cf. Was nach der Bauern-Internationale kommt, Wildcat nr. 82, 2008.
[24] Walden Bello, Politik des Hungers, Berlín/Hamburgo 2010, pág. 21.
[25] Wolfgang Hirn, Der Kampf ums Brot. Warum die Lebensmittel immer knapper und teurer werden, Frankfurt del Meno, 2009.
[26] Véase también: Mike Davis, Los holocaustos de la Era Victoriana tardía: el niño, las hambrunas y la formación del Tercer Mundo. Universitat de València, 2006.
[27] Karl Marx, El Capital, vol. 2. Siglo XXI Ed., 1975, pág. 612.
[28] Ibíd. pág. 611.
[29] Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto del Partido Comunista, en: https://bit.ly/31Wnz3x.
[30] Una visión general bastante completa del trabajo de Marx como político, cuyo pensamiento siempre giró -si se dejan de lado sus consideraciones más breves sobre la Comuna de París- en torno a las condiciones democrático-burguesas para un movimiento comunista, se encuentra en Wolfgang Schieder, Karl Marx als Politiker, Münich/Zürich, 1991, pág. 151 y sig.
[31] Marx & Engels, Prefacio a la segunda edición rusa del Manifiesto del Partido Comunista, en: https://bit.ly/37X91o7
[32] Max Henninger, por ejemplo, ha intentado desarrollar un enfoque de este tipo, en su Marxismus und ländliche Armut, Sozial.Geschichte en línea 4 (2010), p. 85 y sig.
[33] Sobre la falta de penetración del capitalismo burgués en las sociedades europeas antes de la Primera Guerra Mundial, ver: Arno Mayer, Adelsmacht und Bürgertum, Die Krise der europäischen Gesellschaft 1848-1914, Munich 1981, p. 9 en adelante.
[34] Cf. Karl Kautsky, Die Agrarfrage, Eine Übersicht über die Tendenzen der modernen Landwirtschaft und die Agrarpolitik der Sozialdemokratie, Leipzig 1902.
[35] Eduard David, Sozialismus und Landwirtschaft, Leipzig 1922, pág. 695.
[36] V. I. Lenin, Die Lehren der Revolution, Werke, vol. 16, pág. 305.
[37] Gorter lo ha señalado repetidamente en sus artículos, en particular en la respuesta a Lenin antes mencionada (ver nota 2).
[38] Barrington Moore, Social origins of dictatorship and democracy. Lord and peasant in the making of the modern world. Penguin, 1966, pág. xiii. Una visión de los impulsos prácticos hacia la modernización de la sociedad soviética en el período estalinista, se encuentra en el libro de Karl Schlögel, Terror und Traum, Moscú 1937, Münich 2008.
[39] Esto quedó bien representado en las películas de Don Camillo.
[40] Citado en Peter J. Opitz, Vom Konfuzianismus zum Kommunismus, Münich 1969, p. 249.
[41] Mike Davis, Planeta de Ciudades Miseria. Foca Ediciones, 2007.
[42] Davis, ibíd.
[43] Landflucht und food riots, p. 37 y sig.
[44] Sería útil un debate en profundidad sobre el análisis del imperialismo de Rosa Luxemburgo, principalmente en lo que respecta a la cuestión de hasta qué punto la destrucción de los últimos reductos no capitalistas que quedan en el mundo impone limitaciones al proceso de acumulación capitalista.
[45] La Internacional Campesina fue fundada por el Komintern a principios de la década de 1920, razón por la que los comunistas de consejos holandeses identificaron polémicamente a una con la otra: Helmut Wagner, Tesis sobre el bolchevismo, en: https://bit.ly/2TAoEJZ
[46] La Sozialische Studienvereinigung emprendió un intento en esta dirección: http://theoriepraxislokal.org/kdpoe/akr.th6.php